ABI
Brújula Digital|14|10|24|
Yelka Maric
Sobre las mujeres políticas que denuncian la corrupción y los obstáculos que se aparecen en sus caminos:
Cuando una mujer política decide denunciar la corrupción, se enfrenta no solo al sistema corrupto que quiere desmantelar, sino también a una serie de percepciones y limitaciones que buscan desacreditar su valor y su capacidad. La lucha no es solo contra quienes se benefician del abuso de poder, sino también contra una cultura que históricamente ha subestimado a las mujeres en roles de liderazgo. Este relato sigue la travesía de aquellas que, con coraje y determinación, deciden romper el silencio, a pesar de los costos que ello conlleva.
Desde el momento en que una mujer en la política alza la voz contra la corrupción, su competencia es puesta en duda. Las actitudes patriarcales, aún arraigadas en muchas sociedades, tienden a tratar sus denuncias como fruto de la emoción más que de la razón, minimizando su conocimiento y capacidad para abordar estos temas complejos. Es frecuente escuchar que están siendo "manipuladas" o que sus motivaciones son personales, lo que desvía la atención de la verdadera denuncia y las despoja de legitimidad. Esta percepción se convierte en un obstáculo adicional, uno que sus colegas masculinos rara vez enfrentan.
Las consecuencias no son solo políticas. Estas mujeres enfrentan una profunda estigmatización y, muchas veces, aislamiento. Mientras que los hombres que denuncian la corrupción son aplaudidos por su coraje, las mujeres son tildadas de "problemáticas", percibidas como disruptivas más que como defensoras de la justicia. Este estigma lleva a que muchas de ellas se vean aisladas dentro de los espacios de poder que alguna vez fueron accesibles. Los ataques personales no tardan en llegar: son víctimas de campañas de desprestigio que buscan erosionar su reputación tanto en lo profesional como en lo personal.
Estas campañas se alimentan de violencia de género y son implacables. Las amenazas y el acoso, especialmente en el ámbito digital, aumentan con cada denuncia. Los ataques a su apariencia, su vida privada y su integridad emocional son comunes. Las redes sociales se convierten en campos de batalla donde se las deshumaniza, se las culpa y se las agrede por el simple hecho de cumplir con su deber de señalar la corrupción. Las mujeres políticas que se atreven a desafiar el status quo corrupto enfrentan niveles de violencia política mucho mayores que sus pares hombres.
Pero no es solo la percepción pública la que actúa como freno. Dentro de las propias instituciones políticas, las mujeres que denuncian la corrupción a menudo se ven bloqueadas o limitadas en su trabajo. Las redes de poder que protegen la corrupción son profundas, y con frecuencia utilizan sus influencias para marginarlas. Estas mujeres se ven privadas de apoyos clave, se les excluye de comisiones importantes o se frenan sus iniciativas, dejándolas políticamente vulnerables y sin las herramientas necesarias para continuar su labor.
Además, la falta de apoyo institucional refuerza estas limitaciones. Las estructuras políticas, en su mayoría dominadas por hombres, no proporcionan a las mujeres los mecanismos adecuados para protegerlas o respaldarlas en sus denuncias. Ellas, por lo tanto, deben enfrentar la corrupción sin los recursos o el poder que se requiere, lo que pone en riesgo no solo sus carreras, sino también su seguridad personal.
La ciudadanía, muchas veces, también duda de estas mujeres. Las percepciones de que las mujeres son menos capaces de gestionar las complejidades del poder persisten, alimentando la desconfianza pública hacia sus denuncias. Estas mujeres deben demostrar una integridad intachable y un compromiso inquebrantable, mientras que sus colegas hombres pueden navegar en un sistema más indulgente. El desafío de ser creídas se convierte en otra barrera en su camino hacia la justicia.
Denunciar la corrupción no es solo una batalla política, sino también emocional. Para muchas mujeres, enfrentarse a una maquinaria corrupta que incluye a sus propios colegas, amistades y partidos tiene un costo personal muy alto. El aislamiento, las amenazas y la incertidumbre constante las empujan a cuestionar si continuar con la denuncia es lo correcto. Saben que podrían perder apoyos valiosos o arriesgar su carrera, pero aun así eligen la verdad, guiadas por un sentido de justicia más allá de los intereses personales.
A pesar de estos obstáculos, muchas mujeres en nuestro país siguen adelante. La corrupción, con sus redes profundas y entramados complejos, no ha logrado silenciar a quienes se atreven a exponerla. Estas mujeres, valientes y decididas, entienden que su papel es esencial en la construcción de sociedades más transparentes y equitativas. El desafío no es solo erradicar la corrupción, sino también reconfigurar cómo la sociedad percibe a las mujeres en el poder.
¡Vivan esas mujeres luchadoras! Aunque no la pasen nada bien en la ejecución de su labor, el coraje y la integridad que demuestran día tras día serán recompensados. La vida tiene formas inesperadas de devolverles todo el esfuerzo, la valentía y el sacrificio que hoy parecen invisibles para muchos. Estas mujeres están sembrando justicia, y aunque el camino sea arduo, el impacto de su lucha resonará por generaciones.
Yelka Maric es concejala de La Paz.