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11/08/2019

Iliberalismo, el destino tortuoso del institucionalismo

Dos artículos recientes de Diego Ayo y Lupe Cajías simbolizan la extraña deriva de cierta intelectualidad institucionalista que bajo las banderas de la defensa de valores supuestamente liberales, como la democracia o la institucionalidad, han derivado en un conjunto de ideas profundamente anti-modernas y paradójicamente iliberales.
No voy a entrar en la estéril discusión sobre las características de la personalidad del actual Presidente, pues sería darles gusto a estos polemistas, transformando el debate en una competencia de argumentos cargados de bilis. Lo inquietante no es eso, sino las tesis que asumen y defienden sobre la composición de la sociedad boliviana.

Cajias construye una visión casi apocalíptica de un país en el que conviven dos civilizaciones con valores y culturas contrapuestas, en una versión simplista de la vieja dicotomía decimonónica “civilización versus barbarie”. Mundos polares organizados en torno a rasgos etnoclasistas bastante evidentes en su descripción. Pero que además son portadores de valores esencialistas, en un caso positivos y en el otro profundamente negativos. Ayo es más brutal: una mitad del país “no lee”, ergo esta despojado de la imaginación, racionalidad y hasta de la posibilidad de soñar, casi una suerte de sub-humanos.

Ambos, por supuesto, detestan a Evo, pero sus textos plantean algo más: el problema no es solo el personaje, sino que una parte significativa de la sociedad boliviana comparte sus perversiones y defectos, los cuales aparecen casi innatos.

Ambos retornan pues a una comprensión profundamente anti-moderna y poco liberal de la sociedad, donde no hay individuos autónomos con racionalidades complejas y diversas, sino seres que pertenecen a conglomerados que se diferencian por su raza, origen o condición social, una suerte de revival de la sociedad estamental colonial. Solo algunos de esos grupos serían además portadores de la ilustración y el progreso, el resto serían nomás una rémora de un pasado que se debe superar. Por tanto, podrían ser que el problema nacional es justamente que esos “otros”, feos, no leídos, sucios y tribales, tienen ciertos derechos, los reclaman y hasta pretenden participar en el gobierno de la sociedad.

Extraña regresión neo-conservadora en nombre de la democracia y el respeto de los derechos universales, que el viejo Sarmiento no rechazaría. Perspectivas que parecen responder al peligroso avance global de cierto neocomunitarismo político que desea polarizar la sociedad recreando identidades defensivas en ciertos segmentos sociales apelando a un sentimiento de excepcionalidad y superioridad cultural frente a masas, populistas, peligrosas o migrantes, que los estarían avasallando.

Estos excesos serían hasta entretenidos de conversar pese a su rusticidad y falta de datos de realidad que los sostienen, pero se vuelven horribles y peligrosos porque tienen el germen del desprecio social, del atrincheramiento identitario y el retorno del prejuicio etnoclasista en la política boliviana, males que haríamos bien en ahorrarnos si deseamos un futuro auténticamente democrático.

Escribo este comentario reconociendo mi aprecio de larga data por Diego Ayo, la discusión es sobre las ideas no acerca de las personas, por si acaso.

Armando Ortuño es economista y cientista político.



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