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Política | 21/11/2024   07:05

|ANÁLISIS|Las cosas por su nombre|Rafael Archondo|

Evo Morales/APG
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Brújula Digital21|11|20|

Rafael Archondo

La crisis interna del Movimiento al Socialismo (MAS) ha devenido en una crisis constitucional del Estado Plurinacional. Creado en 2009 para resolver mediante la interculturalidad la profunda grieta étnica, social y regional entre los bolivianos, el Estado Plurinacional es hoy, 15 años después, un marasmo de dudas e inconsistencias. Si bien la crisis se agravó en septiembre de 2022, cuando Evo decidió romper con Lucho (foto), sus primeros remezones ocurrieron en 2019 cuando una movilización ciudadana de 21 días paralizó el aparato estatal y obligó a Evo Morales a renunciar y huir hacia México. 

El origen del origen está sin embargo en el IX Congreso del MAS realizado en Montero a fines de 2016. Allí, de manera formal y solemne, el MAS se convirtió en el principal enemigo de la democracia boliviana cuando decidió buscar la habilitación de Evo Morales como candidato a las elecciones de 2019 pese a que un referéndum un año antes había cerrado definitivamente esa posibilidad. 

Al empecinarse el MAS en seguir dependiendo de Morales para su reproducción en el poder, chocó estruendosamente contra la conciencia democrática de la nación boliviana, educada desde hace décadas en la disciplina constitucional de respetar la voluntad de los electores.  

Así, aquel segundo epicentro de la crisis actual, septiembre de 2022, cerca de Sacaba, queda totalmente alineado al primero (diciembre de 2016). 

Al ser el MAS un enemigo declarado y formal de la democracia, al no saber perder en las urnas, estaba condenado a dividirse. La actual guerra entre Evo y Arce es justamente por ello: el reparto de pegas y designaciones y ello pasa por la principal candidatura, dado que es el presidente quien parte y reparte la torta.

¿Por qué decimos que no es solo una crisis partidaria, sino una constitucional? 

Porque no hay semana desde 2022 en la que la Constitución no exhiba sus impurezas y dislates. Desde la elección por voto popular de jueces, que desde 2011 fue un fiasco, hasta la tesitura del Tribunal Electoral o la cuestión de la suplencia (¿puede Andrónico promulgar leyes?), todo está en duda desde que los masistas se quieren sacar los ojos. 

La Constitución, la primera aprobada y ratificada por el voto popular, ha mostrado que no puede resistir una crisis y menos un choque de poderes. 

A ello hay que sumar el peor de los saldos del Estado Plurinacional, es decir, su mayor deuda pendiente: Bolivia no tiene un sistema de partidos. Cada gestión ha dado lugar a un MAS imponente y una oposición que se quiebra a cada paso. Los déficits de representación son alarmantes al grado de que el principal partido de oposición en el Congreso (CC), no tiene ni un concejal y menos un alcalde o un gobernador. 

Por último, está claro que hay porciones enormes del país en las que el Estado de derecho no existe y tampoco alguna clase de autoridad equidistante. El Chapare es una republiqueta en la que ni la Policía ni el Ejército operan con normalidad. Es la peor situación imaginable para una región que produce millones de dólares bajo la mesa. 

Visto en perspectiva, el balance es funesto. La nueva Constitución, a estas alturas del partido, ha traído más males que beneficios al país y resultó siendo un “remedio” peor que la enfermedad.

Rafael Archondo es periodista





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