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La madriguera del tlacuache | 30/09/2020

Cadáver exquisito

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

No es que andemos para juegos estos días preelectorales, y menos para excitarnos con el surrealismo, que encontramos de sobra en cualquier noticiero, sin importar si es de Bolivisión o de Fox News. Es solo que el discurso político en nuestro país parece ser el resultado de una construcción fragmentada, formada –desde el subconsciente– a partir del último tuit o la última declaración que haya sido tendencia la noche anterior en cualquier red social.

No interesa que ese tuit o esa prédica provenga de reconocidos periodistas (como Valverde, al que los productores de su programa mantienen con un desfibrilador cerca para monitorear su ritmo cardiaco luego de cada opinión que da a baladros en su pequeña cabina roja) o de los propios candidatos, que en esta época exponen su perfecta dentadura desde un ángulo en el que no se ve bien el resto de comida en sus muelas. Al día siguiente otro político se enganchará a la diatriba de la víspera y así, sucesivamente, hasta conseguir un discurso yuxtapuesto pero funcional al público. Un público que ya no espera proclamas compactas. Ortodoxas. Entre otras cosas, porque ya no parece haber en el mercado ideologías compactas ni homogéneas. O, si las hay, ya no venden.

Allá por los años 20 del siglo pasado, algunos franceses surrealistas concibieron una técnica por medio de la cual de una sola imagen se obtienen muchas imágenes más. Ese proceso vino de una especie de juego en el que varias personas escriben o dibujan una composición en secuencia. Cada participante solo puede leer o ver el final de lo que escribió o dibujó el anterior y a partir de ello continuar la creación de la imagen final, cuyo resultado lleva el nombre de cadáver exquisito (que surge de la frase “Le cadavre – exquis – boira – le vin – nouveau”, con la que terminó el juego la primera vez).

Entonces, siguiendo las reglas de esa técnica surrealista, si en la arena política boliviana la última frase que se escucha tiene que ver con la división de Bolivia entre cambas y collas, lo siguiente que el contrincante diga girará en torno a tal afirmación con alguna sentencia novedosa, que dará pie a otra declaración y así sucesivamente. O lo mismo, si la última imagen que se vio es la de un candidato quejándose del mal olor de una ciudad, la construcción de la política (horas después) continuará a partir de la duda planteada de si las aceras huelen o no a pis.

De ahí que los anacrónicos ya no esperemos encontrar publicado un domingo el plan de gobierno de ningún partido político. Y no nos quede otra que estar atentos a lo que nuestros ídolos de barro digan sobre lo que el otro candidato mencionó momentos atrás para así ir perfeccionando su imagen hasta el día en que toque marcar la equis respectiva en la papeleta donde aparecerá su foto.

Sucede que la política tiene ahora un tinte inmediato, que se va creando sobre los reflejos secuenciales de los líderes. Las “estructuras” y “superestructuras” de las que hablaban Marx y sus detractores pasaron a ser categorías fantasmagóricas sobre las que ya no se construye ni menos alguien se preocupa. Esas figuras ahora casi literarias formaron parte del debate de generaciones anteriores, cuando la política se dibujaba clara y quizás radicalmente. Lo que hacía el discurso era reafirmar el dogma, ya conocido y aceptado por los electores. Y los programas estaban bien encajados dentro de doctrinas delimitadas.

Los candidatos presidenciales la tenían más fácil cuando a los que debían seducir solo había que convencerlos de que eran buenos socialistas y estaban con las nacionalizaciones o que eran serios neoliberales y estaban con la inversión privada (y mejor si no se ofrecían muchos empleos para no perder votos como dicen los estereotipos que perdió el Goni en Tarija… por esa razón). En cambio ahora deben alimentar a la generación del “futuro rápido”. Esa que ahora tiene tomada buena parte del padrón electoral y que no pasa de los 30 años de edad. Y es que, además, según Unicef, 9 de cada 10 jóvenes del país no se sienten identificados con algún partido. De modo que pareciera que los políticos apuestan al electorado inmediatista, tecnologizado y de estímulo fugaz, sin ideologías arraigadas como las de (nosotros) sus trasnochados padres.

Los surrealistas de hace cien años crearon un juego que resultaba en una obra artística colectiva. Nuestros líderes políticos usan ahora esa técnica para construir discursos. Uno lanza algo y luego le toca a otro continuar –con alguna añadidura– la idea sobre la que se pronunciará el siguiente. Lo hacen en coloridos posts de Facebook, en agudos hilos tuiteros o en ingeniosos tiktoks. Tengo la impresión de que se entretienen. Como lo hacían aquellos estrafalarios artistas.

Daniela Murialdo es abogada.



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