Con la esperanza en que el Vicepresidente del Estado, si se
entera de esta columna, no se enoje, me referiré a las elecciones que se
realizaron el domingo en España.
Me impresionó de sobre manera que se conozcan los resultados oficiales hasta el fin del día (con excepción de los votos de ciudadanos españoles que viven en el exterior) y que ni perdedores ni ganadores mencionen en ninguna declaración la comisión de fraude electoral.
Es particularmente importante este tema para nosotros y nuestra región, donde las acusaciones de fraude se han convertido en un arma de lucha política, utilizada con irresponsabilidad y quienes lo hacen ni se dan cuenta de que al hacerlo ponen en duda su propia legitimidad.
En este tema, coincidiremos, no estamos en concierto con España, particularmente desde 2009. Pero, en muchas actuaciones somos muy parecidos. Me llamó la atención que todos se declararon ganadores: los que de veras ganaron, aunque sin la contundencia que esperaban, pero también los que le seguían. Me hizo recuerdo a aquellos añorados tiempos de la democracia pactada en el país donde hasta el partido que generalmente se abstenía, el Partido Obrero Revolucionario (POR) aseguraba ser el vencedor al sumar votos blancos, nulos y la abstención, porque aseguraba que esa actitud respondía a su consigna.
En el caso español los más autocríticos fueron los dirigentes de Vox y Podemos, al reconocer que les fue mal en los comicios, pero las razones fundamentales de ese resultado no eran por lo que ellos hicieron o dejaron de hacer, sino que achacaron la culpa a los otros. Vox al Parito Popular y Podemos a Sumar. En este sentido aseguraron que los resultados no fueron los esperados porque esas agrupaciones, respectivamente, no los valoraron como corresponde.
En todo caso se observa que Vox y Podemos son los dos lados de la moneda del fanatismo y el autoritarismo, los unos reclamándose de la derecha, los otros de la izquierda, los dos respetuosos de Rusia y Putin, con una actitud displicente respecto a Irán. Además, como se ha visto en los últimos años radicalizan sus posiciones sin siquiera interesarse por entender a la gente, sino asumiendo ser sus verdaderos guías. Es posible pensar que en el país tenemos símiles de ambas corrientes que nos complican la vida, porque como la realidad es la que ellos creen que es, hoy pueden decir una cosa y mañana otra convulsionando un sistema democrático que, pese a sus limitaciones, parece ser el mejor para convivir pacíficamente.
Ahora España se enfrenta a que quien ganó no pueda formar un gobierno y que lo haga el segundo, que si tampoco puede formarlo, se deberá convocar a nuevas elecciones.
Mientras tanto, con un inicial sigilo, el ministro de Defensa, Edmundo Novillo, partió a Irán, donde firmó un acuerdo de cooperación militar, provocando la reacción adversa del gobierno de Argentina, de cuya amistad el Presidente y el expresidente fugado no dudan. Aprovechó la ocasión para elogiar el sistema político de esa nación, teocrático y autoritario, que tiene relegadas a las mujeres y viola sistemáticamente los derechos humanos. Causa gracia, sin duda, que un disciplinado comunista haya pasado de ser ateo militante a admirador de un sistema que no puede ser más retrógrado y contradictorio a lo que se aprendía en los manuales del Partido Comunista de Bolivia.
Y pese a las recomendaciones de sus socios del socialismo del Siglo XXI, la lucha interna entre las corrientes evistas y arcistas del MAS se mantiene, mientras se siguen formando agrupaciones en el campo opositor para, no se sabe cómo, conformar un frente único en las próximas elecciones.
España, no más, tiene algo que ver con nosotros…
Juan Cristóbal Soruco es periodista.