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Política | 29/01/2025   04:42

|OPINIÓN|Los síndromes del político|Nelson Jordán Wayar|

Brújula Digital|29|01|25|

Nelson Jordan Wayar

Nuevamente el boliviano se ve agredido por las actitudes políticas preelectorales y creemos que protestar por ello no es lo ideal. Se puede decir “qué barbaridad”, pero eso ya lo dijimos en alguna publicación anterior, cuando quisieron hacernos creer que 500 años de explotación colonial eran suficiente justificativo para perpetuarse en el poder, por parte de aquellos que se creían políticos, siendo delincuentes ordinarios y ahora habituales.

Lamentablemente, la conducta de los que pretenden hacer el arte de lo posible, como se conceptúa a la política, incurren en su propia inseguridad, con el riesgo de caer en la mentira. Lo recordamos: “Cierto día –nos reseña Mario Roso de Luna– la mentira sorprendió adormecida a la Verdad y la despojó de sus albas vestiduras, cubriendo con ellas sus hipócritas lacerías para poderse presentar así a los incautos hombres, disfrazada de verdad pura”. Así nació la falsa verdad. “Había sido suplantada entre los mortales por la propia mentira. La infeliz Verdad, aunque despojada de sus preeminencias, no por eso dejó de presentarse ante los hombres; nadie podía soportar cara a cara la vista esplendorosa de la Verdad desnuda, mientras se rendían toda la suerte de bajos homenajes a la entronizada Mentira”.

Esta leyenda celta de Isabeau, Isabel o Isis, nos advierte un simbolismo frecuentemente utilizado por los políticos en todo el mundo y de manera particular en el nuestro. El miedo de aceptar la verdad que nos pueda liberar es frecuentemente aquella que no queremos oír o aceptar. Como la leyenda, a veces el poder es sólo símbolo del miedo. Nadie va contra las opciones ni el pluralismo político ni los derechos a postularse, ya sea hombre o mujer, pero hay que preguntarse: ¿para qué? A los llamados políticos, les correspondería devolver el honor, premiar el esfuerzo, sacrificio y valentía demostrada por la población civil en las contiendas pasadas.

Los síndromes

La satisfacción de algunos sentidos en algunos políticos, al sentirse líderes y creer que tienen las respuestas para casi todo, es una necesidad de reforzar su propia inseguridad, el propio miedo que los egos producen, ese miedo que ha llevado a algunos políticos a controlar todo. Eso obliga a cuestionarnos: ¿No será que existe, en términos técnicos, lo que se ha llamado el síndrome de hubris?, un síndrome caracterizado por el ego incontrolable que esta vez se estancó en algunos políticos bolivianos, –síndrome que incluye desde luego al exmandatario dictador–.

Este síndrome de hubris, nos viene muy claro, cuando estas personas en apariencia aún no muy madura creen tener desarrollado el sentido de empatía, y contrariamente, carecen de él. Notoriamente, no se identifican con ningún entorno poblacional, fingiendo sentimientos de mejoría, con el único objetivo de lograr poder. En ese contexto, conductas déspotas y disfuncionales nos han gobernado, y cuando el remedio parece venir, nos encontramos con conductas psicosocialmente irracionales. Todos quieren ser los salvadores de la patria (son atrevidos, transgresores e insolentes).

Hay un síndrome que se aviene perfectamente con el anterior, el síndrome del emperador, que básicamente se caracteriza por la necesidad de tener el control sobre los demás. Aunque esta anormalidad se da en niños, se produce también en los adultos, debido al exceso de sobrevaloración de conductas, que, si bien pudieron ser eficientes en algún momento, sólo les ha servido para tomar posiciones de empoderamiento monarcal. Se sienten el centro del universo y no pueden proyectar su calidad de servicio hacia los demás; todo lo contrario, son incapaces de aceptar un error, practicando la manipulación emocional e imponiendo su voluntad con tintes populistas, actitud ya desgastada en este régimen.

Tanto el hubrismo (ego desmedido en algunos políticos presidenciables y en otros entornos aledaños a é), como el síndrome del emperador, devienen de la permisibilidad de un pueblo, que acepta a un gobernante, a un estrato político, hacer lo que quiera, convirtiéndose en cómplice y culpable de lo que ocurre. Y cuando el ego y el poder se confabulan, pueden llegar a la destrucción institucional, social e histórica de una nación. Cuando la autoestima es demasiado grande, el ego distorsiona su entorno, el sujeto, en este caso el político, se pinta muy simpático, muy amable y condescendiente. En realidad, es incapaz de consensuar a no ser en sus términos y es precisamente en la política conde encuentran un espacio ideal para esas actitudes (narcisismo y comportamiento irresponsables).

Ahora, cuando la población se dispone a votar, si las elecciones se llevan a cabo, los hubristas y los emperadores, que no les interesa el país sino ellos, deben darse cuenta que no pueden ir más allá de los límites morales ni de las normas. Su auto-máscara, su ego, hace que se apoyen en el poder porque dicho ego se apoya en el temor. 

En breve, cúrense hubristas y emperadores, trátense antes de pensar en dirigir y beneficiar o fundir un país, porque para ser político sin hundirlo, hay que tener clase. ¿Qué hacemos?

Nelson Jordán Wayar es abogado.





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