Brújula Digital|28|09|24|
Gregorio Lanza
Ya es común escuchar que Evo Morales es un animal político, que tiene olfato para comprender el sentimiento de la población, pero también utilizar la mentira y el engaño; aglutinar amigos y reacomodar sus tropas. Pero con el tiempo, debido a su adicción al poder también cada vez más se equivoca. Es producto de la decadencia de su liderazgo antes que de la fortaleza de sus enemigos. Perdió en la batalla que pensaba estratégica y que lo iba a dejar en la puerta de palacio.
La resolución inicial de la movilización tenía su origen en el congreso fallido de Lauca Ñ, –en el corazón del Chapare– que exigía el reconocimiento de la sigla del MAS-IPSP y de su candidatura, que iban más allá de las demandas de la sociedad: ingresos, solución a la crisis energética y dólares.
Al comienzo de la marcha, sus operadores como Ponciano Santos, dirigente de su CTSUB, decían que iban al acortamiento de mandato de Arce; su abogado Ceballos daba detalles: se trataba de empujar la sucesión presidencial hasta el presidente del senado Adónico Rodríguez. Y en los primeros cinco días de la marcha los portavoces repetían el discurso. Quintana lo hacía como sabe con estridencia. “Arce es el peor gobierno de la historia una lacra que debe concluir cuanto antes”.
La marcha si bien despertaba alguna simpatía en sectores pobres de áreas rurales o inclusive en vecinos para evitar el temor de asaltos a sus propiedades, no conseguía su adhesión. Recién entonces pusieron el acento en el pliego que recogía demandas ya planteadas por la sociedad, pero ya era tarde.
Por otra parte, encuestas mostraban el repudio de una mayoría de la población al cambio de gobierno y ascensión de Morales y prefería que Arce termine su mandato el 2025. El Gobierno –con limitaciones por la inconsistencia en sus voceros– hizo lo suyo, posesionó el membrete “la marcha de la muerte”.
Y un segundo aspecto que influyó para que no lleguen a las puertas de palacio fue la casualidad. San Tzu señala que es fundamental el conocimiento del terreno, que este ayuda al desarrollo o fracaso de los planes y esta vez la bóveda que canaliza el río Choqueyapu y cruza la plaza San Francisco ayudó a los cristianos, la mayoría, que no querían derramamiento de sangre. Albergaba en su interior 600 operarios que la están refaccionando y por lo tanto nadie podía concentrarse en el lugar, estratégico de donde parten los caminos a los cuatros suyos de La Paz y permite el asedio a la plaza Murillo, sede del poder político. En esto hay que reconocer la sagacidad del despliegue del alcalde Arias, que ofreció un recibimiento en paz con banderas blancas, pero a la vez bordeó un cordón de seguridad para evitar el avance de la marcha; había autorizado que se podrían concentrar y armar su tarima en el nudo de la Montes, donde quedaron encajonados.
Evo en su discurso corto, pero violento señalaba que si Arce quería concluir su Gobierno, en 24 horas tenía que cambiar a sus ministros lo que contrastaba –minutos después– con el tono bajo de su voz. “Los dejo, acá ya acabo mi responsabilidad y me voy al Chapare a sembrar y cosechar tambaquí”. Es que ya en la ciudad de La Paz sintió la indiferencia de la mayoría alteña, la ausencia de los bloqueadores aymaras ponchos rojos; y la limitada presencia de cooperativistas. Pasada la adrenalina, Morales percibió su soledad y dejó apresurado a sus tropas, a su suerte.
Arce tomó aire para la que iba a ser la próxima batalla, que era el bloqueo de caminos. Por lo menos Evo tiene su fortaleza en el Chapare, que es el centro geopolítico del país. Pero incluso esa medida ha sido suspendida por Morales.
Sin embargo, hay una verdad: Arce tiene un enemigo peor que Morales y es la crisis que él mismo ha engendrado.
Gregorio Lanza es analista político.