No está mal la primera imagen del primer gabinete del presidente argentino, Javier Milei. En la mesa de sesiones aparecen ocupadas solo 9 de las 18 sillas y se cumple así el primer objetivo de reducción del aparato público. Y un detalle más: en lugar de las tradicionales y abundantes medialunas y café sobre la mesa, solo un vaso de agua por cada ministro. Austeridad, dicen.
Y es que se tiene previsto que mañana el nuevo ministro de Economía, Luis Caputo, anuncie el alcance de un paquete de medidas económicas que se presume será muy duro y de impacto, acorde con el “desastroso” diagnóstico presentado por Milei en su breve, pero contundente mensaje de toma de posesión.
Otra de las decisiones fue la de revisar todas las contrataciones estatales, para ver si hay gato encerrado, y verificar si, durante las semanas previas al cambio de mando, hubo funcionarios que pasaron a “planta” para forzar la permanencia en el cargo. Son las avivadas de última hora que ocurren hasta en las mejores familias. El mandatario argentino necesitaba de entrada plantear lo que los especialistas llaman una línea de base, es decir el cuadro de situación o punto de partida desde el que arranca su gestión.
“Hasta aquí cómo dejaron las cosas los que se fueron y de aquí en más qué es lo que me propongo para superar los problemas”. Y mientras tanto, vayan unas cuantas decisiones e imágenes simbólicas para demostrar que lo de la motosierra no era solo un recurso de campaña.
En la escuela de gobierno, esta sería como una primera lección para casos en que las nuevas autoridades asuman en medio del caos y de una quiebra virtual del Estado: ajustarse los cinturones primero y luego pedir sacrificios a la gente. Que funcione o no, ya es cosa de cómo se muevan los adversarios políticos y de qué obstáculos pongan. Pero pintar un panorama dramático, al estilo de la promesa de “sangre, sudor y lágrimas” de Winston Churchill, cuando asumió la conducción de Gran Bretaña en plena Segunda Guerra Mundial, o la del más cercano, Víctor Paz Estenssoro, “Bolivia se nos muere”, en su primer discurso ante un país golpeado por la hiperinflación, es un recurso clave para minimizar algunas consecuencias.
La imagen y los golpes de efecto lo son todo en esos primeros días, sobre todo cuando se pretende que el cambio que viene sea real y cuando los caminos de solución pasan ineludiblemente por etapas que tienen secuelas para el bienestar de la gente. Más golpeados no pueden estar los argentinos, y más decepcionados tampoco, lo que posiblemente influya, paradójicamente, para que Milei tenga más allá de los 100 días clásicos para poder mostrar los resultados del cambio de rumbo.
El mandatario argentino cuenta, por el momento, con que sus adversarios directos, lo que queda del Kirchnerismo y parte del justicialismo “izquierdizado” se baten en retirada hacia otros países, un exilio que seguramente se prolongará hasta que amaine el temporal de los cuestionamientos y las denuncias que, por ahora, vienen en cascada.
A todo esto, seguramente habría sido bueno que el presidente Luis Arce asista a la toma de posesión de Milei y que no desaire de entrada al mandatario de un país vecino con el que nos unen muchos intereses comunes. Pero, además, tal vez Arce pudo haber regresado con buenas ideas, considerando que la situación económica de Bolivia no es tan diferente a la de Argentina y que podría agravarse en los próximos meses si no se toman algunas medidas.
Sin ir más lejos, no estaría mal reducir el presupuesto de alimentación de Palacio de Gobierno, que hasta hace muy poco pasaba de los Bs. 7000 diarios, es decir 30 mil dólares mensuales aproximadamente. No se trata, claro, de solo dar un vaso de agua al presidente, pero podría considerarse la posibilidad de que la mitad o más del personal vaya a comer fuera.
Con relación a las contrataciones estatales, sobre todo después de los hundimientos y derrumbes con los que se estrenó la doble vía del Sillar, en la carretera que une Cochabamba con Santa Cruz, el gobierno no debería pensar solo en las culpas de la empresa china, que seguramente las tiene, sino en la negligencia cómplice de los supervisores de la Administradora Boliviana de Carreteras, ABC, que dejaron pasar graves errores técnicos en la obra. Eso para el caso presente y para el de otras obras que se hallan en ejecución.
Tampoco es tarde para una disminución de los ministerios. Si Argentina, con más de 40 millones de habitantes y 2,7 millones de kilómetros cuadrados de extensión puede ser administrada con nueve despachos ministeriales, con mayor razón Bolivia, con 12 millones de habitantes y casi 1,1 millones de kilómetros cuadrados, podría considerar reducir los 22 ministerios que ahora insumen una parte no despreciable del Presupuesto General del Estado.
Y claro, sincerarse no estaría demás. No al extremo de decir que “Bolivia se nos muere”, pero por lo menos, si no es mucho pedir, decir la verdad sobre la situación económica del país y no continuar con la cháchara de que tenemos la economía más estable y la inflación más baja.
No se trata de decir adiós a las medialunas, aunque buena falta que hace reducir la cantidad de salteñas en el sector público, sino de comenzar actuar con un sentido de responsabilidad para que, de aquí a dos años, quien venga pueda todavía hacer un diagnóstico y no una autopsia.