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Cultura y farándula | 09/11/2025   02:16

Mestizos: El cine como somnífero cívico

Aunque solo dura un poco más de una hora, Mestizos, la nueva película estatal del Grupo Ukamau, es interminable. Al tratar de verla, es difícil no revivir la experiencia de estar atrapados, al sol, en una hora cívica sinfín.

Un póster de la película Mestizos. Foto RRSS.
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Brújula Digital|09|11|25|

Mauricio Souza Crespo

1. Un regreso a las aulas

Aunque solo dura un poco más de una hora, Mestizos, la nueva película estatal del Grupo Ukamau, es interminable. Al tratar de verla, es difícil no revivir una experiencia que, los que hicimos la primaria en tiempos de dictadura, creíamos felizmente olvidada: la de estar atrapados, al sol, en una hora cívica sinfín, más farsa que tragedia, más tedio que exaltación, más retórica chauvinista que iluminación histórica. 

2. Los mestizos en cuestión

Los mestizos son dos presidentes del siglo XIX boliviano, Andrés de Santa Cruz (1792-1865) y Manuel Isidoro Belzu (1808-1865). Imposible pensar en personajes históricos más propicios para su tratamiento histórico–cinematográfico: no solo sus peripecias biográficas y políticas fueron abundantes y no rutinarias, sino que ellos mismos eran la encarnación –lo que Emerson llamó “representative men”– de las contradicciones de su época. (Aunque también es cierto, por otro lado, que nuestro siglo XIX fue un prodigio de generosidad en la procreación de aventureros interesantes).

3. Una teoría de la historia

Por lo dicho, es de lamentarse que los guionistas y directores de esta película –Óscar Durán, Milton Guzmán y Rubén Pacheco– no estén en realidad interesados en la historia y, a ratos, tampoco en el cine. Porque su idea de cómo funciona la historia es la siguiente: discurso público, discurso privado, batalla en cámara lenta, el héroe mirando pensativo al horizonte o al piso, un baile de recibimiento del líder en alguna comunidad rural y, finalmente, para cerrar este panorama, el respectivo informe de gestión.

 En suma, la historia es indistinguible de las apretadas agendas oficiales de las que en Bolivia se suelen llamar, con desdén, “las autoridades de turno”. El cine aquí, a la vista, es funcional a esta reducida noción de la historia y su mayor logro es la reproducción involuntaria de una estética “burocrático-estatal”: imponente paisaje inicial de fondo, luego retablo cívico en el que los personajes discursean ubicados en un cromo escolar o en la última cena, batallas sacadas de la manga, nuevo retablo o postal con más discursos, cámara en movimiento para entremezclarse en la fiesta rural respectiva (con entrega de poncho y artesanías, etc.). No hay nada que complique, complejice o torne ambiguo este desfile cívico, ni siquiera las biografías elementales de sus dos protagonistas históricos. 

4. Sobre los diálogos expositivos

Un buen tutorial de youtube hubiera sido útil: por ejemplo, para enterarse de que los diálogos expositivo-didácticos no son la única y a veces tampoco la mejor manera de narrar. Andrés de Santa Cruz, un hombre de 37 años, se encuentra con su madre: en el diálogo que sigue (al principio mismo del relato) averiguamos el nombre completo de esa madre, se nos dice que ella es aymara, que el padre de Santa Cruz era un militar español, que en el Imperio Inca “no había ricos ni pobres” y que “todos vivían bien”, etcétera. Es una lástima que, a sus 37 años, el pobre Santa Cruz siga ignorando tantas cosas sobre su propia vida, incluyendo el nombre de su progenitora. (Diálogos como estos, que más que a la información conducen a la vergüenza ajena, abundan, sin respiro, en la película: se les aclara, iluminándolas, a dos mujeres de Salta que Bolivia está cerca).

5. Sobre personajes disfrazados

Y mientras escuchamos los discursos y más discursos de Santa Cruz (el Yoda del asunto) y, luego, de su discípulo (ya no el Tata sino el Jedi Belzu), caemos en cuenta de que, en realidad, estos personajes son dos funcionarios zombies del proceso de cambio disfrazados para la ocasión. Porque sus discursos no son sino variaciones de una retórica –creada por el MNR, desarrollada por Barrientos, complementada y ampliada por el proceso de cambio, etcétera– que, con algunos énfasis de reivindicación identitaria y racial, ha salido de un comunicado estatal. 

Se habla –o los personajes centrales hablan– de adoptar el “vivir bien” de las comunidades, de “la oligarquía feudal y racista” que deben combatir, de las “clases populares” y los “sectores sociales” que quieren favorecer porque son buenos padres de la patria, de la “cultura ancestral”, que es imperioso recuperar y reconocer pues, se sabe, en ella “no había ni ricos ni pobres”. Loable tal vez, pero ¿para qué hacer una película sobre Santa Cruz y Belzu si podemos encontrar las mismas consignas en un brochure o tríptico del Ministerio de Comunicación del 2010 o del 2025?

 6. ¿Quién habla? 

Por ejemplo, este discurso: “Declaro mi compromiso en la organización y desarrollo del país. Es necesario consolidar la República y establecer una estructura jurídica sólida, así como es necesario lograr la unidad y la cooperación entre los diferentes sectores de nuestra sociedad para garantizar la paz social. Para ello, hago un llamado a la reconciliación, olvidando las diferencias, y a un trabajo conjunto para superar los desafíos que debemos afrontar. Hoy más que nunca tenemos que alcanzar el desarrollo de la educación, de la cultura, de las industrias, de las relaciones internacionales”. ¿Andrés de Santa Cruz dice esto? O ¿Belzu? ¿Barrientos? ¿Banzer? ¿Rodrigo Paz?

7. Belzu quiere cambiar Bolivia

En la película, durante su reunión final con Andrés de Santa Cruz, Belzu le dice al maestro: “Tengo ganas de cambiar profundamente Bolivia”. Bien por él y por sus ganas, pero qué curioso que una película que quiere hace visible lo nacional–popular, aunque con el vocabulario del nacionalismo revolucionario de los años sesenta, proponga lo que ya en el siglo XIX se ridiculizaba por su tendencia a reducir la historia a la biografía de sus “grandes hombres” (que, en esta película, ni siquiera son eso, sino meros cromitos devocionales).  

8. Las enseñanzas de un Yoda mestizo y su Jedi que no envejece

¿Aprendemos algo de la historia de Bolivia en esta película? Yo diría que bastante menos y con mayor desperdicio de tiempo que leyendo un par de entradas de Wikipedia.  O, a lo sumo, aprendemos que, cual Drácula andino, Belzu nunca envejeció o siempre fue viejo: a los 40 era igualito que a los 21. O que la salteña la trajo a Bolivia la salteña Juana Manuela Gorriti, de la que la película dice que es una chica a la que ¡“le gusta la literatura”! O que Belzu decía tonterías con frecuencia y todingas avant la lettre. Y un largo y tedioso etcétera de torpezas y errores. Pero el principal aprendizaje es este: que la historia, y entre ellas la de Bolivia, se organiza por la lucha a muerte entre buenos–buenos y malos–malos, como en una mala cinta de superhéroes. 

9. Hacia una definición provisional del mal cine

El problema central del mal cine universal, en términos ideológicos, no radica en lo que defiende o lo que combate, sino en su ciega sed de simplificación. Un entrañable marxista decía hace décadas que quizá la simplificación ideológica básica es la que opone el bien al mal. En ello, Mestizos no es muy diferente de cualquier emprendimiento del cine B norteamericano: hay buenos y malos, cada cual y sin excepción una caricatura. Y, por si eso no fuera suficiente, es un cine que amontona, sin piedad por el espectador, discursos y malos diálogos que nos señalan quiénes son los buenos y los malos, para que no quede la menor duda. 

Pero exagero, pues hay una diferencia: el cine B norteamericano es de vez en cuando entretenido.



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