La capa nívea que cubre la montaña poco a poco se transforma en una laguna de agua cristalina que refleja el azul del cielo y reinventa los tonos color turquesa.
El deshielo del glaciar boliviano Charquini generó la laguna Esmeralda. Foto: Carlos Sánchez
IPS, Bolivia
La capa nívea que cubre la montaña poco a poco se transforma en una laguna de agua cristalina que refleja el azul del cielo y reinventa los tonos color turquesa. Esa imagen que cautiva a los visitantes de turno logra un contraste perfecto con el café de las rocas, cada vez más visibles entre el manto blanco.
Se trata de Charquini, el glaciar boliviana que forma parte de la Cordillera Real de los Andes y que poco a poco se derrite a causa de la crisis climática.
Desde inicios de 2021, la montaña y la laguna Esmeralda, a la que se llega tras una hora de caminata de ascenso, atrajeron a muchos bolivianos. Estos, impedidos de viajar a otros lados a causa de la pandemia de covid-19, llegaron a los pies de este glaciar, que está a 5340 metros sobre el nivel del mar (msnm).
Así y con el amplificado impacto de las redes sociales, Charquini, a tres horas de la ciudad de La Paz, la capital política boliviana, se posicionó como el punto focal del turismo.
La cita turística no solo significó la posibilidad de presenciar la majestuosa belleza montañosa, sino que también representó un encuentro con un cuerpo de hielo que se escurre ante los ojos de los visitantes. Además, fue otro factor para su derretimiento.
“Fue una irresponsabilidad lo que se vio en Charquini: un turismo completamente desordenado que sacó a relucir la indefensión de los glaciares en el país. El impacto en la montaña no sólo fue en el área de nieve sino en todo el conjunto periglaciar, incluyendo los bofedales que son el ecosistema de roca”, relata Carmen Capriles, especialista en cambio climático y activista del colectivo Reacción Climática.
Charquini llegó a recibir en los últimos meses un promedio de 1000 visitas diarias en fines de semana. Este boom turístico implicó una significativa afectación, según Capriles, debido a la basura que dejaron las personas y el pisoteado sin control a la zona periglaciar. Incluso ascendieron a la montaña vehículos 4×4 para evitar que la gente camine hasta la laguna.
Hasta fines de los años 90, Chacaltaya era uno de los glaciares de la Cordillera Real más cercanos a la urbe paceña y ostentó, por varias décadas, la estación de esquí más alta del mundo (5400 msnm).
La montaña fue concurrida por locales y foráneos desde 1943, cuando se habilitó una pista en el corazón de los Andes. Pero, actualmente, de ello solo quedan recuerdos. Hace más de 10 años, la nieve en Chacaltaya desapareció por completo, lo que evidenció las afectaciones del calentamiento global a los glaciares.
Esa situación se suma a lo que ocurre con otros gigantes blancos de la Cordillera Real, como el Illimani o el Huayna Potosí. Según datos del Instituto Boliviano de la Montaña (IBM), a partir de 1980, el país perdió la mitad de sus glaciares.
El ingeniero hidráulico especializado en glaciología de la Universidad Mayor de San Andrés (Umsa), Edson Ramírez, explica que no es posible que Chacaltaya reviva, porque ya perdió su capacidad de transformar la nieve en hielo. Cree que lo mismo pasará con Charquini.
“Lo que estamos viendo ahora es que, en realidad, el glaciar está empezando a desaparecer, por eso hay que tomar medidas para no acelerar su muerte”, advierte.
Ramírez monitorea Charquini desde 2003, cuando se detectó que este ya había perdido la mitad de la superficie que tenía en 1940.
Desde entonces se registró, en promedio, una pérdida de espesor de un metro cada año. Esto permite estimar que, hacia 2050 —si es que no ocurre antes—, Charquini se convertirá en otra víctima de un planeta cada vez más caliente.
“La última década es la más caliente de la que tenemos registro desde 1850 hasta ahora. 2020 se ubicó 1,2°C por encima del periodo de referencia”, expone la doctora en Ciencias de la Atmósfera de la argentina Universidad de Buenos Aires (UBA), Inés Camilloni.
La especialista señala como causas al uso intensivo de combustibles fósiles, al cambio en el uso de suelo (por deforestación y crecimiento urbano) y las actividades intensivas agroganaderas.
IPS