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Política | 24/07/2025   04:15

|Opinión|Bolivia:superar la crisis económica no es suficiente |Álvaro Bazán|

Tal vez Bolivia no necesita una refundación. Tal vez necesita algo más sencillo y más difícil a la vez: reaprender a confiar, a colaborar, a esforzarse con propósito.

Una marcha de gremiales en la ciudad de La Paz. Foto APG
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Brújula Digital|24|07|25| 

Álvaro Bazán 

Hay momentos en que parece que Bolivia se ha resignado a su propio estancamiento. La cultura del “así nomás es” se ha convertido en el pegamento invisible que sostiene y, a la vez, limita nuestra vida pública. La indignación ha cedido paso al escepticismo y la esperanza a una especie de lucidez cínica. Pero, incluso en medio de este panorama opaco, persiste una pregunta que no termina de desaparecer: ¿Todavía hay algo por hacer?

Es posible que la crisis que atraviesa el país no sea solo institucional o económica. Cada vez más voces coinciden en que lo que Bolivia vive es una crisis cultural, una forma arraigada de pensar y convivir que naturaliza la desconfianza, desprecia el mérito, normaliza la informalidad y celebra la trampa como ingenio. Cuando los atajos se convierten en virtud, ¿cómo sostener una visión compartida de futuro?

¿Y si, más que otra reforma o una nueva coalición política, lo que Bolivia necesita es una transformación en sus valores colectivos? ¿Y si la raíz del problema está menos en las reglas que en las costumbres, menos en el Estado que en los ciudadanos? Las grandes preguntas del desarrollo no siempre tienen respuestas técnicas. A veces, tienen respuestas culturales.

No se trata de inventar desde cero. Hay ejemplos en otros rincones del mundo que invitan a reflexionar: el Saemaul Undong en Corea del Sur, que cambió la mentalidad rural desde la cooperación y la productividad; el Umuganda en Ruanda, que reconstruyó el tejido social desde el servicio comunitario; la Cultura Ciudadana en Bogotá, que enfrentó la violencia y el caos con pedagogía y creatividad. Cada caso fue distinto, pero compartían algo esencial: una decisión colectiva de cambiar no solo las leyes, sino las actitudes.

¿Podría Bolivia imaginar su propio camino de transformación ciudadana? ¿Podría redefinir lo que valora y lo que castiga, lo que admira y lo que tolera? Quizás la pregunta más honesta no sea ¿cómo salir de esta crisis?, sino “qué tipo de país queremos tener después”.

Una agenda de transformación ciudadana no es una receta. Es una hipótesis, una dirección tentativa. Plantea la necesidad de poner en el centro valores que parecen haber perdido prestigio: la disciplina como forma de respeto colectivo; la estética del orden como expresión de autoestima; la creatividad como herramienta de futuro; la confianza como base de cualquier progreso duradero; el mérito como camino legítimo hacia la dignidad.

No es fácil hablar de ética del trabajo o cultura del esfuerzo en un país donde la informalidad y el desencanto marcan la experiencia cotidiana de millones. Pero ¿qué alternativas quedan si no se vuelve a construir una narrativa social mínimamente compartida? ¿Puede una sociedad progresar si no redefine su relación con la ley, el tiempo, la verdad, el otro?

La respuesta no está en un gobierno, ni siquiera en un líder. Ninguna autoridad puede decretar una transformación cultural. Esta debe construirse desde abajo y desde adentro, desde las escuelas, las empresas, los barrios, los medios, las redes sociales, las ONG las universidades. Es allí donde se siembran –o se degradan– los valores que moldean lo que una nación es.

Claro que hacen falta políticas públicas, liderazgo político, visión institucional. Pero sin una base cultural que los sostenga, incluso los mejores programas se diluyen en el ruido de lo cotidiano.

En este escenario, ciertas candidaturas podrían asumir un papel menos mesiánico y más facilitador. Más que prometer soluciones, podrían proponer marcos de sentido. Más que ofrecer poder, podrían convocar a una reconstrucción ética.

No es una tarea para entusiasmos fugaces. Es un trabajo largo, imperfecto y necesariamente colectivo. No hay garantías de éxito. Pero tampoco hay margen para seguir acumulando frustraciones.

Tal vez Bolivia no necesita una refundación. Tal vez necesita algo más sencillo y más difícil a la vez: reaprender a confiar, a colaborar, a esforzarse con propósito. Volver a preguntarse, con seriedad y sin cinismo: ¿qué significa construir ciudadanía? Y desde ahí, empezar otra vez.



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