El 14 de julio de 1985, Hugo Banzer
Suárez (ADN), expresidente militar entre 1971 y 1978, ganó las elecciones
generales, incluso en las minas nacionalizadas, en El Alto, Achacachi, los
barrios pobres y el campo. Todos ellos eran antes bastiones de la oposición de
izquierda —UDP, MNR-I, MIR, PCB, la COB y varias facciones—, derrotados tras
tres años de desgobierno populista que provocó la hiperinflación anual
proyectada de 24.000%, la más alta de nuestra historia.
Seis meses antes, Banzer me llamó para
invitarme a ser candidato a alcalde de La Paz, lo cual fue sorpresivo pues
siendo que yo había coordinado la plataforma electoral de ADN y, especialmente,
el Programa económico de ajuste antiinflacionario, lógicamente aspiraba al
cargo de ministro de Planeamiento o Hacienda.
Pero Banzer tenía otros planes para mí y
para el partido. Me dijo que, aunque él encabezaba las encuestas y
probablemente ganaría las elecciones, no sería ungido como presidente por el
Congreso –equivalente a la segunda vuelta electoral que probablemente se
realice por primera vez el próximo 19 de octubre– porque, en su opinión, sería
poco probable que los políticos electos votaran por un exdictador militar. Pero,
principalmente, creía que las medidas económicas y reformas que se tenían que
adoptar serían menos resistidas si las aplicaba un presidente civil con un
historial revolucionario como el Dr. Víctor Paz Estenssoro, segundo en la
elección. “Yo esperaré. Ya llegará mi tiempo”, me dijo. Yo quedé pasmado. Tenía
la presidencia a su alcance, pero decidía cederla a su contendiente.
“Necesitamos que nuestro partido esté
representado en un cargo de visibilidad nacional, y ese es el alcalde de La Paz”,
me dijo. “¿Y Mario Mercado?”, pregunté. “Tenemos que preparar el futuro de ADN”,
respondió.
Así, en esa elección fui elegido –bajo el impulso de su arrastre político– el
primer alcalde democrático de La Paz desde la gestión del patricio don Eduardo Sáenz
García en 1949, año en que yo nací. Fue la primera de cuatro gestiones que
ejercí.
En agosto de 1985 corría el plazo que el presidente Paz había dado al presidente del Senado, Gonzalo Sánchez de Lozada, para adaptar el plan de ADN con las recomendaciones del joven profesor de Harvard Jeffrey Sachs y producir el famoso decreto 21060 que rescató la economía y salvó al país de la quiebra, decretado el 29 de agosto. ¡Veintitrés días después!
El 27 de ese mes, yo visitaba a Banzer en su domicilio de Santa Cruz para recibir su orientación antes de asumir la alcaldía el 13 de septiembre. Sonó el teléfono y entró su pequeño nieto: “Te llama el presidente, abuelo”, le dijo alegre. “Algún amigo bromista”, me dijo con un guiño. Era verdaderamente el presidente Paz, invitando a Banzer a volar a La Paz al día siguiente, ofreciéndole el avión presidencial, para reunirse antes de aprobar las medidas económicas.
Banzer le explicó que viajaría con su
esposa a un chequeo médico en Estados Unidos y no podía aceptar su invitación.
Pero, sabiendo de mi relación con el Dr. Paz, me pidió volar a La Paz e ir a
verlo en su representación. Esa misma noche hablé con el presidente por
teléfono y me dijo: “…mañana tenemos Consejo de Ministros que durará muchas
horas. Si no estoy muy cansado, lo llamo para reunirme entonces o al día
siguiente”.
La sesión de gabinete fue la más larga de la que se tenga memoria: 18 horas
continuas. Los ministros fueron enclaustrados hasta producir “humo blanco”. Se cuenta que algunos colapsaban sobre la
mesa, mientras Paz, con sus 79 años, no cedía un palmo hasta convencer a su vicepresidente
y a Guillermo Bedregal de adoptar las medidas liberales de ajuste y reforma
económica que salvaron a Bolivia “…que se nos moría”.
El famoso decreto 21060 rigió por más de 20 años, dando un marco institucional que mantuvo la estabilidad económica, atrajo inversiones petroleras internacionales, permitió concluir la exploración, certificar reservas, negociar el contrato de venta (1993), licitar y construir el gaseoducto al Brasil, y finalmente, abrir las válvulas para exportar gas a San Pablo en 2003. Era la concreción de la Carta de Intenciones firmada casi 30 años antes por Banzer y Geisel, presidentes de Bolivia y Brasil, y llevada a cabo continuamente por sucesivos gobiernos nacionales.
Se inauguraba el periodo de mayores ingresos por concepto de exportación de la historia boliviana, con más de 60.000 millones de dólares en los siguientes 20 años. Un auge que, sin embargo, fue dilapidado por los dos desgobiernos del MAS, devolviéndonos a la crisis y al desorden institucional, con la mayor corrupción de la que se tenga memoria desde la UDP, 40 años atrás.
Ronald MacLean Abaroa enseñó en Harvard; fue alcalde de La Paz y ministro de Estado.