La noticia se conoció hace muy poco. El diario Infobae informó el joven Sergio Camello, héroe de la selección de fútbol de España que ganó el oro en la última olimpiada celebrada en Paris, conmovió al mundo del fútbol al explicar por qué rechaza los lujos.
“El jugador, que lleva un gol en estas primeras cuatro fechas de la Liga de España, se reveló como un futbolista que no vive en la ‘burbuja’, tal como suele acusarse a muchos deportistas de élite. Por el contrario, rompe con el estereotipo. En una entrevista con el diario ABC, compartió detalles de su vida que dejan al descubierto una profunda humildad y una conexión emocional con sus raíces”, sigue el diario y añade que Camello afirmó: “Le doy mucho valor al dinero que gano. Con mi familia no éramos pobres, pero siempre fuimos muy humildes. Tanto mi hermano gemelo como yo siempre valoramos todo lo que nos daban nuestros padres”.
En cuanto a su estilo de vida, Camello dejó en claro que evita el lujo innecesario al que muchas veces se asocia a los futbolistas: “Seguro que no me verás vestido con ropa de marca o con un jersey de 600 euros cuando mi madre gana 700 euros al mes, así que prefiero coger los 600 euros y regalarlos”, dijo añadiendo a continuación: “Ni siquiera tengo un reloj. No creo que pueda tener un reloj muy caro si miro a mi hermano y él no tiene uno”.
Suena raro, porque el mundo en que vivimos lamentablemente admira a quienes tienen mucho dinero y, pese a eso, quieren tener aún más. Es común leer comentarios en sentido de que tal o cual futbolista triunfó en la vida, porque es propietario de una o más viviendas de lujo, porque tiene varios autos de primerísima marca, porque gana millones y millones de euros o de dólares… mientras otros seres humanos duermen en las calles de las ciudades, tienen que caminar kilómetros para conseguir agua o están sometidos a inhumanos y salvajes bombardeos, o son víctimas de persecución y tortura por su forma de pensar.
Se trata, sin lugar a duda, de una actitud muy diferente a la de aquellos que acceden al poder a nombre de los pobres y explotados y, una vez llegados “al árbol”, sólo se ocupan de robar y robar, para beneficio propio y de sus familiares; sólo se ocupan de conseguir para sus hijos y parientes jugosos recursos que les reportan la posibilidad de adquirir viviendas de lujo sin tener idea de lo que a muchos les cuesta conseguir lo indispensable para sobrevivir. Llegan al árbol y no quieren dejarlo, porque además de dinero, el poder les da varias posibilidades de distracciones de todo tipo, como ir a ver partidos inaugurales de campeonatos de fútbol, a eventos de Miss Universo (sí, esos en los que las mujeres son objetivadas escandalosamente), aprovecharse de jovencitas o de esposas de presos políticos, y un largo etcétera.
Felizmente, Camello no es la única persona que piensa y actúa de manera diferente. Está transitando por el camino que alguna vez recorrieron Dom Helder Cámara, el obispo brasileño de Recife que fue acusado de comunista por la dictadura brasileña; monseñor Oscar Arnulfo Romero, que hizo una opción preferencial por los pobres y fue asesinado mientras celebraba misa por la dictadura salvadoreña en marzo de 1980; Luis Espinal, que sufrió el mismo destino a manos de los paramilitares de Luis García Mesa y Luis Arce, que se hicieron del poder meses después de su asesinato; de la madre Teresa de Calcuta, la Hermana Dulce, san Francisco de Asís, Mahatma Gandhi, Martin Luther King y varios otros hombres y mujeres que muestran que las posibilidades de construir un mundo mejor.
A raíz de este tipo de prácticas, resuenan en nuestros oídos las palabras de san Ambrosio de Milán, que vivió entre los años 340 y 397 d.C.: “¿Hasta dónde pretenden llevar, ricos, su codicia insensata? ¿Acaso son los únicos habitantes de la tierra? ¿Por qué expulsan de sus posesiones a los que tienen su misma naturaleza y vindican para ustedes solos la posesión de toda la tierra? En común ha sido creada la tierra para todos, ricos y pobres; ¿Por qué se arrogan ustedes el derecho exclusivo del suelo? Nadie es rico por naturaleza, pues ésta engendra igualmente pobres a todos. Nacemos desnudos y sin oro ni plata. Desnudos vemos la luz del sol por primera vez, necesitados de alimentos, vestido y bebidas; desnudos recibe la tierra a los que salieron de ella, y nadie puede encerrar con él en su sepulcro los límites de sus posesiones. Un pedazo estrecho de tierra es bastante a la hora de la muerte, lo mismo para el pobre que para el rico; y la tierra, que no fue suficiente para calmar la ambición del rico, lo cubre entonces totalmente”.
Carlos Derpic es abogado.