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Cultura y farándula | 29/11/2024   04:40

|COMENTARIO|Su nombre es Giacomo Puccini|Pablo Mendieta|

Giacomo Puccini

Brújula Digital|29|11|24|

Pablo Mendieta Paz 

Hace cien años, el 29 de noviembre de 1924, moría en Bruselas Giacomo Puccini, “un visionario y adelantado a su época” compositor italiano que, influenciado por la música de Giuseppe Verdi y Richard Wagner, tuvo la virtud de fusionar la grandeza dramática de estos creadores con su propia sensibilidad lírica, lo cual contribuyó a que sus óperas en particular, esenciales y magníficas, se encuentren hoy entre las más representadas en el mundo.

En un breve retrato de su vida y de su música, Giacomo Puccini nació el 22 de diciembre de 1858 en Lucca (Toscana). Fue un digno heredero de una sucesión musical inaugurada por su bisabuelo, y seguida por su abuelo y por su padre, los tres reconocidos compositores en el ámbito local. Desde muy temprano, el precoz Giacomo tocaba el órgano en las iglesias, pero pronto se vio como el último de la estirpe de los Puccini músicos a raíz de la prematura muerte de su padre cuando él tenía seis años, un dramático desenlace que lo obligó más adelante a cargar sobre sus espaldas las numerosas responsabilidades familiares. Curtido precipitadamente en los avatares de la vida, de modo paulatino fue abriéndose espacio en el mundo de la música, sobre todo luego de escuchar en 1876 la imponente Aída, de Verdi, obra trascendental que motivaría su predilección por la ópera.

Gracias a recibir un aporte económico, en 1880 Puccini ingresó al Conservatorio de Milán, lugar donde expuso ideas distintas y más avanzadas que las del arte dramático italiano de entonces, caracterizado por la robustez de una escuela verista que retrataba las tramas y personajes de las óperas a partir de un riguroso realismo declamatorio, melodramático. Hábil perfeccionador de la textura, Puccini, sin sensiblerías ni recursos sentimentales, de algún modo –aunque no en plenitud pues consideraba que el verismo era una grandiosa corriente– la reformó, o le dio un nuevo aire a partir de su idiosincrasia musical, pintando sentimientos y agitando el ánimo a través de una abundancia de disonancias y juegos tímbricos extraños para la época; efectos, al fin, que serían estruendosamente aplaudidos por la crítica y el público, ya en pleno ejercicio de su carrera. 

Prueba de ello, y de toda la concepción excepcional de la música de Puccini, son, como ejemplo, las espléndidas y colosales arias Nessun dorma, de la ópera Turandot, o Vissi d’arte, de Tosca, sublimadas en nuestro tiempo por Luciano Pavarotti y María Callas respectivamente. De genio absoluto, es posible asegurar que este compositor se valió de toda su destreza y maestría –lo comprobamos cien años después– para tocar las fibras o sensibilidades de neófitos y entendidos por igual. Por ello mismo –subraya una publicación– con Puccini “la ópera ha devenido un género popular”.  

Nada más evidente. En La bohemia, en efecto, Puccini metamorfosea el aria de ópera y la esquematiza en una sucesión de recursos teatrales perfectamente naturales, como si todo fuera una actuación o un conjunto de escenas simples, honestas, que en arte mágico pudiesen ser repetidas ya en frase musical, o en texto, elevando todo a una aproximación de tono casi cinematográfico pleno de humanidad y emoción (bullicios de alegría juvenil y momentos apasionados –tan presentes estos últimos en la existencia misma de Puccini)–. En medio de esa atmósfera, surgen el aire e imagen de una Mimí protagonista y exuberante que seduce y todo lo envuelve con su canto.

Puntilloso como ninguno, Giacomo Puccini invirtió años en la composición de sus obras. Una de las que más tiempo le demandó, y tal vez la más célebre, sea Tosca, espléndida puesta en escena de cuatro personajes que se entregan a una enconada guerra. En ella, Puccini muestra una singular faceta: su simpatía en retratar a verdaderos villanos que, como Scarpia, se complace en la tortura que inflige a Tosca, una de las mujeres más bellas de Roma: “Vete, Tosca! ¡Es Scarpia quien ha dado alas al halcón de tus celos! ¡Qué prometedora es tu sospecha! ¡En tu corazón se anida Scarpia…! ¡Vete! (Te Deum).

Puccini amplió recursos para que los personajes que despierten mayor interés sean siempre mujeres, tan diferentes unas de otras, pero de identidades tan afines en su delicadeza, en su heroísmo, en su vanidad, o en su dulce fragilidad, como lo son Manon Lescaut, Tosca, Mimí, o Madame Butterfly, el personaje de amor discreto pero de franqueza imparable. Todas ellas representan la culminación y el éxtasis a que aspira e idealiza el ser humano, en oposición a los personajes masculinos que por propia naturaleza arrastran los roles más envilecidos. Y ahí, entonces, bifurca el género humano, pero nunca la música vital, sublime y siempre actual de Giacomo Puccini, luego de cien años de su muerte.

Pablo Mendieta Paz es músico.




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