En menos de 48 horas el gobierno dio algunas señales curiosas. No se puede decir alentadoras, porque las cosas cambian de un día para el otro, pero hay que apuntarlas.
Que el ministro de Justicia haya abierto la posibilidad de logar un nuevo consenso para la reforma de la justicia con las fuerzas de oposición, no deja de sonar bien. Que se haya suspendido la convocatoria a los postulantes, también es un paso interesante.
Con seguridad cualquier respuesta favorable de los opositores tendrá algunas condiciones. En el caso de Comunidad Ciudadana, que dejen de hostigar con juicios de todo y de nada a Carlos Mesa, y en el de Creemos, que liberen a Luis Fernando Camacho. Por un mínimo de consecuencia con su intención de cambiar la justicia, el ejecutivo debería dar un paso en esa dirección.
La justicia es un asunto muy sensible y por supuesto que ineludible en la agenda de un presidente que quiere ser candidato el 2025. Tal vez por eso el cambio repentino de actitud, un súbito ataque de apertura, luego de más de dos años de intolerancia, para acercarse a algunos sectores que comenzaron a advertir en la conducta de Arce los mismos vicios que la de Evo. Una rápida respuesta a la solicitud de la ex ministra Roca, quien solicitó la mediación presidencial para lograr que se autorice su salida al exterior para un tratamiento médico, insinúa algo más de sensibilidad.
Los “ataques” afectan a otros en el gobierno. El vicepresidente, por ejemplo, reconoció que la justicia se cae a pedazos. Obviamente, no es un mal de hoy, sino de hace muchos años, sobre todo de los últimos 17, cuando el partido de gobierno convirtió el aparato judicial en un apéndice el órgano ejecutivo. De todas maneras, no está mal que David Choquehuanca haga estas observaciones sobre los escombros de un poder colapsado.
¿Será que hay que creer en estos cambios inesperados? Eso se verá con el tiempo, aunque los antecedentes no sean como para echar campanas a volar, sobre todo en el caso del ministro Iván Lima, que entró con ínfulas de reformador y se convirtió en el principal operador gubernamental en el propósito de someter a la justicia.
La “aperturitis” también afecta al ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, quien de buenas a primeras se acercó a los cocaleros de los Yungas e incluso bailó en la calle con la negra Tomasa, uno de los símbolos de esa organización. Castillo sabe que el Chapare es campo minado y por eso ahora cambia el rumbo de sus preferencias.
La idea, seguramente, es trabajar con los sectores sociales que no son afines a Evo e ir sembrando acuerdos para cosechar después respaldos en tiempos electorales.
El presidente Arce sabe que, a partir de ahora, la gestión es campaña. Y tal vez por eso haya comenzado a aparecer con más frecuencia, mostrando su poder luego de llegar a un acuerdo salarial con la COB y participando también con entusiasmo de una reunión con los senadores, propios y ajenos, que allanaron el camino para la sanción de la Ley del Oro.
En campaña más vale hacer amigos, que sumar enemigos, o por lo menos hay que dar esa impresión, sobre todo en tiempos de crisis económica.
Mientras la economía iba bien, Arce no tenía necesidad de hacer algunos ajustes en la imagen de su gobierno, pero ahora que los números no dan y la plata comienza a faltar en los bolsillos de la gente, no le queda más que compartir un poco de poder en algunas decisiones que involucran a todos, como la justicia, por ejemplo.
En lo económico, hay sensaciones que pasan a ser constataciones. El alza de precios es una de ellas. Prácticamente no hay precio que se mantenga en los mercados y en los supermercados las maquinitas trabajan para acelerar las nuevas etiquetas. Más temprano que tarde todo ese malestar comenzará a reflejarse en la percepción y evaluación que el ciudadano hace sobre el gobierno.
Evo Morales, en cambio, parece haber perdido un poco la brújula. La presión que ejercía sobre los asambleístas ya no le genera buenos resultados y la fuerza de la representación cocalera del Chapare ya es insuficiente, independientemente de los altos cargos que ocupan algunos dirigentes en las directivas camarales.
Incluso el “grupo de choque” contra la corrupción, encabezado por el ex ministro Carlos Romero, dejó de tener efectividad. El intercambio de acusaciones deja heridos y contusos en uno y otro frente y, al final, el “empate” es catástrofe para ambos lados.
En materia de culpas en el manejo económico, Morales sabe que no funciona aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, porque el MAS sigue en el gobierno, aunque él no esté. Así que, por ese lado, tampoco tiene muchas posibilidades de generar problemas.
Por primera vez en mucho tiempo, el MAS necesita reconquistar a un ciudadano escéptico y cada vez más golpeado por la crisis. Las señales de que algo traman son evidentes.