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Política | 15/09/2025   02:00

|OPINIÓN|De auquénidos metamorfoseados a tontorrones: los insultos que llegan desde Chile|Andrés Guzmán|

Mientras esa mentalidad persista, y mientras los insultos al pueblo boliviano no sean reconocidos ni retirados, será difícil imaginar que Chile y Bolivia puedan construir relaciones diplomáticas basadas en el respeto, la igualdad y la transformación constructiva de sus conflictos.

La diputada chilena María Luisa Cordero en una sesión congresal tejiendo. Foto ABI.
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Brújula Digital|15|09|25|

Andrés Guzmán Escobari

Las declaraciones de la diputada chilena María Luisa Cordero sobre los bolivianos no pueden ser vistas como una anécdota más de una relación conflictiva, ni como un exabrupto sin consecuencias en los vínculos de dos países vecinos. 

Al sugerir que los bolivianos nacemos con menor capacidad cerebral por la falta de oxígeno en el altiplano –citando como “evidencia” a un grupo de norteamericanos que de paso por Bolivia habrían notado la bradipsiquia– no solo incurre en un error grotesco y carente de sustento científico, sino que también confirma la persistencia de un desprecio hacia la nación andina, amazónica y platense, con raíces profundas y efectos inevitables en la relación bilateral.

Lo más preocupante es que, hasta ahora, la diputada no ha reconocido su exceso ni ha pedido disculpas. Esa falta de autocrítica e hidalguía refuerza la impresión de que sus palabras no fueron un lapsus, sino una expresión deliberada de arrogancia destinada a herir los sentimientos de quienes viven en altura y a inflamar el orgullo chovinista de quienes se sienten superiores por vivir al nivel del mar. 

Y no es la primera vez que desde Chile se lanzan este tipo de insultos. En 1993, el almirante José Toribio Merino, uno de los hombres fuertes de la dictadura, calificó a los bolivianos como “auquénidos metamorfoseados que habían aprendido a hablar, pero no a pensar”, atribuyendo esa idea a “un famoso geopolítico alemán” que habría vivido en Sudamérica en la década de 1920. Igual que Cordero, Merino intentó revestir de ciencia lo que en realidad no era más que racismo y xenofobia.

De ese modo, los bolivianos hemos pasado de ser calificados como “auquénidos metamorfoseados” a “tontorrones, portadores crónicos, desde el nacimiento, de una encefalopatía hipóxica”. Las palabras de Cordero evocan inevitablemente las de Merino: ambas son despectivas, discriminatorias e indignas de representantes del Estado, y ambas carecen de la menor base científica.

Chile, en varias oportunidades, ha manifestado su voluntad de restablecer relaciones diplomáticas con Bolivia. En 2004, el presidente Ricardo Lagos lo expresó claramente en la Cumbre de Monterrey y, más recientemente, Gabriel Boric señaló que es una vergüenza que, a estas alturas, ambos países sigan sin relaciones diplomáticas. Sin embargo, en este episodio Boric prefirió guardar silencio frente a las ofensas de Cordero; a diferencia de su par boliviano, Luis Arce, que condenó de inmediato y con firmeza dichas declaraciones. 

Esa asimetría de pronunciamientos al más alto nivel también es una señal diplomática que no contribuye a generar confianza.

Con este tipo de expresiones, que no han merecido rectificación ni disculpa por parte de sus autores, resulta difícil pensar en un restablecimiento serio de las relaciones diplomáticas. Porque más allá de los temas pendientes y de los problemas fronterizos, que urge resolver –como el robo de vehículos en Chile, la migración o el contrabando que ingresa a Bolivia desde el puerto de Iquique–, lo que verdaderamente impide avanzar es la persistencia de una mirada por sobre el hombro a Bolivia que alimenta prejuicios y bloquea la construcción de confianza.

A diferencia de los exabruptos de Merino y Cordero, el aire de superioridad chileno ha sido estudiado por reconocidos investigadores. Mi libro Al otro lado de la cordillera. El rol de las narrativas maestras de Bolivia y Chile en la formación de sus identidades nacionales (2020) contiene un análisis sustentado en la opinión de algunos expertos sobre cómo esa mentalidad chilena se ha sostenido y reproducido en el tiempo. La historiadora peruana Carmen McEvoy (2011) demostró que, durante la Guerra del Pacífico, Chile construyó la idea de una “guerra civilizadora”, presentándose como una nación superior en lo militar, lo racial y lo cultural, destinada a “civilizar” a los pueblos “bárbaros” de Bolivia y Perú. El historiador chileno Rodrigo Naranjo (2011), en la misma línea, analizó cómo la narrativa oficial exaltó “la gesta del roto” y “la superioridad de la raza” como justificación de la guerra, mientras que el profesor neerlandés Gerald Van Der Ree (2010) identificó en tiempos más recientes una “identidad neoliberal, conservadora y legalista” que alimenta la autoimagen de Chile como país modelo –“un jaguar”– frente a unos vecinos atrasados y problemáticos.

Ese trasfondo histórico y cultural explica por qué expresiones como las de Merino y Cordero no son simples salidas de tono, sino ecos de un imaginario mucho más amplio y arraigado. Un discurso que se retroalimenta con relatos épicos de una historia narrada a conveniencia, que pinta a Chile como un país muy superior a Bolivia en lo económico, lo militar y lo racial, aunque ya no en lo futbolístico. 

Mientras esa mentalidad persista, y mientras los insultos al pueblo boliviano no sean reconocidos ni retirados, será difícil imaginar que Chile y Bolivia puedan construir relaciones diplomáticas basadas en el respeto, la igualdad y la transformación constructiva de sus conflictos.

Andrés Guzmán Escobari es analista en temas internacionales.



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