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Democracia y derechos humanos | 23/05/2025

Cambalache político en Bolivia

Waldo Albarracín
Waldo Albarracín

Cuando en 1934 Enrique Santos Discépolo compuso el tanto Cambalache para que formase parte de la banda sonora de la película El Alma del Bandoneón, no se imaginó que su obra se convertiría en una especie de protesta contra los mecanismos de corrupción promovidos o solapados desde las instancias de poder en todo el continente americano, tampoco que la obra de marras, 91 años después, se viera fielmente retratada en la realidad político social de Bolivia. El autor describe con certeza la cultura de la corrupción estructural de la sociedad, la misma que se torna más peligrosa en las élites políticas. Cada estrofa describe de manera coincidente el comportamiento individual y colectivo de la gente, anticipándose a lo que cerca un siglo después se suscitaría en nuestro país.

“Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos”, pregunten a los políticos bolivianos, especialmente aquellos que hoy como buitres, a través de las tres vertientes del MAS pretenden aferrarse al poder, involucrados en una guerra sucia interna, de acusaciones mutuas sobre corrupción y otros delitos de gran cuantía, nominaciones a dedo en las candidaturas para el congreso,  al extremo que, el actual Presidente del país (Luis Arce), consciente que no tiene ninguna posibilidad de ser reelegido, ahora se aferra a la primera senatoria por La Paz, degradándose el mismo de presidente a senador, no importa, el asunto es seguir mamando del Estado y evitar ser enjuiciado por las fechorías cometidas en el cargo presidencial. Hoy se impone la voluntad de los ladrones de cuello blanco (indígenas o criollos), previa planificación maquiavélica de sus fechorías e impunes frente a un sistema judicial cómplice de sus inconductas.

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, pretencioso o estafador. Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor”. Esta parte encaja perfectamente en el comportamiento de los que ostentaban y ostentan poder. Por varios años, con Evo tuvimos un presidente enemigo de la lectura, la educación y la formación intelectual, incapaz de escribir un párrafo, desplazando groseramente a la meritocracia de las funciones públicas, lo importante era que sea del partido o funcional al gobierno. Los grupos de magistrados, fiscales y personal de la administración pública, valen más por el grado de subordinación al poder de turno que por sus méritos profesionales.

Tenemos un Ministerio Público que aún no asimiló el rol de defensa de los intereses de la sociedad y se convirtió en instrumento de represión política o de protección de delincuentes privilegiados. Así como un abanico de jueces que están más interesados en acumular fortuna poniendo precio a sus fallos judiciales.

“Los inmorales nos han iigualao… Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, se ha mezclao la vida y herida por un sable sin remache ves llorar la biblia junto a un calefón.”. De la forma más hipócrita, en los juzgados se llega al extremo de utilizar la biblia como escudo para preservar sus intereses propios, mezclando de manera impertinente la causa sagrada con el prevaricato.

“El que no llora no mama y el que no afana es un gil…  No pienses más sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao”.  La honestidad en la política hoy es un defecto, el pragmatismo sustituyó a la ética y el altruismo, los candidatos a la presidencia para las próximas elecciones, no tienen ningún escrúpulo en preservar sus intereses propios antes que plantear programas de gobierno susceptibles de generar en su aplicación beneficio a un país hundido en una crisis económica, social e institucional, a consecuencia de gestiones gubernamentales caracterizadas por la corrupción, el enriquecimiento ilícito.  “Si es lo mismo el que labura noche y día como un buey, Que el que vive de las minas otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley. No exagero cuando afirmo que, entre autoridades del presente y el pasado, hay peligrosos ejemplares cuyo único objetivo de vida radica en mantener un sistema político que les permita seguir delinquiendo impunemente, ocasionando que la sociedad civil no advierta la diferencia entre la persona honesta y el delincuente privilegiado.

Si bien es evidente que, en las tres versiones del MAS y sus actuaciones se ve retratadas con exactitud lo descrito en el tango Cambalache, no es menos cierto que en los opositores que se autocalifican de “demócratas” por el sólo hecho de ser contestatarios al gobierno, se advierte de manera ostensible similares miserias humanas, partiendo de la lucha encarnizada entre ellos, que prefirieren auto promoverse en lugar de conformar un frente unitario que derrote al narcotráfico en las urnas. Justamente en esta coyuntura electoral es donde sale a flote su mediocridad, al hacer prevalecer “listas negras”, angurria de poder de los entornos de cada líder, candidatos presidenciales que inocentemente se enteran que no habían sido candidatos. Por otro lado, se advierte una especie de feria donde concurren propietarios de siglas sin militancia, que negocian su personería jurídica con el mejor postor, a cambio de dinero y espacios de poder, frente a la mirada pasiva del Órgano Electoral.

En ese mismo escenario encontramos a magistrados de las Cortes Constitucionales Departamentales y del propio Tribunal Constitucional poniéndole precio a sus fallos, definiendo la suerte de los candidatos y partidos. Todo un laberinto, un cambalache, mostrando como en un escaparate los perfiles más miserables de quienes pretenden llegar a los poderes del Estado o mantenerse en los mismos.   

La actividad política que debería constituirse en el principal mecanismo de convivencia democrática en Bolivia, con el tipo de protagonistas que tenemos, se convierte en su enemiga, por la grosera distorsión de la representación que ejercen, el verdadero soberano (el pueblo), no es consultado para tomar decisiones, dictar leyes o decretos y donde el interés del partido, de grupo o individual, prevalecen. Lo afirmado parece una distopía, pero es la realidad palpable que tenemos el desafío de cambiar.

Waldo Albarracín es abogado, fue presidente de la APDHB, rector de la UMSA y Defensor del Pueblo.



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