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Mundo | 22/03/2024   05:11

|OPINIÓN|De genocidios, masacres y otras tragedias|Saantiago Siles|

Niño palestino en Gaza/EFE

Brújula Digital|22|03|24|

Santiago Siles

Israel reconoció hace poco que disparó contra una multitud de palestinos desesperados por conseguir comida. Sí, contra civiles famélicos y enfermos que intentaban alimentarse y sobrevivir a uno de los mayores absurdos de nuestros tiempos. Casi 32.000 palestinos han sido cruel y sistemáticamente masacrados. Los imperdonables terroristas de Hamás, avivando el fuego, usan de escudo humano a todo el que esté a su paso. Hombres, mujeres y niños han perdido la vida en una manifestación de crueldad y sin sentido que a todos nos debería romper el alma. Ahí, en el infierno, nada ni nadie tiene escapatoria.

No, no podemos hacer nada que no sea a una escasa escala simbólica y discursiva. Mañana habrá más muertos, más heridos y más hambrientos. Los líderes mundiales, limitados por intereses geopolíticos y estratégicos, sólo objetarán con palabras, pidiendo a los perpetradores que maten con más delicadeza, solicitando que las bombas esquiven mágicamente a todos los inocentes.

Ante la injusticia, ante la vulgar banalización del asesinato en masa, con ministros israelís categorizando de bestias y terroristas al conjunto de personas que están atrapados en Gaza, la incomodidad y el desasosiego deberían ser lo mínimo que sintamos. Nuestra indignación compartida, una real que vaya más allá de auto exculparnos del horror, debería  hacer retumbar con más fuerza las bases de una cada vez más indiferente sociedad. Lo que está en juego, a tan lejana distancia de los hechos, es la revalorización de la solidaridad y de los preceptos que nos hacen humanos.

En una búsqueda constante de respuestas, entre irracionales e irrealizables, un par que está al alcance de todos son las de informarnos correctamente y recordar. Aún si esto sigue entrando dentro de los márgenes de la coartada moral, escuchar y reproducir los testimonios de todos aquellos que claman piedad debería ser obligatorio para nuestras conciencias. Imposibilitados de recabar los cuerpos debajo de las ruinas, debemos compartir sus voces, sus rostros y el valor de la vida que les están arrebatando. Por tanto, lo digno sería visibilizarlos y recordarlos más allá de la tragedia, contagiándonos de su resiliencia y de su profunda capacidad de sobrellevar el dolor, comprendiendo que dentro suyo todavía quedan las sonrisas, el amor y la esperanza. Obviamente, siendo este el punto de partida, debemos buscar más espacios y formas de ayudar.

En este sentido, significativo sería visibilizar el resto de contextos en los que preponderó la brutalidad. Así pues, con la marcada huella del holocausto siempre presente, sería injusto no hablar de los genocidios de Ruanda en 1994, de Camboya por parte de Pol Pot y sus Jemeres Rojos, de Srebrenica por parte de los serbios y, en el siglo XXI, con efectos todavía presentes, de los yazidíes y rohingyas.

Otras formas de masacre, configuradas a modo de guerras civiles o conflictos “menores”, todavía desangran al continente africano, teniendo escenarios de pesadilla que han sido olvidados por el poco impacto internacional que conllevan, siendo que, además, cualquier disposición catastrófica favorece intereses ajenos a los de estos países; el caos interno y el abandono es una inmoral respuesta de las potencias a las independencias del siglo XX. RD del Congo, Burkina Faso, Sudán, Somalia, Nigeria y la región del Tigray son espacios que actualmente se pueden considerar en un contexto crítico. Esto, exacerbado ilógicamente por extremismos religiosos y ejércitos que no se han podido reestructurar en espacios de paz, termina de plasmar un panorama tétrico y sin salidas a la vista. Situación similar se da en Asia, sobre todo en Medio Oriente, donde los autoritarismos, fanatismos y desequilibrios han hundido Siria, Yemen e Irak. Irán y los países fundamentalistas de la región, por su parte, tienen en un jaque troglodita e inaceptable a todas sus mujeres.

Evidenciando una descompensada relación entre el norte y el sur, está la situación de los desplazados. La beligerancia y la necesidad han llevado a 114 millones de personas a dejar sus hogares, teniendo que atravesar incontables adversidades para buscar refugio y, en ocasiones, siendo diezmados en el trayecto o en las fronteras de los países donde pretendían ingresar. Triste alusión merece Arabia Saudita, quienes han asesinado a cientos de expatriados en las lindes de su territorio.

Ucrania necesita una mención especial, donde el número de muertes estaría rondando, a lo bajo, unas 200.000 personas entre militares de ambos frentes y civiles ucranios. Putin, con su guerra y enajenación, tiene demasiada sangre en sus manos.

Por último, reflexionándome a mí mismo también, nunca es tarde para recordar que las desgracias y la pobreza están a la vuelta de la esquina. Nuestro continente, marcado por el narcotráfico y sus dictaduras, con Haití en una ebullición incontrolable de violencia, debe entrar en este dantesco mapeo del mundo. Aquí, cerca nuestro, en un contexto de inundaciones y desastre, ayudar está a la mano.

Santiago Siles Rolón es psicólogo y comentarista político.





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