Tal como lo ha demostrado el gobierno de Paz Pereira en pocas horas, respecto a los hidrocarburos, lo clave es preparar al Estado boliviano con otra velocidad, “esta velocidad”, y llevar adelante una política hacia Chile con la energía cooperativa necesaria para construir el edificio futuro de la relación binacional.
Brújula Digital|17|11|25|
Loreto Correa
Bolivia está viviendo un momento único. Por primera vez en el siglo XXI, el país enfrenta su realidad y admite la verdad: el modelo socialista del siglo XXI ha llegado a su fin. Sí, Bolivia cayó en su quimera, pero también ha decidido levantarse del suelo donde fue pisoteada.
EL sábado 8 de noviembre nadie pudo quedar indiferente ante las palabras de sus nuevas autoridades, menos aún frente a la nueva energía que se respiraba en La Paz. ¡Por fin!
No será fácil salir del desastre en que se deja a Bolivia, pero la dignidad mostrada por su Presidente, su fuerza y sus valores evidencian de qué están hechos los bolivianos. Una gran lección para Chile.
Por eso quiero llamar la atención sobre la incisiva pregunta del mandatario en su alocución al mundo entero: “¿Dónde está el mar de gas? ¿Dónde está el litio?”
Llamo la atención sobre este punto porque existe una realidad para Bolivia: si el gas se desvaneció de su economía, con el litio solo se desperdició dinero y, además, se vendió humo.
Desde Argentina y Chile llevamos tres años estudiando el avance en materia de litio en los tres países. Hoy, con mucho pesar, debemos decir que YLB ha significado un despilfarro del gasto fiscal. En 2024, por puertos chilenos y por Puerto Quijarro–Arroyo Concepción, salieron 1.846.888 kilogramos de carbonato de litio, equivalentes a 15,6 millones de dólares estadounidenses (Datos IBCE 2024).
Por ello, y porque lo ocurrido es una verdadera vergüenza, Bolivia enfrenta desafíos gigantescos. El primero es reestructurar las empresas estatales dedicadas al gas y al litio. El segundo definir si realmente vale la pena extraer litio “ahora” o si conviene potenciar el turismo, que genera más desarrollo local, mayor participación laboral y, sin duda, es menos contaminante que la industria del litio en el Triángulo. Esto, claro está, mientras se resuelve el tema de los contratos firmados por la anterior administración con Rusia y China, y se define el modelo de negocio.
Hay que recordar que Bolivia enfrenta problemas estructurales respecto al litio. La falta de agua es uno de ellos, ya que la extracción mediante evaporación resulta poco sostenible. Sin extracción directa de litio (EDL), el agua se agota. Además, las condiciones para las comunidades locales han sido mal establecidas en Potosí y Oruro, los departamentos productores.
También existe otro aspecto: la necesidad de procesar un mayor volumen de salmuera, dado que los estudios muestran que la concentración de litio en Bolivia es inferior a la de Argentina y Chile. Por tanto, se requiere más salmuera para obtener litio. Y lo reiteramos: pensar en la industrialización ahora no es viable con el actual modelo económico boliviano.
Mientras todo esto se resuelve y se realizan las auditorías correspondientes, hay una dimensión aún no considerada: el transporte y los puertos destinados a exportar el litio al mercado internacional. En ese sentido, vale la pena establecer marcos de conversación realistas y vías convenientes.
Aquí entra la política exterior de Bolivia con Chile, el país más cercano para la exportación de litio, y con quien aún no existen conversaciones concretas sobre el tema. Sería indeseable repetir la polémica de la guerra del gas de 2003. Sí, recordarlo es necesario para evitar que la historia se nos vuelva a colar por la ventana.
Por estos motivos, quisiera poner sobre la mesa dos aspectos concretos. El primero trata un tema clave: el mejoramiento de la relación mediante la reanudación de las relaciones diplomáticas. Nada me gustaría más que decir que Chile y Bolivia deberían reanudar relaciones prontamente.
Sin embargo, y a diferencia de lo que muchos sostienen en las últimas semanas, lo clave no es la reanudación en sí, sino la anticipación estratégica para evitar que se rompan nuevamente ante el primer signo de molestia en cualquiera de los dos países. Porque ripios siempre habrá, y hay que saber convivir con ellos.
El segundo aspecto lo plantea mi colega, la internacionalista boliviana Roxana Forteza, en su capítulo “Agenda Bolivia–Chile” del libro Bolivia y Chile: Pensando juntos (UTEPSA, 2025). Ella sostiene que lo esencial es establecer primero una “agenda pragmática y ágil con temas para la esfera civil, empresarial, estatal y académica”.
Y esto porque resulta absurdo y obtuso –dice ella– “afirmar que no hay relaciones”, ya que es un eufemismo. La prueba máxima de ello son las innumerables conversaciones para mejorar todo tipo de temas entre ambos países desde el retorno a la democracia en Chile a principios de los años noventa.
Ahora bien, quienes sostienen que hay que reanudar las relaciones, quizás siguiendo el símil de Bolivia con Estados Unidos, desean excluir los “temas álgidos” entre Bolivia y Chile. No obstante, entre ambos países no hay varios temas álgidos, hay uno solo.
Así las cosas, comparar los términos de una y otra relación refleja cierta ignorancia y escasa cautela. Para reanudar las relaciones entre Bolivia y Chile se requiere madurez institucional, y esa aún no existe en ninguno de los dos países, ambos con visiones todavía andinocéntricas.
Por eso, resulta mucho más razonable apelar a una agenda funcional que priorice “temas técnicos para construir afinidades y proyectos conjuntos”. Esa es la base para avanzar. Hacer lo contrario sería poner la carreta delante de los bueyes y, por muy nobles que sean las intenciones, el resultado podría ser un fracaso. Y como dice la Sole, una humorista chilena muy de moda hoy: “Me muero muerta”.
¿Por qué no es oportuno reanudar las relaciones ahora?
Recordemos: la última vez que se propuso algo así fue en 2004, en Monterrey. Acordarse de Carlos Mesa diciendo el segundo día de la Cumbre de México: “Convocamos al Presidente Lagos y al gobierno de Chile a buscar con nosotros una solución definitiva a nuestra demanda marítima”. “Este es un problema de fondo que requiere respuestas de fondo”, agregó Mesa, indicando que lo planteaba ante la certeza de que “la única causa por la que vale luchar es aquella a la que nos debemos”. Entonces, de inmediato, el presidente chileno rechazó el pedido, afirmando que “lo que no nos parece es que podamos empezar a discutir temas de soberanía, porque no tenemos temas de soberanía pendientes con Bolivia”.
Así comenzó el drama que concluyó en La Haya en 2018, y esa es la base que aún no se desmonta. Por eso Roxana Forteza, siguiendo al teórico David Mitrany (1943), sostiene que lo funcional debe ir primero, no lo diplomático. En ese sentido, coincidimos con el abogado boliviano Gonzalo Mendieta Romero: menos aún con Perú involucrado, porque ahí se traba todo.
Lo determinante, entonces, es comenzar por desmontar las narrativas antagónicas, y para eso se requiere tiempo. Mientras tanto, lo pertinente es priorizar lo técnico, especializado y urgente. ¿Y qué es lo prioritario hoy y no hace dos décadas? Preparar –dice Roxana Forteza– mesas técnicas permanentes sobre: litio, minería y ecología; puertos y logística; crimen organizado, narcotráfico y contrabando; migración laboral; comercio bilateral y ACE22; cultura y educación.
¿Y el momentum?
Bolivia acaba de cambiar de gobierno. Tiene que darse la transición boliviana. Por su parte, Chile está pendiente de elecciones y cambiará de gobierno en los próximos meses. Reanudar relaciones no solo sería precipitado, sino también inoficioso, considerando el actual clima electoral en Chile, marcado por la agenda de seguridad.
Por ello, y tal como lo ha demostrado el gobierno de Paz Pereira en pocas horas respecto a los hidrocarburos, lo clave es preparar al Estado boliviano con otra velocidad, “esta velocidad”, y llevar adelante una política hacia Chile con la energía cooperativa necesaria para construir el edificio futuro de la relación binacional, con un estado final deseado claramente definido y sostenible.
Loreto Correa es historiadora.