¡Qué añito el que nos tocó vivir! ¡Qué bueno que esté finalizando! ¿Diría Ud. que el 2023 no fue fácil? Catalogarlo si fue bueno o malo dependerá del color del lente con el que se mire. Habrá quienes digan lo primero, mientras otros dirán lo opuesto. Todo dependerá del subjetivismo de cada persona para calificarlo de una u otra manera.
¿Cómo resolver las serias discrepancias de opinión que surgen a la hora de valorar cómo le fue al país en 2023 y qué nos deparará el 2024? Las cifras pueden ayudar a eliminar la controversia que supone el aseverar si un vaso con el agua hasta la mitad está medio lleno o medio vacío…
Hay quienes opinan que a Bolivia le fue “de la patada” este año y esgrimen como argumentos, que el Producto Interno Bruto (PIB) tuvo un débil crecimiento; el déficit fiscal se repitió por décimo año consecutivo; el endeudamiento público continúa subiendo; las Reservas Internacionales Netas (RIN) del Banco Central de Bolivia siguen bajando, siendo hoy menos de la quinta parte de su máximo nivel del 2014; la inflación está reprimida; el bajo nivel de desocupación no es tal…
Del otro lado, la visión es diametralmente opuesta: Bolivia es uno de los países que más crece; el déficit fiscal se justifica por la inversión estatal en la industrialización del país, así como para otorgar subvenciones en función de la estabilidad; la deuda pública externa está por debajo del umbral recomendado por organismos internacionales, de ahí que, incluso, podemos endeudarnos más todavía; de las RIN, aunque se dosifica la evidencia, se dice que la situación está controlada; que la estabilidad es un patrimonio del pueblo, de ahí que, cualquier medida para controlar la subida de precios, es buena; finalmente, se insiste en que la desocupación es una de las más bajas del mundo.
Así las cosas, los primeros ven el vaso medio vacío, mientras que los segundos lo ven casi lleno, pero ¿qué dicen los números al respecto?
“A la luz de los indicadores que deja la gestión 2023, urge tomar decisiones inteligentes y valientes, la hora del sinceramiento ha llegado. El Instituto Nacional de Estadística (INE) da cuenta que Bolivia crece; que hay baja inflación; que la desocupación ha caído, es verdad, pero, del análisis de tales indicadores y otros relacionados -déficit fiscal, deuda pública, nivel de Reservas Internacionales Netas, acceso a los dólares, abastecimiento de combustibles- debemos respondernos desapasionadamente: ¿Crecer por debajo del 3% es lo mejor que podemos hacer? ¿Quién garantiza que la inflación menor al 1,5% de hoy se mantenga a futuro? ¿Los empleos son dignos y de calidad? Y, algo de fondo: ¿Estamos dando la importancia que merece el comercio exterior, siendo que tiene que ver directamente con el desempeño de la economía, la estabilidad y la calidad de vida de las personas?”, fueron las preguntas lanzadas recientemente por el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) en su evaluación del desempeño económico anual, con foco en las exportaciones e importaciones.
El gobierno había estimado en el Presupuesto General del Estado (PGE) para 2023, que el PIB del país crecería este año un 4,86% -algo que definitivamente no se cumplirá- siendo los pronósticos de los organismos internacionales que Bolivia crezca alrededor del 2%, mientras que el gobierno revisó hacia la baja su pronóstico, a un nivel del 3%; el PGE establecía, también, una inflación del 3,57% cuando, en realidad, será menor; en cuanto al déficit, se había anunciado que sería del 7,5% y todo parece indicar que así será, mientras que la tasa de desocupación habría caído a menos del 4%. Estos son los resultados de insistir en un modelo que basa el crecimiento en el “motorcito de la demanda interna”, con la inversión pública como pivote, a costa de un mayor endeudamiento.
Más allá de que si estamos bien o mal, para que Bolivia crezca más, para garantizar la estabilidad a futuro y superar la precarización del empleo, por la creciente informalización de la economía, bueno sería un trabajo sinérgico público-privado que apunte a resolver lo que pasa en el comercio exterior del país que, después de tres años de superávits, consagra un déficit al mes de octubre, por el desplome de las exportaciones, a diferencia de las importaciones que prácticamente se mantienen sin cambios. Efectivamente, las exportaciones a octubre bajaron 22% en valor y 17% en volumen, cayendo más de 2.500 millones de dólares y 2,2 millones de toneladas, mientras que las importaciones bajaron sólo 2% en valor pero subieron 2% en volumen, confirmando que -así la exportación decaiga- la importación se mantiene, pues Bolivia depende fuertemente del abastecimiento externo de combustibles, insumos, bienes de capital y equipos de transporte, de ahí la importancia de que no falten dólares en el país.
Si la exportación puede ayudar a ello y a que haya más crecimiento, estabilidad y empleos de calidad, de cara al 2024... ¿es mucho pedir que el Estado mejore las condiciones para invertir, producir y exportar más?
Gary Antonio Rodríguez es Economista y Magíster en Comercio Internacional