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Política | 18/07/2025   03:15

|OPINIÓN|El ausente más presente|Gerson Rivero|

Se niega a delegar su caudal electoral y muchos analistas consideran que eso significa entre un 20 y 30% de voto duro. Quizás eso coincida con las últimas encuestas. Entre blancos, nulos e indecisos suman 32%.

Evo Morales en una de las últimas marchas que encabezó. Foto APG
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Brújula Digital|18|07|25| 

Gerson Rivero 

La frase del título corresponde a Jorge Valdano y se refería a Diego Maradona, luego de fallecido. Se la robo para tratar de aplicar a la realidad política boliviana. No está muerto, pero está inhabilitado para las próximas elecciones presidenciales de agosto. No obstante, Evo Morales es el ausente más presente en la discusión política boliviana.

El expresidente, sin duda alguna, es un parteaguas de la historia nacional, especialmente en el primer cuarto del siglo XXI. El denominado “proceso de cambio”, llevado adelante por el Movimiento Al Socialismo (MAS), equivale a la Revolución nacional de 1952, protagonizada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).

Si la figura relevante del MNR fue Víctor Paz Estenssoro, en el MAS lo es Evo Morales Ayma.

Hay muchos más paralelismos entre ambos personajes. Lideraban movimientos populares con un gran protagonismo de la población indígena. Ambos tuvieron resistencia de las elites conservadoras y enfrentaron conflictos regionales, principalmente con Santa Cruz. 

Tanto el MNR como el MAS fueron acusados de autoritarismo. A Paz y a Morales, el poder les fue arrebatado cuando intentaron reelegirse para un nuevo mandato. Son los dos presidentes con más tiempo en el poder en la historia boliviana.

Protagonizaron cambios de modelo económico basados en una lógica nacionalista del manejo de los recursos naturales. Sin embargo, una diferencia, por ahora, los marca. Paz Estenssoro volvió al poder en 1985, 21 años después de haber sido derrocado. Su retorno marcó un nuevo hito, contrario al de su llegada por primera vez al poder, en 1952. Llegó con la receta neoliberal, medidas de shock, que sirviera para frenar la grave crisis económica dejada por su excorreligionario Hernán Siles Zuazo, convertido en adversario político.

Morales Ayma, hoy por hoy, no podrá volver al poder, al menos no por los mecanismos democráticos vigentes. Si lo hiciera, también tendría que aplicar medidas de shock “para frenar la grave crisis económica dejada por su excorreligionario Luis Arce Catacora, convertido en adversario político”.

Y, de hecho, parte de su fallida propuesta de gobierno contiene medidas a las que su gobierno se oponía inicialmente, como la liberación de las exportaciones agroindustriales, la aplicación de biotecnología o propuestas “innovadoras”, como el hidrógeno verde, por poner algunos ejemplos.

Ya no más banderas de nacionalización. No más subvención de los hidrocarburos. Evo está abierto al cambio de la Ley de Hidrocarburos que permita atraer inversiones extranjeras.

Lleva seis años fuera del poder. Quizás le falten 15 para emular a Paz Estenssoro. 

Mientras tanto, los contubernios de su propio exministro, delfín y excompañeros de partido, lo han dejado fuera de carrera. Un hecho aplaudido por gran parte de la clase media que salió a las calles en 2019 para propiciar su caída. Hay un silencio conveniente de la oposición de la derecha. Nadie sale a cuestionar al Tribunal Constitucional prorrogado o a comentar sobre las maniobras del exministro César Siles.

Sin embargo, en los debates, en los discursos, en las entrevistas, los dardos siguen siendo principalmente para Evo Morales y sus casi 15 años de gobierno.

La culpa de la crisis, para los políticos, no es de Arce solamente, sino también de Evo. Y, de hecho, hasta el propio Presidente en ejercicio acusa a su antecesor de la crisis que está dejando como herencia.

Todas las encuestas que pude ver, de moros y cristianos, que incluían a Evo Morales como posible candidato mostraban dos elementos en común: siempre era uno de los que tenía mayor intención de voto, al menos entre los tres primeros, dependiendo de la muestra; pero invariablemente, también era el que más odio generaba.

Los analistas, asesores, campañistas, sean quienes sean, saben que obviar al principal protagonista de la historia política en lo que va del siglo no es buen negocio. Si soy opositor, me resulta bien hablar mal de Evo. Vende más culparlo de la crisis a él que al propio Arce. Eso porque la impopularidad de Arce se ha convertido en intrascendencia. Probablemente eso le sirve personalmente para cuando necesite impunidad.

Pero, ¿a quién le conviene hablar bien de Evo? Pues a los que pretenden atraer esa votación que históricamente superó el 50% desde 2005, incluyendo una transferencia de voto a Luis Arce en la anterior elección.

Sin embargo, Evo Morales está solo. No tiene delfines, no tiene aliados. Se niega a delegar su caudal electoral y muchos analistas consideran que eso significa entre un 20 y 30% de voto duro. Quizás eso coincida con las últimas encuestas, por ejemplo, de la red Unitel. Entre blancos, nulos e indecisos suman 32%. Es más, el evismo, articulado con las organizaciones sociales campesinas y cocaleras como base, pretende sabotear las próximas elecciones.

Gerson Rivero es periodista.



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