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Política | 23/06/2025   03:00

|ANÁLISIS|El futuro no convierte en consuelo la falta de gol|Eduardo Salamanca Chulver|

Gol para dar sentido al proceso que, si se concreta, no solo será una reivindicación para el fútbol boliviano, sino también una esperanza hecha realidad.

Foto: APG Archivo
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Brújula Digital|23|06|25|

Eduardo Salamanca Chulver

El discurso recurrente en el ámbito de la Selección Boliviana de Fútbol expone la noción de “proceso” como un escudo protector. Se invoca constantemente como horizonte, como promesa de un porvenir mejor. Sin embargo, en el contexto actual, en el que se ha dejado escapar puntos fundamentales jugando en casa -en El Alto, nada menos- frente a selecciones como Uruguay y Paraguay, dicha narrativa comienza a mostrar señales de resquebrajamiento. Esos empates, en el marco de una eliminatoria sudamericana tan exigente, equivalen a derrotas. El viejo axioma: “La altura es nuestra fortaleza”, cuando allí no logramos imponer condiciones, podría ser una señal que interpela, no a los jugadores, sino al modelo de gestión futbolística.

La gran victoria en Santiago ante Chile, sumamente útil, podría pasar a ser solo una anécdota, por los tropiezos como visitantes con rivales directos como Perú o Venezuela, donde las condiciones geográficas y ambientales no favorecen a Bolivia.

Alguna prensa presenta como progreso el hecho de que en Maturín, frente a Venezuela, se haya conseguido una posesión de balón superior a la acostumbrada en partidos de visitante y mayor a la del rival. Este dato, si bien puede ser indicativo de una evolución táctica en el mediocampo, pierde peso ante la realidad más contundente: el gol sigue ausente. El fútbol, por mucho que se modernice, continúa siendo un deporte que se define en las áreas. La posesión estéril, por elegante que sea, es incapaz de sumar puntos si no se traduce en contundencia ofensiva.

Y es precisamente ahí donde la Selección muestra su mayor falencia: carece de un “nueve”, de ese delantero nato que no solo se ubica en el área, sino que vive y respira para definir. Miguel Terceros, joven de notable talento, proyección y actual goleador del equipo en estas eliminatorias, ha asumido una responsabilidad que desborda su natural momento de madurez futbolística. Los demás delanteros convocados hasta ahora han mostrado una evidente esterilidad frente al arco rival, y ninguno de ellos posee el perfil de ese “goleador clásico” que Bolivia ha sabido tener en el pasado.

Es por ello que creo ineludible considerar alternativas que, aunque puedan parecer disruptivas para el discurso del “proceso”, son viables y urgentes si de verdad se quiere competir. La primera, sin duda, es la reincorporación de Marcelo Martins Moreno. No es un acto de nostalgia, sino de racionalidad. Su amor por la camiseta está fuera de duda, y su capacidad, incluso a sus 37 años, podría todavía rendir dividendos, especialmente si se le gestiona bien físicamente y juega en El Alto, donde podría ofrecer aún, su mayor gesta. Un contrato corto, simbólico, sea por Bolívar o Strongest, hasta pasada la eliminatoria, permitiría disponer de él por al menos 50 minutos en cada uno de los dos partidos decisivos que restan (más allá de los beneficios para el club que lo retorne a la actividad), con toda su jerarquía intacta.

En segundo lugar, se debe considerar el retorno de Gilbert Álvarez, otro delantero de área, cuyo aporte y olfato goleador pueden ser optimizados con una preparación adecuada. Y, finalmente, entre los naturalizados, no puede ignorarse el aporte que podría brindar un jugador como Patricio “Pato” Rodríguez, hoy figura del Club Bolívar. Creativo, con gol y desequilibrio, representa una opción concreta para convertir la posesión en peligro real.

El debate sobre la edad o la nacionalidad debe ser superado. Messi y Cristiano Ronaldo, con 37 y 40 años, respectivamente, siguen demostrando que el talento no expira con la fecha de nacimiento. Sergio Ramos, con 40 años, es figura en el Mundial de Clubes. Bolivia, históricamente marcada por procesos truncos, no puede darse el lujo de excluir a quienes pueden aportar experiencia, gol y liderazgo.

No se trata de oponer el “proceso” al “resultado”, sino de integrarlos. Una clasificación al repechaje o mejor aún, al Mundial, no anularía el proceso; al contrario, lo potenciaría y lo dotaría de sentido histórico y emocional. Así sucedió en 1993, cuando Bolivia logró el milagro de clasificar al Mundial de 1994 con una generación que combinó juventud y experiencia bajo la gran dirección del “Bigotón” Azkargorta y figuras inolvidables. ¿Quién puede olvidar la inteligencia de Marco Antonio “el Diablo” Etcheverry, la elegancia de Erwin “Platiní” Sánchez, el liderazgo de Carlos Borja, la humilde grandeza de Marco Sandy, la calidad del naturalizado Gustavo Quinteros, o el olfato goleador de William Ramallo? Ellos no solo clasificaron a Bolivia: encendieron una llama nacional que aún hoy arde en la memoria colectiva.

Aquel grupo creyó aun cuando nadie apostaba por ellos. Comprendieron que no se juega solo con los pies, sino con el corazón, con el alma, con la historia sobre los hombros. Jugaron con la certeza de que representar a Bolivia era más que un oficio: era un destino.

Hoy, más que nunca, se impone una verdad simple pero profunda: ningún proceso puede sobrevivir sin esperanza. Y en el fútbol, la esperanza se alimenta de goles, de triunfos, de emociones verdaderas. Si no se le pudo ganar a Uruguay en El Alto, ¿cómo se espera vencer a Brasil en la última y probablemente decisiva fecha? Sin un delantero con jerarquía, sin un goleador nato, la pregunta deja de ser retórica para convertirse en advertencia.

No hay certezas absolutas en el fútbol, y es claro que ni Martins, ni Álvarez, ni Rodríguez garantizan la clasificación; más aún cuando se depende de otros resultados. Pero sí es evidente que, con ellos, la posibilidad de ganar se hace más palpable, más real. Y eso, en un país que respira fútbol entre la frustración y la ilusión, vale más que cualquier promesa futura.

Porque este no es un asunto de gustos ni de caprichos. Es una causa que involucra el sentimiento de millones de bolivianos que, generación tras generación, sueñan con ver a su selección compitiendo en el mayor escenario de todos: un Mundial. Y en esa ruta, hay que correr todos los riesgos, menos uno: el de resignarse antes de tiempo.

Concluyo dejando claramente precisado que es de absoluta justicia reconocer al director técnico. Oscar Villegas y su cuerpo de colaboradores, han sabido construir, a pesar de las dudas iniciales, una Selección que hoy -contra todo pronóstico- aún se mantiene con vida en las Eliminatorias. Llegar a las últimas dos fechas con posibilidades evidentes de alcanzar el repechaje, e incluso soñar con una posterior clasificación al Mundial 2026, no es un logro menor en un proceso que arrancó con escasa confianza.

El mérito de haber renovado nombres, de haber sembrado orden táctico y de haber devuelto competitividad a una Selección históricamente relegada, es innegable. Por ello, lo que se propone no es ni mucho menos, desestimar lo avanzado, es fortalecerlo. El aliento es sincero, porque cuando el rumbo existe, es lícito también señalar lo que falta. Y lo que falta, hoy más que nunca, es gol. Gol para seguir creyendo. Gol para hacer justicia al esfuerzo de este cuerpo técnico. Gol para dar sentido al proceso que, si se concreta, no solo será una reivindicación para el fútbol boliviano, sino también una esperanza hecha realidad.

Eduardo Salamanca Chulver es abogado y afiliado a la Federación de Trabajadores de la Prensa de Cochabamba. 



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