Los bloqueos suman motivos para considerarlos la medida de presión más usada en el país. Esta semana comenzó con el que los pobladores de Cruce Culta, o Ventilla, instalaron en el camino entre Potosí–Oruro y el que transportistas impusieron en la ruta Cochabamba–Santa Cruz, en protesta por la falta de carburantes.
No importa cuán justiciero o justificado sea un bloqueo de caminos o de calles, los hechos han demostrado, a lo largo de los años, que esa medida tiene muchos efectos negativos frente a los resultados que pueda o no obtener.
Lo primero que deberían tomar en cuenta los dirigentes que los propician es que los bloqueos son medidas discriminatorias, puesto que afectan a las personas con menores posibilidades económicas.
Los que los sufren son aquellos que necesitan viajar y no pueden pagar los costos del transporte aéreo. Las autoridades, cuya atención se busca con esas medidas de presión, no son afectadas por los bloqueos, mientras que los perjudicados son miles de personas que generalmente no tienen nada que ver con las causas de la medida de presión, lo que la convierte en una acción altamente injusta.
Son ilegales, puesto que atentan contra la libertad de circulación garantizada por el artículo 21.7 de la Constitución Política del Estado. Son criminales cuando impiden el paso de ambulancias, de movilidades que transportan medicinas o de personas en estado extremo de salud. Hubo casos en que los bloqueos provocaron el fallecimiento de personas. Antes se hacía excepciones, y se dejaba pasar a los “casos especiales”, pero los bloqueadores de hoy en día han perdido todo rasgo de humanidad.
Desde que se convirtieron en habituales, los bloqueos han causado daños económicos, que pueden medirse en miles de millones de dólares. Debido a ello, se han convertido en una de las causas de la recesión económica. Multiplicaron nuestra pobreza y, para peor, no permiten que nos recuperemos porque ahuyentan al turismo, que es una actividad económica que, bien fomentada y manejada, podría convertirse en uno de los motores del país, como ha ocurrido en otras naciones, incluso con menos atractivos para los visitantes.
No hay dólares y una de las maneras de conseguirlos es con los pagos que harían los turistas que lleguen a Bolivia, pero ¿quién se anima a ir a visitar un país en el que te bloquean el rato menos pensado?
Transitar por los caminos es peligroso y, en ocasiones, incluso se bloquea el acceso a los aeropuertos. Las agencias de viajes del resto del mundo hacen paquetes quinquenales; es decir, se programa viajes a países durante cinco años, y con esa anticipación. Bolivia ha sido retirada de esos paquetes hace mucho, por el riesgo latente de los bloqueos.
Todo lo que hemos visto y vivido, no en los últimos cinco años sino en por lo menos 30, demuestra que una de las causas de nuestra pobreza y estancamiento son los bloqueos. Los dirigentes, especialmente aquellos que me han dicho que la única manera de hacerse escuchar es con los bloqueos, deben entender que esa medida de presión no solo es perjudicial, sino anacrónica. Deben soltarla, renunciar a ella, y los gobernantes tienen que incluirla entre los delitos que figuran en el Código Penal y sancionarla con cárcel.
Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.