Argentina, hasta 1984 había ganado cinco
premios Nobel, tres de ellos en ciencias duras, algo poco usual para países
latinoamericanos. Ese país, a inicios del siglo XX, tenía un desarrollo
económico parecido al de Francia; en la primera parte del siglo XX poseía una
educación pública de alta calidad, lo mismo sucedía con sus universidades
públicas que estaban en los primeros lugares del ranking universitario
internacional. Los profesores argentinos, así como los graduados en las
universidades públicas, poseían un alto reconocimiento académico y social. La
población, incluida la de los sectores populares, estaba bien nutrida. En
América Latina se le tenía envidia a Argentina por la densidad de sus
intelectuales y de sus artistas; su teatro, su música, sus cafés, sus librerías
tenían niveles europeos envidiables; daba la impresión que los argentinos de
toda su geografía militaban en la lógica del trabajo. Buenos Aires poseía
muchas de las cosas que se valoraban en el mundo desarrollado, pero esa ciudad
parecía que concentraba todo, pues Jujuy, Tucumán, Corrientes y muchos otros
lugares estaban marcados por la pobreza e inequidad. Si Buenos Aires parecía
una ciudad europea, las del interior tenían más semejanza con las de América
del Sur. Esas asimetrías están todavía presentes en el siglo XXI.
Pero parecía que en la segunda mitad del siglo XX se hundía paulatinamente todo lo que Argentina había logrado en su pasado, ese país tan rico en recursos naturales, de paisajes indescriptibles, de un capital humano excepcional, de geografías tan diversas; daba la impresión que comenzaba a desmayar, a tener crisis políticas y crisis económicas continuas. Argentina se volvió el paradigma de las inflaciones y de las devaluaciones recurrentes, en la memoria y subconsciente de los argentinos penetró la idea de que el único ahorro posible es el que está en dólares, razón por la cual es ya histórico el desprecio por su moneda.
Quizás fue necesaria la presencia de Perón y Evita en el poder para dar mensajes de inclusión política y social, para mostrar que Argentina no era solamente el lugar de las aristocracias rurales sino que también había cabecitas negras a quienes considerar para hacer gestión pública. Claro que es necesaria la redistribución de la riqueza para lograr sociedades más democráticas, pero eso es sostenible en el tiempo únicamente si se sigue creando riqueza, si se innova tecnología, si se mira al mercado mundial y no solamente al mercado interior. Tal vez buena parte de las crisis económicas y políticas de estos últimos 70 años se deban a que Argentina perdió pujanza productiva, intentó favorecer más la distribución del ingreso que la creación de riqueza.
Paralelamente a su declive económico, Argentina fortaleció a sus sindicatos, los cuales están excesivamente ideologizados, son de ésos que siguen pensando en el socialismo a pesar de que pasan décadas del derrumbe del Muro de Berlín; ese sindicalismo peronista abrió las puertas al enriquecimiento discrecional de muchas dirigencias sindicales, manejando la política a través de sus punteros. Es probable que con el peronismo se abrieron las compuertas de la sobreideologización de la política, la misma que por décadas ha estado marcada por la lógica amigo-enemigo sin comprender que el diferente es solamente un adversario político y no un enemigo al que hay que destruir.
Esa sobreideologización de la política, de unos y otros, durante decenios ha impedido generar visiones compartidas de país, para que Argentina vuelva al camino del crecimiento, de la creación de riqueza y de la innovación tecnológica. Sus políticos, sus sindicalistas, sus empresarios, todos de gran mezquindad, niegan a gritos al otro, lo agreden verbalmente cerrando todas las posibilidades de diálogo, de pensar conjuntamente en su país; da la impresión que sólo les importa su capilla política o empresarial y no el conjunto de los argentinos.
Esa sociedad que posee artistas, intelectuales y deportistas que destacan en el mundo, poseen una gran paradoja, consiste en que colectivamente son incapaces de construir su país, no empujan una visión compartida de futuro. Esos argentinos de gran talla pareciera que colectivamente tienen una increíble capacidad de autodestrucción. Argentina vivió muchos años de “grieta”, ahora sigue empantanada al interior de nuevas rivalidades irreconciliables.