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Política | 20/12/2024   17:03

|ANÁLISIS|El pacto de unidad: sonrisas públicas, tensiones internas|Hernán Terrazas|

Tuto Quiroga (izq.), Carlos Mesa (centro) y Samuel Doria Medina/Brújula Digital
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Brújula Digital|20|12|24|

Hernán Terrazas

Los primeros cuatro líderes que suscribieron un acuerdo de unidad hacia las elecciones de agosto próximo tienen la enorme responsabilidad de cuidar ese proceso y evitar que los personalismos, la chicanería y la mezquindad, comportamientos muy comunes en la política nacional, se conviertan en un factor destructivo y se frustre nuevamente una aspiración compartida por los bolivianos que apuestan por un cambio.

Se sabe que la construcción de este acuerdo no estuvo exenta de problemas. Hay gente que trabajó tras bambalinas para que finalmente los principales dirigentes políticos de la oposición aceptaran –algunos a regañadientes– suscribir el breve texto del compromiso difundido en días pasados. Y es que no es fácil lidiar con los egos y caprichos de quienes, desde su perspectiva, de antemano se sienten los llamados a ser los elegidos.

La fotografía que resumió el acto muestra los rostros sonrientes de los protagonistas, pero está claro que no se habían superado los resentimientos provocados, sobre todo, por la movida de Jorge Quiroga, quien, en los días previos al anuncio –después de haber firmado ya el acuerdo–, cerró una alianza con el Frente Revolucionario de Izquierda, la organización política que sirvió de base o eje para la conformación de Comunidad Ciudadana, el partido de Carlos Mesa.

Era obvio que una maniobra de estas características, que afectaba directamente la relación de confianza entre los aliados, iba a provocar suspicacias, al extremo que Mesa se vio en la necesidad de salir a hacer pública su preocupación, mientras que Samuel Doria Medina compartía internamente su molestia por un hecho que estuvo a punto de desahuciar la unidad antes de concretarse.

El día después del lanzamiento de la candidatura de Quiroga, horas antes del acto que reunió a los representantes de las cuatro organizaciones políticas, hubo más nerviosismo que certezas, sobre todo porque incluso la noche anterior se hicieron llamadas de confirmación que no encontraron una respuesta del todo firme y convincente.

El pacto pendía de un hilo poco antes de plasmarse en un evento de impacto público, pero finalmente logró ratificarse hora y fecha para mostrarle al país que los principales jefes de la oposición podían estar a la altura de las aspiraciones de buena parte de los bolivianos que demandaba la unidad como la única manera de encaminar un cambio democrático.

De todas maneras, nada está dicho, porque a partir del momento en el que los líderes dejaron atrás la armónica “coreografía” política de los abrazos, manos levantadas y gestos de renovada confianza, comenzaron a insinuarse nuevamente acciones individuales, aceptables si se considera que, de una u otra forma, habrá campañas personales dentro del propio acuerdo para que, llegado el momento de aplicar la metodología de selección definitiva, uno de ellos resulte el beneficiario, pero riesgosas porque definitivamente no es fácil sostener la unidad entre “adversarios”.

Si, por ejemplo, se comienza a hablar de la “irreversibilidad” de alguna candidatura, o si desde el entorno de Mesa se habla de buscar una sigla luego que el propio exmandatario afirmara que su rol era el de “facilitador”, entonces el cuadro comienza a desdibujarse antes siquiera de haber llegado a definir sus formas.

Parecería que, a momentos, los actores olvidan que el objetivo de todo esto es unir fuerzas y no marcar fronteras apresuradas entre unos y otros, que seguramente los dejarán en los reducidos porcentajes de intención de voto que reciben individualmente. 

No hay que olvidar que las encuestas y sondeos, públicos e internos, muestran que, por ahora, la suma de la intención de voto de los líderes opositores iguala a la de Evo Morales o, posiblemente, a la de cualquier otro dirigente del MAS que pudiera contar con el respaldo de éste. En otras palabras, el descuido de la unidad, debido a juegos personales, podría conspirar contra el objetivo de este proyecto.

Si el compromiso con la unidad no es genuino, si no existe un consenso real para aceptar la metodología de selección y si todo esto no es nada más que una nave de la que, más temprano que tarde, se desprenderán nuevamente frágiles embarcaciones individuales, los opositores habrán demostrado, una vez más y lamentablemente, que su lectura de la realidad está equivoca.

La solución tal vez pase por la incorporación de otros protagonistas en el acuerdo, gente que refresque la política y que marque una diferencia e interpele estilos que no se han superado del todo. El abanico podría ampliarse, por ejemplo, hacia dirigentes de las nuevas generaciones y a las mujeres, por ahora las grandes e inexplicables ausentes en la fotografía. 

La idea es que quienes hoy figuran en la, por ahora, limitada unidad, no sientan que son los únicos ni los predestinados y mucho menos los “irreversibles”. Hay mucho camino por recorrer y mucho por cuidar para no caer nuevamente en la frustración y el desánimo colectivo.

Hernán Terrazas es periodista.





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