Brújula Digital|27|05|24|
La Nube y Sumando Voces
Sergio Mendoza y Yenny Escalante
Era principios de los 90 cuando un joven israelí, de unos 33 años, se encontraba dentro una cabina telefónica en Washington (Estados Unidos) con una guía de páginas amarillas en las manos y un documento de tres hojas que contenían una idea para salvar a un pueblo amazónico de la extinción y evadir el extractivismo.
En 1981, el mismo joven estaba a punto de morir en la selva boliviana, donde se había perdido por tres semanas, cuando unos hombres lo rescataron, dos de ellos cazadores de San José de Uchupiamonas. 10 años después tenía una misión encomendada por los dirigentes de aquel pueblo ubicado en el norte de La Paz: evitar la desaparición de su comunidad y conseguir $us 250 mil para hacer realidad un proyecto de ecoturismo.
“Volví 10 años después para cerrar ciclos y agradecer, y conocí a Zenón, Guido y Alejandro. Me hablaron de este sueño de hacer el proyecto. Yo no entendí nada al principio. Me dijeron: ‘Nuestro pueblo muere’”, recuerda Yossi Ghinsberg, más de 30 años después de aquel episodio.
“Ha debido ser 1992 cuando fui a Washington y llamé de un teléfono público y me contestó el BID, que no los conocía. Yo estuve muy ingenuo. Pedí en estas tres páginas $us 250 mil. Era la única reunión que tenía en Washington D.C. y esto lo conseguí de las páginas amarillas. Yo salí de la reunión con $us 1.250.000”, relata Yossi. Pero el trabajo recién estaba por comenzar.
Guido Mamani fue uno de los jóvenes líderes de los 90 que impulsó el proyecto de ecoturismo y fue entrevistado el 1 de mayo de 2024, día en que San José de Uchupiamonas celebra un año más de existencia desde que fue “descubierto” por misioneros franciscanos.
Está sentado en el patio de su casa, recordando cuando conoció a Ghinsberg, aquel israelita al que dos miembros de su comunidad rescataron de una muerte segura tres días en bote río arriba.
Mamani, con 69 años encima, dice que en ese entonces no había un camino de tierra para carro (que recién se construyó en 1999) y la vía de acceso más rápida al poblado era a través del río Tuichi: a nueve horas con motor fuera de borda desde Rurrenabaque.
La gente moría por falta de acceso a servicios de salud. La educación sólo llegaba al quinto de primaria. No había agua potable, ni servicios básicos, ni acceso a telefonía celular. Era una aldea olvidada por el Estado. Para principios de los 90, buena parte de las familias se había marchado en busca de mejor suerte.
“Esta población ya estaba en éxodo. La gente alistaba las maletas para salir. La pregunta era: ¿cómo íbamos a sostener a la población?”, recuerda Guido. “Ahí viene el turismo”.
Nace el proyecto Chalalán
El pueblo, o más bien la aldea, es minúscula: siete por cuatro cuadras. Las casas son de madera, de adobe, o ladrillo. Los techos, de motacú, jatata, o calamina. Los árboles frutales abundan en las calles y los patios de las casas. Las 70 familias que habitan aquí tienen cultivos de yuca, arroz, maíz, maní, walusa, y también ganado. Las calles de tierra están “asfaltadas” con pasto.
En una de las viviendas, a casi dos cuadras de la plaza principal (un descampado con cuatro cruces rústicas en cada esquina), vive Zenón Limaco, de 64 años, viejo amigo de Guido Mamani y de Yossi, con quienes inició esa loca idea de salvar a su pueblo de la extinción y del extractivismo a través del turismo. La inspiración vino de afuera. Entre los 70 y 80 había un francés que traía turistas a la laguna Santa Rosa, un amplio embalse ubicado a 40 kilómetros del pueblo. Los lugareños ya colaboraban con él y fueron testigos del interés que despertaba para los extranjeros la belleza de la espesa y peligrosa jungla.
Sentado en un tronco en el patio de su casa, Zenón recuerda con los ojos achinados aquellos años de su juventud. “La idea del ecoturismo la trajo Yossi Ghinsberg”.
Ghinsberg fue uno de los tantos israelitas que visitaron la Amazonía boliviana por décadas; pero el único (hasta donde se sabe) que se perdió por tres semanas dentro el Madidi y vivió para contarlo. Su experiencia fue retratada en un libro, y convertida al cine con la película “Jungle”, protagonizada por Daniel Radcliffe.
Como su vida y la de su amigo (Kevin Gale) fue salvada por los Uchupiamonas, el israelita desarrolló un intenso cariño por la comunidad. Por ello, entre 1991 y 1992 escribió el proyecto para construir en el pueblo un albergue al que llegaran turistas de todo el mundo, que generara recursos para la comunidad de manera sostenible, y ofreciera una razón para que la gente se quedara.
Afirma que en su primera reunión con el BID se le ofreció $us 1,25 millones; pero el dinero no vendría tan fácil. Las tres hojas que entregó no eran suficientes, y le pidieron preparar un documento más completo.
“Me dieron un libro en blanco así de grueso (separa el pulgar y el índice cinco centímetros) que tenía que llenar con entrevistas a expertos, encuestas y un montón de cosas”, relata.
El lugar escogido para hacer realidad los sueños de los Uchupiamonas sería la laguna Chalalán, un área virginal donde los indígenas no cazaban debido a que un tenebroso espíritu protegía la zona, cuenta Yossi, y que fue expulsado por una bruja aymara que él trajo desde el altiplano paceño.
Después el extranjero estableció su campamento a orillas del río, donde permaneció por tres años para llenar el libro en blanco que le había dado el BID y preparar el albergue.
La millonaria donación sirvió para construir la infraestructura del Chalalán, para entrenar a los trabajadores (indígenas Uchupiamonas), y realizar los trámites de consolidación de la empresa y otros gastos durante cinco años: de 1995 a 1999.
“Cortábamos los árboles con machete, no con motor para no hacer ruido. Eran unos años muy lindos de mi vida. Me casé en Chalalán”. La boda se celebró en 1993, con la presencia del famoso herpetólogo Vesty Pakos, quien murió en un accidente al regresar a la ciudad. Para recordarlo, desde hace 31 años Yossi se emborracha cada 13 de mayo, el día en que su amigo falleció.
Para inicios del nuevo milenio, la empresa Albergue Ecológico Chalalán S.A. estaba activa. Hoy en día 74 familias son propietarias del 50% de las acciones. El otro 50% le pertenece a la comunidad, representada por sus autoridades de turno.
Los comunarios se entusiasmaron con la llegada de turistas a las cabañas y los ingresos que generaban. La idea del ecoturismo comunitario daba resultados. La gente comenzó a deshacer las valijas, los niveles de colegiatura aumentaron hasta llegar al bachillerato (aunque a veces con sólo dos estudiantes). El servicio de provisión de agua mejoró, se construyó una antena para telefonía celular, y la comunidad logró la titulación de 210 mil hectáreas dentro del Parque Nacional Madidi, uno de los más biodiversos del mundo, creado en 1995.
“El emprendimiento inyectó recursos a la comunidad y muchas veces reemplazó el rol del Estado para pagar ítems de profesores y apuntalar presupuestos para proyectos como el servicio de agua”, expresa orgulloso Álex Villca, líder indígena y emprendedor de uno de los ecoalbergues que vinieron después: el Madidi Jungle.
Como él, muchos jóvenes comenzaron a terminar el colegio, a pisar las universidades, a aprender inglés. El desarrollo del capital humano, es uno de los mayores logros que se consiguió con el emprendimiento, afirman los entrevistados.
Uno de los muchos que se capacitaron en Chalalán es Sandro Valdéz, de 42 años, Uchupiamona y guía turístico experimentado en la observación de aves. Se precia de haber visto 1.187 de las casi 1.500 aves registradas en Bolivia, y de haber aprendido el inglés a puro oído. Hoy en día trabaja en el Sadiri Lodge, uno de los seis emprendimientos que surgieron después del Chalalán.
Los siete emprendimientos de ecoturismo en San José de Uchupiamonas son: Albergue Ecológico Chalalán. Sadiri Lodge, Madidi Jungle, Yuruma Journeys, Berraco del Madidi, Corazón del Madidi, y Santa Rosa del Madidi.
“Nosotros queremos eso, que siga el Madidi, y proteger esta biodiversidad que mostramos a los que nos visitan”, afirma Valdéz.
“Esta es la visión de la comunidad. Ahorita a cualquiera le pregunta por cuál optaría, siempre le darán la negativa del extractivismo y la minería. La gente está luchando por conservar su espacio territorial, como lo hicieron los antepasados desde hace mucho tiempo”, añade Pedro Macuapua, administrador del Berraco del Madidi, sentado en su patio bajo la sombra de un mullido árbol.
Nuevas amenazas, con el Gobierno al frente
“Las nuevas generaciones dejaron de cazar y todo el pueblo estaba muy convencido del emprendimiento, y aún lo está”, afirma Ruth Alipaz, líder del Sadiri Lodge, del cual, aplicando la lógica del Chalalán, 35 mujeres de la comunidad son accionistas.
Alipaz, quien es además dirigente indígena de la región, dice que si bien el ecoturismo permitió evadir el extractivismo, las amenazas a esta parte de la Amazonía aumentaron con la bonanza de la minería aurífera, la urgencia de la exploración petrolera, y sobre todo, los proyectos que impulsa el Gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) para expandir la agroindustria con monocultivos de caña de azúcar, arroz, maíz, y últimamente palma africana, una planta que supuestamente le permitiría al país reducir su dependencia en los combustibles fósiles importados.
“La mayor amenaza es el Gobierno, porque con sus políticas nos dice lo que es desarrollo, porque con sus programas nos van a destruir”, expresa Ruth, quien ha visto cómo las aguas del Tuichi ya no aclaran, desde que la minería aurífera se instaló en las cabeceras de cuenca, por la parte de Apolo. Los incendios que cada año se repiten han desgastado el bosque. El 2023 fue peor, y desde entonces la laguna del pueblo comenzó a secarse.
San José de Uchupiamonas logró sobrevivir al nuevo milenio con el ecoturismo como punta de lanza para generar economía. Pero no todos están convencidos de que la desaparición del pueblo se haya evitado.
“Todavía tengo dudas de si el proyecto funcionó y si el pueblo pudo ser salvado. De postergar su muerte…, sí que lo hicimos”, dice Zenón sentado en su tronco, con desesperanza por la situación en la que aún se encuentra esta comunidad. Los turistas no suelen llegar al pueblo, sino más bien a los emprendimientos, alejados por varios kilómetros. El servicio de agua se interrumpe con frecuencia. El camino de 30 kilómetros que conecta con Tumupasa queda intransitable en época de lluvia. El servicio de internet es lento. Todavía hay mucho por hacer para garantizar una mejor calidad de vida para los pobladores, y para que éstos vean su permanencia en el pueblo como una posibilidad para hacer dinero.
La clave, según Zenón, está en la diversificación de fuentes de ingresos. “Como me dijo alguna vez un brasileño: ‘El conservacionismo se hace con dinero’”.
Chalalán alcanzó sus mejores años en 2015, y después comenzó un descenso que llegó a cero con la pandemia del coronavirus, en 2020. Ahora está mejor, pero no genera los mismos ingresos que antes y la presión burocrática (impuestos, aportes para jubilación, seguro de salud, etcétera) ha disminuido las posibilidades de generar los ingresos que la comunidad necesita. Por eso, Guido afirma que se conversa con una empresa privada para relanzar el emprendimiento este año, quizás con un nuevo sistema de acciones que aún está en discusión.
“Claro, la minería no paga impuestos y nadie dice nada, pero aquí nosotros que cuidamos el medioambiente y traemos plata extranjera tenemos que cumplir con toda la normativa. Y además el Gobierno nos envía comisiones que nos sacan dinero”, se queja Guido.
De todas maneras, a diferencia de su viejo amigo Zenón, él está convencido de que el objetivo principal fue cumplido: salvar al pueblo de un éxodo y evadir el extractivismo. “Claro, estamos hablando de valorar lo que uno es, de la autoestima de la juventud. Miren cómo están bailando ahora en la fiesta de San José, ya no tienen vergüenza. Otros pueblos están copiando esto. Se copia la idea del Chalalán”.
Ya pasó el 1 de mayo, aniversario del pueblo. Es más de la medianoche y en la oscuridad de la aldea, alumbrada sólo por unas cuantas luces blanquecinas, se escucha el incesante bombo de una de las tres comparsas que rondan por allí.
Desde una calle sin gente se las ve aparecer detrás de una esquina, como sombras que se balancean de un lado al otro al son del bombo y las zampoñas. Si este pueblo hubiera desaparecido quizás todavía se podría escuchar, cada 1 de mayo, estas melodías grabadas en el silencio del monte, en las tibias ruinas, y en las historias de los ancianos. Quizás se podría ver algunas sombras moviéndose entre la vegetación. Por suerte, el pueblo aún está vivo y la fiesta no parará toda la semana.
Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo Concursable de la Fundación para el Periodismos (FPP) en el marco del proyecto Periodismo de Soluciones, con el respaldo The National Endowment for Democracy (NED).