APG
Brújula Digital|20|05|24|
Mirna Quezada
Mientras los transportistas del sector público de La Paz y El Alto propusieron incrementar sus tarifas, las alcaldías de ambas ciudades rechazaron la demanda. En cuanto el sentir de la mayoría de la población es que éstas deben mantenerse mientras no existan pruebas fehacientes de que los choferes hagan mejoras no sólo en sus vehículos (gran parte se encuentra en malas condiciones desde hace años) sino también en su trato hacia los usuarios.
En la actual coyuntura económica que se atraviesa en Bolivia y que para muchos es incierta, los transportistas, especialmente minibuseros en la urbe paceña, se ponen del lado del Gobierno central y en lugar de apoyar a los usuario que les dan de comer diariamente, ahora quieren afectar visiblemente su bolsillo.
El parque automotor de ambas ciudades ha crecido en forma abrumadora. Los vehículos que hacen de minibuses y radiotaxis, por ejemplo, continúan ingresando al país y en desmesurada competencia llenan las calles de ambas ciudades provocando embotellamientos en muchas zonas, no sólo en horas pico.
Desde que se implantaron los minibuses en el servicio público, de los cuales se estima que superan las 20.000 unidades sus desaprensivos e irresponsables conductores, se dan a la temeraria tarea de “zigzaguear” en medio del intenso tráfico vehicular de las calles centrales, poniendo en riesgo la seguridad y la vida misma de pasajeros y peatones.
Tienen un trato displicente con los usuarios, olvidan que transportan personas y que no lo hacen gratis. La mayoría de los minibuseros no manejan de manera segura; colocan música en volumen alto; tocan bocina por todo y por nada; no dejan ingresar a los asientos delanteros mientras no estén ocupados los de atrás y hacen cambios de rutas aprovechando cualquier razón para realizar el típico trameaje.
Adicionalmente, los carros tienen asientos rotos o improvisados; se habilitan espacios para llevar pasajeros “extras”; las puertas están en mal estado; así como peluches, adornos y letreros en la repisa del parabrisas que quitan visibilidad. Estos son algunas de las molestias que provocan estos vehículos.
Años atrás, el compromiso de dar comodidad y seguridad a los usuarios duró escasos meses porque al poco tiempo se empezó a notar nuevamente el deterioro de los coches, como si en lugar de hacer un reacondicionamiento serio y responsable en talleres mecánicos se hubiera hecho simplemente un “maquillaje” para pasar la inspección.
Los conductores paran sus vehículos donde quieren; no respetan paradas ni esquinas; arrancan sin esperar a que los pasajeros tomen asiento; son atrevidos y agreden verbalmente a los usuarios que impotentes y resignados siguen buscando la línea que los lleve a su destino.
Sobre los trufis, lamentablemente quedan pocos de estos vehículos que sean adecuados para prestar servicio en la urbe paceña. La mayoría, en realidad, son vagonetas modelo Ipsum que transportan a los usuarios como en una lata de sardinas, sin consideración alguna.
Actualmente, en este medio de transporte es normal ver personas apretujados contra las puertas, asientos demasiado angostos, la incomodidad del pasajero que va al medio en el primer asiento, etc.
Ir y venir en trufi significa toda una odisea para quienes sufren de alguna dolencia, personas con sobrepeso –que además son discriminadas– o para los adultos mayores que tienen que hacer hasta piruetas para ingresar o salir del vehículo, soportando el típico “se apura”, del chofer.
Los recorridos son otro problema. De forma arbitraria, las líneas de trufis eliminaron varias rutas. Por ejemplo, ya no hay muchas unidades que vayan hasta la plaza Pérez Velasco y también van desapareciendo con el tiempo los vehículos que iban por la Avenida Arce.
Datos históricos dan cuenta que en 1967 apareció el Taxi de Ruta Fija, ahora, trufi. Eran vehículos más grandes y su recorrido era de San Miguel a la Pérez Velasco o a Miraflores. Como efecto de la relocalización y cierre de minas en 1985 mucha gente quedó desocupada, ello motivó a una explosión en el número de transportistas.
De acuerdo a estimaciones de años atrás, existían más de 2.500 coches que trabajan como trufis en la ciudad, distribuidos en 12 sindicatos autorizados.
En cuanto a las líneas de radiotaxis y taxis, si bien se mantienen los vehículos en mejores condiciones, presentan otras anomalías relacionadas con las tarifas, porque éstas se disponen a gusto de los conductores.
En La Paz existen más de 70 líneas de radiotaxis legalmente autorizadas para brindar servicio y otras tantas ilegales o “truchas”. El último tarifario municipal estableció en ocho bolivianos el pasaje básico, con un incremento escalonado. En la práctica esta reglamentación no se respeta.
Los conductores de taxis también son arbitrarios. Muchos prefieren dar vueltas y vueltas, solos, en vez de recoger a personas simplemente porque no les conviene la ruta o “hay mucha trancadera”. Entonces ¿para qué trabajan? Otros cobran lo que se les viene en gana y manejan un tarifario personal.
Los dirigentes de sindicatos no muestran interés por garantizar un servicio de calidad; tampoco se preocupan por mejorar la formación de chóferes con talleres o seminarios para que conduzcan de forma adecuada y eficiente, respetando no sólo las normas de tránsito sino - y sobre todo- a los pasajeros.
A su vez, las autoridades municipales se muestran indolentes, en lugar de definir conjuntamente con los transportistas las características y exigencias que mejoren el sistema. Hasta la fecha lo único que se advierte es la falta de voluntad de ambas partes para contar con la calidad mínima que respete los derechos de los pasajeros.
Mirna Quezada Siles es comunicadora social.
BD/