Como algunos lectores habrán notado, ojalá con más sorpresa que agrado, apagué el Satélite de la Luna durante un mes debido a un viaje turístico-espiritual en Turquía, precisamente a las “Siete Iglesias del Apocalipsis”.
Para los que no están familiarizados con las escrituras, en el Apocalipsis -el último libro de la Biblia, escrito a fines del siglo I- hay una sección de las siete cartas de Cristo a las comunidades de siete ciudades que se asoman hacia el mar Egeo y las islas griegas; ciudades ricas y famosas particularmente en el período helenístico y romano.
¿Qué se visita en ese tour-peregrinación? De ninguna manera siete templos cristianos que no los había al tiempo del Apocalipsis y no los hubo hasta la era bizantina.
Tampoco siete ciudades: la mayoría de ellas ya no existen en el emplazamiento original y otras han sido transformadas por sucesivas reconstrucciones, después de devastadores terremotos. Por ejemplo, la antigua Esmirna está sepultada debajo de la segunda ciudad más grande de Turquía (Izmir) y a nadie se le ocurre demoler la nueva para traer a la luz las ruinas de la antigua ciudad. Por cierto, ¡lo pasado, pisado!
Menos aún existen siete “comunidades” cristianas, herederas de las del primer siglo. El cristianismo hoy está casi totalmente borrado de esa región y, en general, de la Turquía, a no ser por los migrantes de países cristianos que con mucho sacrificio siguen cultivando la fe. De hecho, el tradicional laicismo de Turquía ha dado paso a una alianza política entre el gobierno y el clero musulmán, que termina discriminando a otras religiones.
Pues, lo que se visita es una memoria, de los pioneros y mártires del cristianismo, pero sobre todo una geografía: la misma que existía hace dos mil años y que los cristianos de las siete iglesias contemplaban. Sus fértiles valles, sus montañas ricas de mármoles, materia prima de los monumentos antiguos, sus ríos caudalosos que aseguraban la vida y la producción, y su clima, cálido y acogedor.
La geografía y la memoria bíblica permiten realizar una especie de arqueología espiritual. En efecto, si es cierto que la Iglesia cristiana nació en Palestina, “empezando por Jerusalén”, no es menos cierto que creció y maduró en Asia Menor, gracias a la fe y el compromiso de comunidades cristianas marginales en la cultura de su tiempo, pero perseverantes en las pruebas que soportaron. De esas ciudades, y de otras cercanas, salieron luego misioneros hacia el oriente y el occidente, para llevar la Buena Noticia que recibieron de los apóstoles Juan y Pablo, los más activos en esa región, hasta … nosotros. Ese protagonismo continuó en la época post constantiniana (siglo IV) con el fortalecimiento de la fe en los concilios realizados en esa región (Éfeso y Nicea). “Si el grano de trigo no muere…” vale también para los “baluartes” de la fe cristiana del mundo de hoy, destinados, tal vez, a volverse en el futuro lugares de peregrinación arqueológica.
De hecho, la región de las Siete Iglesias vive de un turismo en expansión incluso “ecuménico”. Las autoridades arqueológicas turcas han comprendido la necesidad de priorizar las excavaciones de la época cristiana. Me impresionó Laodicea, donde recientemente se ha restaurado ruinas de la época justiniana (VI siglo) sacando a la luz imponentes restos de iglesias.
Una antigua tradición afirma que en las alturas de Éfeso vivió la madre de Jesús siguiendo al apóstol Juan. “Meryem Ana” una humilde estructura en piedra en medio del bosque, recibe al año más de un millón de devotos, peregrinos y turistas, cristianos y musulmanes.
Veo en ella, con esperanza, el signo de que, más que otros medios, son los lugares humildes los que logran acercar a los hombres.
Francesco Zaratti es docente investigador Emérito del Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, analista en hidrocarburos y energía y escritor