Desde que el humano es humano, el modo de
enamorarnos ha cambiado de acuerdo a la época y a la latitud de cada quien. Si
pensamos en nuestros padres o abuelos, sus experiencias amorosas son muy
distintas de las nuestras y sin duda las nuestras lo serán de las de nuestros
hijos.
Hubo una época, no hace mucho, en la que el amor y el matrimonio no necesariamente eran lo mismo pues mientras el primero a menudo se daba sin lograr concretar formar una familia por las diferencias sociales de los enamorados, el segundo solía ser visto más como un negocio y acordado por los padres. Mi generación se escandalizaba ante la idea de que los padres impusieran algo tan trascendental en la vida como lo es el matrimonio y acusaban a este hecho de ser la causa de la infelicidad en las parejas.
Peeero ya llevamos bastantes años eligiendo con quien casarnos y, a juzgar por las estadísticas, tampoco lo estamos haciendo muy bien. En serio, un informe de 2014 del Comité Pro Familia afirma que siete de cada diez matrimonios en Bolivia terminan en divorcio y aunque alguien dirá “claro, es que ahora por lo menos hay divorcio”, el punto es que ya sea por imposición o por elección, nada garantiza que un matrimonio sea exitoso y feliz.
¿Será el modo en que nos conocemos? Antes uno se conocía en la universidad, en algún evento social o en el trabajo. Ahora son muchas más las personas que se conocen a partir de las redes sociales, de aplicaciones de citas o incluso de “citas rápidas” que organizan cafés o restaurantes en las grandes ciudades del país, donde te sientas al azar con alguien y después de una breve charla deciden si hay o no hay química.
Es lindo porque puedes encontrar al amor de tu vida en algún lugar lejano e ir a conocerle o que venga donde tú estás; si las cosas salen bien, puedes contar la aventura pensado que es un milagro, pero si salen mal, podrías hasta ser víctima de una estafa. Dicen que las redes están llenas de mentiras y de fachadas, pero vamos, no son las redes, somos los humanos los que acostumbramos mentir e inventar cosas, las redes sólo han ampliado las posibilidades y el radio de acción.
A pesar de todo este avance, los seres humanos del siglo XXI encontramos dificultades para enamorarnos, algunos dicen que es debido a que nuestras expectativas se han elevado, otros creen que las sociedades de alto consumo en las que nos estamos convirtiendo nos impiden comprometernos de por vida con alguien, mucho peor si ese alguien no tiene las cualidades que deseamos que tenga, porque la mentalidad del mercado nos lleva a buscar opciones convenientes y adecuadas a nosotros, cual si el amor fuera un ítem de compra más y como tal ítem de compra, si se desgasta o aparece en el mercado una oferta más moderna y novedosa, podemos descartar el anterior y abrazar el nuevo.
Pero queremos amar. Eso se ve por el gran éxito que tienen gurús, coaches y otros que hablan del amor, de las relaciones de pareja, de sanar, de las red flags, etc. Tengo que aceptar que estas generaciones se toman más seriamente el amor pues en mi tiempo nos importaba que nos guste, que nos quiera y que quiera algo serio. Además, las mujeres tenían bien claro que si un hombre les gustaba, debían esperar a que las cortejara, se hacían rogar un poco, “nunca decir sí a la primera”. Ahora las chicas dicen “no, es no” y los papás que aconsejan a sus hijos ser perseverantes probablemente los exponen a ser acusados de acosadores.
El otro asunto son los roles de género. Antes el hombre iba a trabajar y mantenía la casa mientras la mujer criaba a los hijos y se hacía cargo del hogar. Ahora las cosas son más complejas, las mujeres trabajan además que hay hombres que encuentran comodidad y plenitud en las labores de casa; ha surgido la pelea del famoso 50/50 porque los hombres ya no quieren pagar la cuenta del restaurante o del bar a manera de protesta ante el hecho de que las mujeres ya no quieren hacer labores de casa, esa es otra razón para discusiones.
Ante todo eso, la posibilidad de tener una relación exitosa se complica más debido al carácter infantil de las sociedades actuales, y no lo digo de manera peyorativa sino para hacer notar que buscamos la libertad del adulto, pero sin dejar los privilegios de los niños de ser exentos de enfrentar los problemas del mundo real.
Esa condición nos da jóvenes que viven en la casa de sus padres sin que nadie les urja a dejarla, gente que no tiene como objetivo el matrimonio y le gusta más estar disponible, ganando dinero o estudiando. Esto no es malo en sí mismo, pero el lado feo y preocupante es que más allá de la voluntad, está la imposibilidad de asumir el compromiso.
Desde el año pasado hay noticias de personas que se casan con muñecos de trapo, con hologramas o con personajes ficticios. ¿Será este el resultado de nuestra incapacidad de amar y de aceptarle? ¿Estamos tan sumidos en la mentalidad del mercado que buscamos sólo lo que nos satisface y en el entendido de que el amor es todo lo contrario pues es poner las necesidades de la otra persona por encima de las propias, estamos tratando de vivir el sueño de amar, pero sin arriesgar los intereses propios?
¿Será tal vez que el fenómeno de la legalización del divorcio nos está afectando? Muchos hijos de padres divorciados conocen de cerca el dolor de terminar algo que creíamos para siempre, al mismo tiempo que quienes han pasado por un divorcio o por una relación fallida, se sienten muy afectados y les cuesta reinsertarse en el mundo de las relaciones.
¿Alguna vez han amado? ¿Cuándo? El amor y las relaciones son una más de las facetas de la vida humana que se están viendo afectadas por la modernidad, el mundo del mercado y el auge de las telecomunicaciones. Pero al final de cuentas, hay cosas que no dejan de ser verdad nunca, y una de ellas es que no hay por qué preocuparse si nos rompen en el corazón, después de todo los corazones han sido hechos para romperse.