Ser alcalde de La Paz es probablemente uno de los mayores desafíos de gobernabilidad en Bolivia. Por tanto, compadezco al Negro Arias por su ingrato trabajo (aunque parece que lo disfruta). He esperado que termine el mes festivo de la ciudad para publicar esto, lamentando que en plena celebración juliana el gobierno del MAS haya citado a Arias como “testigo” en un caso de persecución política inventado por los rufianes que se apoderaron del poder el año 2006. Es la manera mezquina (propia de masistas) de aguar las fiestas de La Paz.
Pero bueno, llega el momento de decir cosas que de repente no le gustan al alcalde (ya impermeable a la crítica), pero hay que decirlas. El aparato informativo de la Alcaldía se encarga de contarnos todas las cosas buenas de la gestión municipal, nosotros tenemos el deber de señalar los problemas que afectan día a día a los ciudadanos.
Arias dice que entregó centenares de “megaobras” en julio. Reinauguró con fanfarria (por tercera vez) el doble embovedado del rio Choqueyapu (que heredó de Revilla y que se concluyó en diciembre de 2022), pero durante todo el mes, no vimos ni un solo trabajador en ese proyecto inacabado que debe convertirse en una ruta alterna hacia la zona sur de la ciudad. No es más de un kilómetro de asfalto, pero cualquiera diría que se trata de una obra colosal. Solo quedan en el lugar de la challa tres monigotes, pero ni la sombra de un avance de obra.
Basta ya de festejar “el inicio” de proyectos: lo que queremos celebrar es el acabado de las obras. “Palabra empeñada, palabra cumplida” repite el alcalde en sus discursos, pero no cumple, aunque hace más promesas para su reelección. Un ejemplo: retiró a los muchachos que ordenaban el parqueo de autos en las calles y prometió parquímetros, pero no hay ni un indicio de eso y los jóvenes se quedaron sin empleo. Las cebras también han desaparecido, con lo cual el caos vehicular es una pesadilla, porque además la Guardia Municipal es de una inutilidad pavorosa, incapaz siquiera de cuidar las paradas del PumaKatari o la seguridad peatonal en los pasos de cebra (que ahora dependen de los venezolanos que los pintan para ganar unas monedas). Necesitamos mejores paradas para el PumaKatari de manera que otros vehículos no se estacionen ahí, pero la alcaldía no hace nada.
Quisiéramos una Alcaldía que atienda los grandes problemas, como la limpieza del río Choqueyapu. Otras ciudades del mundo exhiben orgullosas los ríos que las atraviesan, mientras que aquí tratamos de ocultar con muros y embovedados la basura y el olor fétido de las aguas negras que riegan río abajo las verduras que consumimos. Es un asco, no hay otra palabra. No basta ocultar la cloaca abierta que cruza debajo de la ciudad, hay que impedir que el agua prístina que baja de las montañas se contamine. ¿Por qué no limpian los ríos en lugar de arreglar jardineras por enésima vez y volver a asfaltar calles que ya están asfaltadas? ¿Por qué no instalan basureros de plástico y no de lata, que se oxidan y no tienen capacidad? Se requiere basureros medianos en cada esquina, no solo grandes contenedores cada tres o cuatro cuadras.
No tenemos ciclovías, áreas peatonales y aceras donde se pueda caminar sin peligro de tropezar. Un cablerío enmarañado afea el paisaje urbano, las empresas privadas extienden cables como les da la gana, sin control. No basta aumentar las vías para los autos: cualquier planificador urbano sabe que mientras más se reducen los espacios verdes y más se amplían las vías para automóviles, más caótico es el tráfico. Vamos a contramano de las ciudades inteligentes.
Queremos una alcaldía proactiva que haga agradable la vida cotidiana de los ciudadanos, no una de brocha gorda que solo se ocupa de arreglos cosméticos y colores chillones. Quisiéramos una alcaldía ágil que intervenga de inmediato (y no días después) cuando los comercios generan contaminación auditiva por encima de los decibeles permitidos, o suenan durante horas y sin motivo alarmas mal calibradas, o se satura el ambiente con bocinazos de conductores mal educados.
La Paz es una ciudad fea, ruidosa, desidiosa, sucia y maloliente. Cualquiera construye ilegalmente en un terreno, sin planos ni permisos municipales, sin preservar un metro para una jardinera o un árbol. La presión de tanta construcción sobre la red de agua potable, alcantarillado y electricidad es enorme (además de lo que significa como lavado de dinero sucio). Empresas constructoras bloquean las aceras con ladrillos y escombros impidiendo el paso peatonal, pero no aparecen inspectores para poner multas. Constructores abusivos no respetan las normas, y la propia Alcaldía promueve que excedan el número de pisos y violen otras disposiciones, porque luego “regularizan” pagando sumas ridículas o sobornando funcionarios.
El teleférico ha permitido ver la ciudad por arriba y constatar el caos que reina en todas partes. El espacio público está avasallado por comerciantes informales (contrabandistas), que se instalan en parques y cruceros donde no se puede ya caminar y la basura se acumula, como en la calle 17 de Obrajes (para no mencionar el caos irreversible en los barrios populosos). En ciudades ordenadas, los informales huyen cuando llega la policía, pero en Bolivia la reciben con palos.
Y ahora sale el Negro Arias con la tontería de “renovar” la plaza Abaroa, un gasto insulso porque lo único que necesita esa plaza es que limpien los letreros que pintan en el piso para acomodar a la burocracia en los desfiles del 23 de marzo, y que luego se quedan todo el año sin que nadie los borre.
@AlfonsoGumucio, ciudadano