Brújula Digital|07|11|24|
José Manuel Ormachea
La gente no vota por candidatos, vota por estados de ánimo. En todas partes del mundo, el estado de ánimo de la gente y por tanto su voto, lo marca el cómo sienten que se encuentra el estado de su bolsillo (sea una realidad o solo una percepción de cómo “debería” estar su bolsillo en un momento determinado).
Lo gringos (justificadamente o no) hoy sienten que su bolsillo no está como debería y, contra eso, normalmente no se puede hacer casi nada en campaña política si eres el candidato del partido gobernante en una elección. Lo más probable es que, al final, la gente te castigue con su voto. Por eso, principalmente, ganó Trump. Aparte, no ayudó a Kamala Harris que la facción “woke” (“ultra progre”) dentro del partido demócrata haya pretendido imponer las pautas culturales para la totalidad de los norteamericanos desde la ideología particular de esa corriente de izquierda anarquista, radical y posmoderna, minoritaria inclusive entre los demócratas.
Claramente, eso no es democrático, el “poserismo” moral de decirle a la gente sobre qué puede opinar, de qué no y en qué tono, esto sobre la base de su raza, su origen, su cultura y su género es contrario a una sociedad verdaderamente libre y el americano promedio lo intuye. Entonces, una mayoría no se iba a dejar. Además, sentir que tu prosperidad fruto de tu trabajo no aumenta en la cadencia que aumentaba previo a la pandemia (y que hasta hoy no te recuperas del todo), más una industria televisiva y del entretenimiento que constantemente te dice que esa situación es culpa tuya y que, si te quejas, eres un “nazi”, evidentemente iba a tener repercusiones.
El reto de Trump es justamente no caer en lo que cayeron los demócratas: dar paso a todas las demandas de la minoría de tus votantes, pensando que son las “demandas de la mayoría” cuando no las son. La mayoría de la gente que ha votado a Trump no es xenófoba, ni racista, ni misógina, ni homofóbica, ni clasista. Es irreal pensar que 52% de un país lo sea. En realidad, es simplemente gente que piensa que, con un presidente republicano, van a llegar a fin de mes más fácilmente (sea esta afirmación imaginaria o no, es la percepción que existe en EEUU).
Muchos de ellos sí son todo aquello, pero no la mayoría. Muchas son personas que votaban por los demócratas, hasta que enloquecieron. Es gente que, correctamente, no cree que hay infinidad de géneros y que el sexo de las personas al nacer no existe, que es una “construcción social”, que creen que es ridículo que las aulas de colegios y universidades tengan que dividirse por raza (como si fuera el apartheid) para que los jóvenes de color puedan “sentir la experiencia de ser una minoría sin intoxicarse con los privilegios de los blancos”; que creen que es patético que sea “moralmente reprochable” por la supuesta “apropiación cultural” a una restaurante de comida extranjera si es que el cocinero no es originario del país del restaurante; o que alguien que se equivoca en decirte tus pronombres correctamente es el equivalente a alguien que está de acuerdo con el asesinato de 6 millones de judíos. Contra eso, la gente también se rebela.
Mientras Trump se enfoque solamente en “rediginificar” el bolsillo del estadounidense promedio y en “des-satanizar” las relaciones sociales y culturales para que dejen de pensar que toda interacción, expresión cultural o relación contiene internamente intenciones de “micro opresión” de grupos “privilegiados”, tendrá una buena gestión.
Si se concentra en devolverle la paz económica al clasemediero, en vez de buscar concentrar la mayor cantidad del poder público en sí mismo, en dar un “contragolpe” cultural muy retrogrado y antiderechos, en buscar cómo el orden mundial se transforme en proteccionista y antimultilateral (sobre todo en cuestiones de tarifas y seguridad estratégica común occidental con la OTAN), o en empezar una cacería de brujas -más propagandística que real- contra los inmigrantes (por ejemplo, contra los que están en pleno proceso de conseguir la ciudadanía en vez de buscar a los verdaderos criminales), va a terminar siendo un presidente bien valorado y se irá a Mar-a-Lago tranquilo en 2028 dejando a un sucesor (Vance, Ramaswamy, Trump Jr., Rubio, cualquiera) y se “descaudillizará” naturalmente al partido, por un tema biológico también (tiene 78 años)
Mientras los demócratas no recuperen la cordura, y no puedan desembarazarse de la corriente más “María Galindo” de su partido, quienes deberían pasar a partir de ahora al ostracismo, van a seguir perdiendo contra los republicanos, inclusive arriesgando que en las elecciones de medio término en 2026, el trumpismo consiga una “supermayoría” pocas veces antes vista en el Congreso. Así, no van a ganar y por negarse a cambiar lograrán una “profecía autocumplida”: que Trump se quede con todo el poder.
José Manuel Ormachea es diputado de Comunidad Ciudadana.
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