Brújula Digital|12|01|25|
Raúl Rivero Adriázola
Gracias a las Memorias de mi antepasado, el general Francis Burdett O’Connor, Jefe de Estado Mayor del Ejército Libertador, lamentablemente inconclusas por su muerte, podemos saber de buena tinta muchos entretelones de los hechos que se sucedieron para hacer del Alto Perú colonial la que hoy conocemos como República de Bolivia. Uno de los más singulares tal vez es que O’Connor haya sido proclamado por Antonio José de Sucre y sus generales, menos de cinco meses antes del 6 de agosto de 1825, “fundador de la nueva República”. ¿Cuáles fueron las razones que impulsaron a los libertadores dar a un irlandés tan alto y singular homenaje?
Luego del triunfo en Ayacucho, el grueso del Ejército libertador se trasladó a Cuzco, donde O’Connor recibió la instrucción del general Sucre para dirigir las operaciones en la campaña del Alto Perú. Éstas se iniciaron en el mes de enero de 1825, encabezadas por Sucre y O’Connor, llegando a Puno a fines de ese mes.
En esta ciudad, el 25 de enero recibieron la inesperada visita de un Dr. chuquisaqueño, Casimiro Olañeta, quien había desertado de las filas de su tío, el general Pedro Olañeta, último jefe militar español que resistía en el Alto Perú y que días antes acusaba al derrotado Virrey La Serna de traición e incapacidad por haber capitulado en Ayacucho.
Si bien el encuentro fue inesperado, el personaje no era desconocido para Sucre, pues días antes recibió de él dos cartas; en la primera le expresaba sus más altos sentimientos patrióticos y su ansiedad de reunirse con el vencedor de Ayacucho. La segunda carta, que la marcó como “confidencial”, muestra al hábil e inescrupuloso político que era, pues en ella afirma que fue él quien convenció a su tío para que no se pusiese a órdenes del Virrey antes de la batalla de Ayacucho, debilitando así al Ejército realista y lo incita a cruzar el Desaguadero pues la resistencia esperada sería frágil. Sucre quedó muy impresionado con Olañeta, por su capacidad verbal y simpatía que desplegaba, al extremo que hizo caso omiso de las prevenciones que contra de este personaje le hicieron llegar los generales Alvarado y Lanza. Recién tres años después, y en circunstancias muy dolorosas, que le significaron dejar la Presidencia de Bolivia y casi le cuestan la vida, Sucre se daría cuenta de su error de apreciación.
Aún antes de la batalla de Ayacucho, Casimiro Olañeta sabía lo que buscaba: hacer del Alto Perú una República independiente y en la que él tendría un rol de primera importancia, tanto en su gestación como en su posterior administración. Para ello jugó sus cartas con suma habilidad, enfrentando a los dos personajes que más podían influir para tomar la decisión que le convenía. Por un lado, escribió al general Arenales, Gobernador de Salta, ofreciéndose a trabajar porque se imponga la hegemonía de Argentina en detrimento de la que intentaba Sucre; por otro lado, le dijo a Sucre lo contrario. Pero el hecho de haberse presentado ante este último demuestra que sabía cuál tendría mayor posibilidades de imponerse.
El 9 de febrero, dos días después de su entrada triunfal en La Paz, Sucre emitió el famoso decreto en el que establece que el Ejército libertador tenía como propósito liberar a las provincias de la Audiencia de Charcas del dominio español, pero que no interferiría en sus asuntos internos; por ello, la autoridad de su Ejército se extendería sólo hasta que una asamblea legalmente elegida refrendara lo que las provincias quisieran, destacando, empero, que cualquier resolución debería basarse en entendimientos con los gobiernos del Bajo Perú y de las Provincias Unidas (Argentina). Este decreto se considera la piedra angular de la independencia del Alto Perú.
Catorce años después, Casimiro Olañeta afirmaba que al entrevistarse con Sucre “inspiré al gran filósofo y mariscal la idea de la independencia de las provincias del Alto Perú y la fundación de una nueva República, la cual debería ser llamada Boliviana por la Asamblea Deliberante”. Olañeta, así, buscaba ser considerado responsable del contenido del decreto firmado por Sucre. Pero a pesar del criterio contrario de muchos historiadores, nuevos hallazgos documentales desmienten esta afirmación, dándole a Sucre la paternidad única del decreto.
En La Paz, Casimiro Olañeta siguió intrigando, tanto para debilitar a su tío como para influir en las personalidades más representativas de la época a que proclamen el deseo altoperuano de ser República independiente. Cuando salieron de La Paz el 12 de marzo, Sucre y O’Connor saben que la posición del general Pedro Olañeta se ha debilitado a raíz de varias deserciones, por lo que debe presentársele batalla y derrotarlo; así, la asamblea convocada deliberaría sin temor a un Ejército español aún activo.
El 18 de marzo, el Ejército libertador se encontraba en Challapata, donde Sucre y Olañeta dejan a O’Connor con la labor de integrar otras unidades altoperuanas; se encontraron dos días después en Condocondo, donde se decidiría cuál era la mejor forma de enfrentar al Ejército realista.
Futuro de la Audiencia de Charcas
Camino a esa población, Olañeta y Sucre tuvieron una seria conversación sobre el futuro de la Audiencia de Charcas; en ella, el abogado chuquisaqueño insistió que era deseo de sus habitantes ser República independiente, instando al Mariscal de Ayacucho a que interviniera personalmente en la futura asamblea y pusiera su prestigio al servicio de esta aspiración, incluso usando al Ejército libertador para oponerse a los alegatos de soberanía por parte de Perú y Argentina.
Sucre se habría opuesto vehementemente a ambas sugerencias, recalcando lo expresado en su decreto en sentido de que no interferiría en esos asuntos, dejando preocupado a Olañeta. Apenas terminó de escuchar al Mariscal, Olañeta tomó una audaz decisión. Volvió grupas y se encaminó hacia Challapata.
Entretanto, O’Connor, que había salido a dar alcance a Sucre, se encontró en el camino con Olañeta, que lo esperaba solo; al alcanzarle, le dijo a O’Connor que se había quedado ahí exprofesamente para hablarle de algo sumamente importante. Le refirió la charla sostenida con Sucre y sobre si convendría más unirse al Bajo Perú o a la República Argentina, pidiéndole su opinión.
O’Connor, sin sospechar las verdaderas intenciones de su interlocutor, le respondió que él creía en la independencia del Alto Perú: “Dr. Olañeta, si este país del Alto Perú ofrece tantos recursos más adelante… como se encuentra desde el abra de Santa Rosa, que entiendo ser su verdadera demarcación por el norte, yo no veo por qué razón tenga necesidad de agregarse ni al Bajo Perú ni a la República Argentina”.
Y siguió: “El Dr. Olañeta no me dio tiempo de explicarle más; picó su caballo y se fue a galope tendido en alcance del general Sucre. Por la noche llegué a Condocondo, acuartelé los cuerpos de mi división y luego me dirigí al alojamiento del General Sucre a darle parte de la llegada sin novedad de la división. Entré, pero antes de hablarle, todos los que allí se encontraban, se levantaron de sus asientos y se dirigieron a abrazarme, llamándome a una voz: ‘Fundador de la Nueva República’”.
O’Connor no tomó demasiado en serio esa expresión, pero para Olañeta fue un triunfo, pues demostró que tenía la capacidad de influir sobre quienes rodeaban a Sucre y así hacerles pensar que si personajes –como era el caso de O’Connor– que no tenían ningún interés particular por el futuro del Alto Perú, creían honradamente en que lo mejor sería hacer de este territorio una República independiente, esto debía ser tomado muy en serio.
El 1 de abril moría el general Pedro Olañeta derrotado en la batalla de Tumusla, acabando así la presencia militar española. La asamblea constituyente se instaló finalmente el 10 de julio en Chuquisaca y proclamó la independencia del Alto Perú el 6 de agosto de 1825 luego de intensos debates, en su abrumadora mayoría a favor de esta postura y con decisivas intervenciones de Olañeta. Días antes, y para demostrar que no quería influir en sus decisiones, Sucre y su Ejército se replegaron a Cochabamba.
En años posteriores, O’Connor sirvió con distinción al Ejército en diversas oportunidades, retirándose de él a la caída de Andrés de Santa Cruz, en 1839, contrariado por la traición que sufrió éste por parte de varios políticos bolivianos, inducidos a ello por el Dr. Olañeta.
Durante su actuación pública y aún en su retiro, nunca O’Connor pretendió ser llamado el inspirador y menos “fundador” de Bolivia. Sobre ese suceso, en sus Memorias afirma: “ahora yo no sé, francamente, si esta fue en realidad la primera vez que se pensaba en formar de las provincias del Alto Perú una República independiente y soberana. No hago aquí más que referir simplemente mi conversación de aquel día con Olañeta y el incidente de esa noche en Condocondo”.
Raúl Rivero es economista y escritor.