Es hora de entrar en campaña y ahora el presidente Luis Arce compara los indicadores económicos y sociales de su gestión de poco más de dos años, con los del gobierno de Evo Morales, del que por cierto formó parte precisamente como jefe del equipo económico. Pero esas son nimiedades, cuando el objetivo de fondo es mostrarse como el líder de las sumas en las duras épocas de las restas.
La referencia de comparación ya no fue el 2020 de Jeanine Añez, sino el 2019, es decir el último tramo de la administración de su adversario interno.
El PIB, por ejemplo, creció más en 2022 que en 2019. El tamaño de la economía, expresado en miles de millones de dólares, es mayor hoy que cuando Evo Morales renunció a la presidencia. Por primera vez hay superávit comercial después de cuatro años consecutivos, entre 2015 y 2019, en los que hubo déficit. Y el déficit fiscal también es menor que en el pasado.
Según Arce, la pobreza también se redujo moderadamente durante su gobierno, lo mismo que el desempleo, todo ello con relación a lo que pasaba hasta noviembre de 2019.
En su discurso para conmemorar los 198 años de la independencia de Bolivia, Arce también dijo que después de un período de caída de reservas y poco éxito exploratorio en hidrocarburos – alusión directa al gobierno de Evo Morales – ahora hay por lo menos dos campos: en el sur y el oriente del país con más reservas no solo de líquidos, sino también de gas.
Arce no se refirió a la escasez de dólares y la crisis económica. Por el contrario, destacó la fortaleza de la economía en todos los sectores y un futuro más próspero todavía vinculado a un manejo soberano de las codiciadas reservas del litio.
El Presidente no habló de la guerra interna que se libra en el MAS, pero llamó a la unidad no con vista a un proceso electoral, sino en torno a un proyecto de transformación económica y social.
Una vez más, Evo Morales solo fue un año de referencia, el 2019, pero no un nombre y mucho menos un líder. Como en otras oportunidades, Arce dijo que el proceso no es propiedad de nadie, sino de todos los bolivianos.
El mandatario reiteró que el mundo se mueve en dirección a la multilateralidad. Los países, dijo, ya no están alineados a un solo bloque, ni a un orden internacional impuesto por Washington.
Sobre sus enemigos internos, advirtió que la “derecha” tiene varios disfraces, desde expresiones fascistas, hasta social demócratas de una izquierda edulcorada.
Con el presunto narcotraficante Sebastián Marset todavía prófugo, el Presidente hizo un inesperado recorrido por la historia contemporánea del narcotráfico en Bolivia y su relación con sucesivos gobiernos, desde la narcodictadura de Luis García Meza en 1980 y los narcovínculos destapados en 1994, hasta el narcoavión de Amado Pacheco en el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. Todo para decir que la lucha contra las mafias fue siempre difícil.
En un discurso más bien breve, tal vez porque hay menos agenda por destacar o más por eludir, el presidente dejó fuera los temas candentes del último semestre. En ese sentido, tal vez, fue la más intrascendente de sus intervenciones, aunque los indicadores hayan mejorado y le permitan compararse favorablemente con Evo Morales.
En cierta forma Arce se comparó con sí mismo, con el “artífice” del modelo que gozó de la máxima confianza de Morales, con el ministro de economía que figuró en los rankings internacionales, con el supuesto autor de los milagros que han comenzado a perder creyentes, y todo para caminar hacia el 2025 con discurso propio.
Hernán Terrazas es periodista.