Un síntoma
importante de la crisis que atraviesa el país es que estamos viviendo
exclusivamente en función al presente. Hemos perdido referentes del pasado y
pareciera que el largo plazo es mañana. Vamos de tumbo en tumbo sin que nadie
pueda presentar un norte hacia donde podamos caminar.
Así las propuestas se van reduciendo a idealizar alguna raíz originaria mítica –creando relatos sin mayor sustento más que los buenos deseos-- y se busca desprestigiar el pasado que podríamos conocer y reconocer. Una visión que explica en algo el ansia de refundar el país que carga cada gobernante que llega a Palacio.
Esta forma de entender la vocación de poder ha llegado a extremos con el MAS, sustentado por sus intelectuales que más que analistas sistemáticos son creadores de narraciones en las que evalúan los hechos con los parámetros del presente y por quienes se han convertido en inquisidores del racismo (incentivado para disfrazar un presente sin futuro).
Esto ha sido posible porque el MAS infringió una severa derrota al mundo político vigente hasta 2006, y logró acumular el suficiente poder para concretar sus propuestas. Pudo haber ido más allá si hubiera tenido la capacidad de reciclarse oportunamente. Ahora enfrenta una crisis de proporcionas porque, por un lado, su propuesta se ha agotado no sólo por errores evidentes sino porque el aplicarlas ha generado nuevas expectativas en la sociedad. Por el otro, su discurso se reduce a la pelea entre sus caudillos bajo el principio de que deben mantenerse en el poder a como dé lugar, lo que implica mayor corrupción y autoritarismo.
De esa manera, el daño que el MAS ha hecho al debate político y al mayor entendimiento entre diferentes es muy grande. Más bien, crece la desconfianza y un sentimiento de orfandad en la gente que siente que sólo es utilizada por moros y cristianos para alcanzar sus propios fines y luego olvidar las propuestas.
Si a esa percepción se suma lo que está pasando en el mundo, la incertidumbre se agudiza y los temores aumentan.
En este escenario vivimos intensamente el presente con nuestro pasado resquebrajado y un horizonte oscuro, como seguramente pocas veces nos ha sucedido en nuestra historia.
Es en estas circunstancias se extraña a los partidos políticos como espacios para articular las diferencias buscando un futuro común y a instituciones del Estado que, con sus virtudes y vicios, daban seguridad a la ciudadanía. Y a los líderes, que antes de decir que harían lo que la gente les pedía, incluso interpelaban a sus seguidores, lo que les generaba adhesión y confianza. Y a los discursos que emanaban de sus convicciones y no de las audiencias y las encuestas.
En fin, necesitamos nuevos y viables mensajes, líderes que propongan una visión de país y cómo concretarla, seduciendo a la gente para que los sigan y con el valor para enfrentar corrientes.
Eso se construye, no es fácil y el tiempo pasa, tiempo que vivimos casi sólo en presente…
Juan Cristóbal Soruco es periodista