Amparo Carvajal ha vencido gracias a
atributos excepcionales como su coraje, templanza y fe. Las columnas y las
viñetas que se han publicado abundan en ensalzarla, unas veces con objetivos
santos, otras con el más barato fin de frotarse con su percibida santidad.
La vigilia de Carvajal ha sido de tal modo el triunfo de la vulnerabilidad contra el poder que a algunos les da pistas de cómo ponerle freno al abuso. Claro que uno se pregunta cuántas Amparos hay a la vista que puedan hacer de su vulnerabilidad y valor el rincón en el cual el poder sea impotente. Contra quienes no tienen esa fragilidad, el poder ha sido implacable. Vean a Añez y a Camacho.
Los adversarios de Amparo que provocaron su vigilia son deleznables. Al grado que compararla con ellos es inicuo. El propio camino de Edgar Salazar y sus segundos es oscuro, con rastros de mal proceder como la falta de pago de pensiones familiares y evidencias de malas artes, como inhabilitar cerraduras, tarea propia de los hampones.
Poner a Amparo bajo el estándar de sus rivales en la Asamblea es hacerle un flaco favor. El listón es bajo, complaciente para la militancia, pero insuficiente para construir ejemplos. Que unas sabandijas se comporten de una manera no es suficiente para juzgar a esa luz la conducta de la ejemplaridad.
Por ejemplo, en su columna Amparo de Bolivia, Andrés Gómez hace un repaso de la vida de Amparo Carvajal. Con un cierto aire hagiográfico, Andrés discurre acerca de la remarcable vida de la defensora de derechos humanos. No obstante, se encuentra un vacío en ese recuento y es qué pasó con Amparo en el ínterin 2019-2020.
Para algunos, quizá Amparo no debió decir nada de Senkata y Sacaba o le pudo ser indiferente la suerte de Patricia Hermosa, encarcelada en ese tiempo. Para esa óptica, las faltas del MAS y su indolencia con el sufrimiento de sus contrarios no haría merecedores a los masistas de la sensibilidad que ellos no muestran. O quizá Amparo pudo ver con frialdad realista que más bien no hubo más muertos y víctimas en 2019 y que ninguna transición extrema se hace sin romper huevos. Pero ese ha de ser el prisma de un político o de un filósofo; difícilmente el de un luchador de derechos humanos. Al MAS pueden no interesarle las víctimas de la Calancha, pero la CIDH se pronunció sobre ellas. Inversamente, a un defensor de derechos humanos puede caerle mal Evo Morales, pero el afán del primero no debe cejar ni cuando las víctimas son del MAS.
Una explicación atendible sobre por qué la acción de Carvajal en 2019-2020 no fue la de otros casos, no es si los de Senkata y Sacaba merecieron su suerte o la tentaron demasiado, o si Patricia Hermosa se metió donde no debía. Aparentemente, en medio de los sucesos de 2019 y 2020, Carvajal tuvo que atender el cáncer que la aqueja. Aun así, una cierta falta de contundencia pública en esos temas pone en cuestión esa explicación. La guía moral de Amparo sería necesaria para esos episodios cubiertos de polémica.
El MAS no perdona que Amparo defendiera a Jeanine Añez y quizá también los acercamientos de Amparo con Camacho fueron mucho alineamiento para el gusto oficialista. Cualquiera sea el caso, es difícil perfilar la posición de Amparo acerca de Senkata y Sacaba o de las detenciones resueltas por la Fiscalía entonces. Tal vez Amparo cayó, como muchos, en el azoro ante la enormidad de los sucesos de 2019 y 2020, la vileza del abandono de poder que promovió Evo y simplemente no supo cómo actuar.
Es entendible que, ante el tamaño de la victoria de Amparo contra el poder, se la glorifique hasta para usarla como proyectil. Ahora que ha ganado, empero, ella merece no solo esos regalos griegos o el oropel, sino la fiel compañía de la verdad. Para un defensor de derechos humanos, preservar su papel debe ser el caso incluso cuando las violaciones ocurren contra los del campo que le es hostil. En estas circunstancias, una santa para una de las tribus no es poco, pero al país también le vendría bien intentar trascender la vida tribal.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.