Brújula Digital|04|08|25|
Julio Ríos Calderón
El primer encuentro entre los aspirantes a la presidencia de Bolivia prometía ser una cita a la altura democrática, un espacio para contrastar visiones de país, exponer planes de gobierno y dignificar el ejercicio republicano. Pero lo que se ofreció al país fue una escenificación de la decadencia política, confrontación vacía, escarbar del pasado, guerra sucia. Un desfile de gestos grotescos que desvirtuaron el sentido original del evento.
Aunque algunos candidatos llegaron con voluntad de presentar propuestas, la dinámica se tornó en un juego de desvíos y ataques personales. Las ideas fueron eclipsadas por retruques, apodos ofensivos y teatralidades más propias de la comedia que del debate. Manfred Reyes Villa, por ejemplo, intentó emular el estilo irreverente de figuras extranjeras, pero terminó exhibiendo un repertorio agotado, más cercano a la caricatura que al liderazgo.
Otros contendientes tampoco estuvieron a la altura. El exministro Eduardo del Castillo apeló al sarcasmo y la descalificación, llamando “Samuelitio” a Doria Medina por su propuesta de industrialización del litio. La réplica fue inmediata y punzante: “A vos te decían Sonia”, en alusión a presuntos vínculos con el narcotráfico. Lo que debía ser un espacio de ideas degeneró en una rencilla verbal sin beneficio alguno para el electorado
Por otra parte, asomó la pregunta dirigida a Reyes Villa sobre su pertenencia a la masonería. En lugar de reivindicar con firmeza su vínculo con una orden que promueve el perfeccionamiento moral e intelectual del ser humano, respondió con evasivas y banalidad. Su tono despectivo dejó entrever un desconocimiento profundo sobre una institución universal, no partidista, que trasciende ideologías y fronteras. La masonería está presente en democracias consolidadas y también en regímenes autoritarios; existe en Estados Unidos, Francia, Venezuela y Cuba. Su vocación no es política, es filosófica, ética y humanista. En Bolivia, reúne a miles de ciudadanos comprometidos con el pensamiento crítico, la filantropía y la construcción simbólica de una sociedad más justa.
La ciudadanía esperaba contenido. Quería escuchar propuestas sobre justicia, economía, salud, medioambiente. En cambio, se encontró con un espectáculo deslucido, donde los egos y las ironías desplazaron a las convicciones. La decepción ha sido generalizada, pero también reveladora: en tiempos de superficialidad, el gesto vacío ya no seduce. La forma sin fondo se agota.
A pesar del caos, emergió una figura con sobriedad empresarial, trayectoria concreta y capacidad de ejecución que lo perfila como una opción seria. No por lo que dijo esa noche, sino por lo que ha demostrado con hechos. Cuando todo se vuelve ruido, la obra silenciosa adquiere el peso de lo auténtico.
Bolivia no necesita espectáculo, necesita visión, carácter y respeto por el voto. El verdadero debate aún está por ocurrir. Y su escenario no es el set televisivo, sino la conciencia ciudadana.
Julio Ríos Calderón es periodista y escritor.