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Política | 26/10/2023

OPINIÓN | “Ni coca ni soya, el bosque no se toca” | HCF Mansilla |

OPINIÓN | “Ni coca ni soya, el bosque no se toca” | HCF Mansilla |

Foto: Jami Dwyer

Brújula Digital |26|10|23|

HCF Mansilla

“Ni coca ni soya, el bosque no se toca”. Esta consigna, coreada en una modesta manifestación pública el 25 de octubre de 2023 por grupos juveniles urbanos, representa uno de los pocos testimonios de racionalidad socio-política que se ha escuchado en los últimos tiempos. La expresión alude por igual a grupos campesinos tradicionales y a empresarios privados modernos como los responsables de los incendios forestales. La irracionalidad –la mentalidad colectiva del país– se expande y afecta a casi todos los sectores sociales. Esto hace muy difícil cualquier iniciativa seria para evitar desastres ecológicos en Bolivia.

La educación masiva, la mayoría de los medios de comunicación y las prácticas familiares no son favorables a normativas racionales como la consideración del largo plazo, la protección del medio ambiente, la democracia pluralista, la vigencia efectiva de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción y la discusión pública de opciones programáticas.

La inmensa mayoría de la nación boliviana no es, por supuesto, partidaria explícita de los incendios forestales ni del autoritarismo en la vida socio-política. Pero implícitamente la mentalidad general de la sociedad boliviana no es favorable a la preservación del medio ambiente ni tampoco a una democracia pluralista. El potencial proecológico, por lo tanto, sigue siendo muy bajo, porque el desinterés por el largo plazo, el desdén por el racionalismo político y el culto de los sentimientos y las emociones colectivas permanecen como predominantes. Esto se percibe claramente en la incomprensión de concepciones abstractas como la conservación del bosque tropical para que en el futuro, es decir: a largo plazo, siga siendo una fuerte determinante de la humedad y del oxígeno atmosféricos.

Algunos detalles de esta temática se pueden aclarar mencionando fenómenos recurrentes en la región andina. Al lado de la grandiosidad del paisaje de las altas montañas se halla la chatura de la obra humana: la majestuosa cordillera como telón de fondo y la basura plástica anunciando la proximidad de los asentamientos urbanos. Lo más grave reside en el hecho de que nadie es consciente de este reino de la fealdad: ni los movimientos sociales ni los partidos políticos ni los intelectuales progresistas y tampoco los pequeños grupos liberales que han surgido últimamente.

La mayoría de los bolivianos, independientemente de su origen geográfico, social o étnico, es rutinaria y convencional en su vida cotidiana y en sus valores de orientación, pero no es conservacionista en la acepción ecológica: no cuida de manera conveniente y efectiva los vulnerables suelos y paisajes y más bien se consagra a destruir la naturaleza.

Casi todos los grupos sociales contribuyen, a veces sin sospecharlo, a una verdadera catástrofe medioambiental. Tratan, por ejemplo, de ensanchar la frontera agrícola incendiando el manto vegetal en las regiones tropicales, lo que significa según ellos llevar el progreso a la selva. Desde hace ya varios años ocurren inmensos incendios en el oriente boliviano, ardiendo anualmente millones de hectáreas. A casi nadie le importa. Por ejemplo, ningún partido político, ningún intelectual indianista, ninguna organización indigenista, ninguna representación de intereses campesinos, pero tampoco ninguna institución universitaria y ningún gremio empresarial, muestra indignación o inicia una leve protesta por este fenómeno, inducido por la mano del ser humano para ampliar la frontera agrícola.

El resultado general que se puede constatar empíricamente es deplorable: bosques incendiados, superficies taladas, terrenos erosionados. En una palabra: la muerte de la naturaleza rondando a cada paso. Prósperos empresarios y trabajadores modestos son por igual responsables de este desastre. ¿Desastre? En realidad todos están contentos –salvo algunos cultivadores marginales afectados directamente por el incendio y alguna gente sensible en los centros urbanos–, pues ahora el terreno puede ser utilizado de manera mucho más rentable y fácil. En todas partes una superficie desboscada por el fuego es económicamente mucho más valiosa que una cubierta aún por la incómoda selva. 

En el caso específico de los suelos tropicales se puede aseverar lo siguiente, para lo que me baso en obras aparecidas en las últimas cuatro décadas, obras que no han perdido su eficacia explicativa y que muy tempranamente señalaron la gravedad de la situación ecológica. En Perú y Bolivia hay que mencionar a los campesinos consagrados al cultivo de la coca y a la elaboración de cocaína, los cuales coadyuvan en gran escala a la expansión de la frontera agrícola. Otros sectores, como los colonizadores, los agricultores, los ganaderos, los soyeros, los empresarios de la madera, los trabajadores de subsistencia y los buscadores de oro y minerales valiosos en ríos tropicales, hacen también su parte en la reducción de las arboledas en las tierras bajas. En suma: es difícil encontrar un sector social que no preste su ayuda a la progresiva eliminación de los bosques tropicales.

La crisis ecológica también toca a los colonizadores provenientes de tierras altas que tratan de encontrar una nueva existencia en las zonas húmedas de la Amazonía. Según el testimonio muy temprano de Wagner Terrazas Urquidi (1973), los suelos tropicales son altamente vulnerables por contener generalmente una capa de humus muy delgada y frágil, que se deteriora de manera irremisible después de que se destruye la cubierta vegetal original. Ante el agotamiento relativamente rápido de la productividad de los suelos tropicales y el surgimiento de superficies erosionadas, los colonizadores, los cocaleros, los soyeros y los madereros, entre otros sectores, están obligados a buscar constantemente nuevas áreas de cultivo y a ampliar sin cesar la frontera agrícola.

Dentro de poco y ante la indiferencia pública, la selva tropical será un mero recuerdo literario.

Hugo Celso Felipe es filósofo y politólogo.



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