Rescatar el espíritu de la Participación Popular no es solo una nostalgia del pasado, sino una imperiosa necesidad para construir un futuro de libertad.
Brújula Digital|30|07|25|
Javier Torres Goitia C.
En el corazón de la historia democrática de Bolivia, entre 1983 y 2003, se gestó una experiencia transformadora: la Participación popular en salud. Esta iniciativa, inspirada en la medicina social, invirtió el paradigma: no era la población cooperando con los servicios, sino los profesionales cooperando con la gente para que ésta conquistara su derecho fundamental a la salud.
Fue una época de movilización ciudadana sin precedentes y resultados tangibles. Los Comités Populares de Salud (CPS) emergieron como el nervio central, empoderando a la ciudadanía para participar activamente en la toma de decisiones. Gracias a ello, se erradicó el bocio endémico, la mortalidad infantil se redujo drásticamente (de 200 a 75 por mil en una década) y se eliminaron enfermedades inmunoprevenibles, como la poliomielitis y el sarampión. Este impulso democrático, afianzado por la Ley de Participación Popular (1994), construyó un modelo de corresponsabilidad inédita que legitimó políticas, promovió rendición de cuentas y empoderó a los ciudadanos.
El ocaso de la participación genuina (2003-actualidad)
Sin embargo, esta maravillosa experiencia, que entre 1983 y 2003 fue un motor de democratización y desarrollo social, sufrió una lamentable sustitución. Desde 2003 hasta la fecha, la auténtica participación popular fue remplazada por una participación corporativa de los llamados "movimientos sociales", directamente afines a la dictadura y al narcoestado.
Lo que una vez fue una fuerza democrática de participación popular se convirtió en un mero mecanismo de dependencia sumisa del poder político. Se han establecido mecanismos prebéndales de participación, racistas y dogmáticamente políticos, que han logrado destruir la democracia con pseudoestrategias "participativas".
La esencia de la participación ciudadana que buscaba la autonomía y el empoderamiento ha sido pervertida para consolidar el control y mantener un statu quo que beneficia a unos pocos en detrimento de la verdadera voluntad popular.
Bolivia, que una vez fue un ejemplo de cómo la salud puede ser un pilar de la democracia, hoy enfrenta el desafío de rescatar ese espíritu participativo genuino que fue secuestrado para servir a intereses ajenos al bienestar y la libertad de su gente.
Semilla de esperanza
En este contexto turbio y lleno de desconfianza, con la sombra de la dictadura planeando sobre la transparencia electoral, la experiencia de la Participación Popular cobra una relevancia aún mayor. Aquello que fue desvirtuado y cooptado puede y debe resurgir como el gran instrumento transformador. Es fundamental recordar que la verdadera participación no es un mecanismo de control, sino un espacio de empoderamiento ciudadano, capaz de devolverle a Bolivia su rumbo democrático.
Ante las futuras elecciones y frente a un escenario que siembra dudas sobre la legitimidad de los procesos, la movilización y organización popular, en todos los niveles, se presenta como la única garantía de una democracia participativa y sostenible.
Lo ocurrido desde 2003 a la fecha, ese estatismo totalitario que ha ahogado la iniciativa y la libertad, debe ser sustituido. La ciudadanía tiene en sus manos el poder de exigir transparencia, fiscalizar el proceso y asegurar que la voz del pueblo sea genuina y no manipulada, permitiendo que la participación individual y colectiva de la gente en libertad, con sus propias iniciativas de crecimiento y desarrollo, sea el verdadero motor del país.
Rescatar el espíritu de la Participación Popular no es solo una nostalgia del pasado, sino una imperiosa necesidad para construir un futuro de libertad y auténtica soberanía popular en Bolivia.
Javier Torres Goitia C. fue ministro de Salud y Deportes.