Brújula Digital|22|07|24|
Víctor Rico
La visita del presidente Lula da Silva a Bolivia y los acuerdos firmados en el marco del encuentro con su par Luis Arce han tenido una repercusión política y mediática importante. Inmersos como estamos en debates y peleas domesticas inconducentes, ha sido estimulante escuchar a los políticos y opinólogos comentar, así sea por unos días, acerca de temas que tienen que ver con el futuro y la inserción de Bolivia en la región y en el mundo.
De los 10 acuerdos firmados, tres tienen que ver con temas de seguridad y crimen organizado, tema que constituye una de las principales amenazas para la gobernabilidad democrática y en el cual la cooperación regional es aún incipiente. Cuatro son sobre energía, dos sobre fertilizantes, uno sobre minería y finalmente uno se refiere al acceso a servicios de salud. La diversidad de temas refleja la amplitud de la agenda bilateral que debiera incluir otros que destacaremos más adelante.
Veamos algunos datos que reflejan la importancia de la relación bilateral. La frontera entre nuestros dos países de 3.423 kilómetros, la segunda más extensa de América del Sur y la mayor de nuestro país con sus vecinos. Brasil es nuestro principal socio comercial. Es la 11 economía mundial, con un mercado de más de 200 millones de personas y un PIB de 1,92 billones de dólares (trillones, en inglés).
Durante gran parte de nuestra historia republicana ambos países vivimos de espaldas, aunque no pudimos evitar las disputas por límites territoriales que caracterizó a América Latina en todo el Siglo 19 y parte del 20. La disputa se zanjó de manera desfavorable para nuestro país con la Guerra del Acre y el Tratado de Petrópolis. Es gracias principalmente a la gestión del destacado diplomático boliviano Alberto Ostria Gutiérrez, primero como embajador en Río de Janeiro y luego como canciller, que se inicia una fructífera etapa en la relación bilateral basada en dos pilares fundamentales: la integración ferroviaria y la energética.
Posteriormente, comenzando por el primer gobierno de Hernán Siles Zuazo, con los tratados de Roboré, los acuerdos Banzer-Geisel en la década del 70, pero sobre todo es en los gobiernos de la democracia, Siles Zuazo, Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sánchez de Lozada, Banzer II, Quiroga y Mesa, donde se termina de dar forma a una política de Estado centrada en el acceso al mercado brasileño primero con petróleo y luego con gas.
El inicio de la exportación de gas a Brasil posibilitó la transformación cualitativa y cuantitativa de la relación bilateral. Le dio densidad y dimensión estratégica. Fue lo que en inglés se denomina un “game changer”.
Como parte de una visión estratégica de la relación con Brasil en la década de los 90 y con el surgimiento del Mercosur en 1991, negociamos primero el Acuerdo de Navegación de la Hidrovía Paraguay-Paraná, denominado Acuerdo de Santa Cruz de la Sierra, (1992) y luego el de asociación al Mercosur (1996), mediante el cual se abrió ese mercado para las exportaciones bolivianas y el nuestro para las importaciones provenientes de esos países, en un período de 18 años.
El concepto detrás de esa estrategia era muy claro: en ese momento no podíamos ser miembro pleno del Mercosur porque éramos parte de la Comunidad Andina, que es un mercado muy importante para las exportaciones de oleaginosas (y por lo tanto no podíamos retirarnos de él).
Pero tampoco podíamos quedar fuera del Mercosur, por lo que se decidió, con la comprensión y aquiescencia de nuestros socios andinos, tener un pie dentro del Mercosur a través del mencionado Acuerdo de Asociación. Lamentablemente hoy la Comunidad Andina no es lo que era, pero tampoco lo es el Mercosur. Los críticos de esta estrategia, alguno de ellos con una persistencia conmovedora, indican que lejos de aprovechar ese mercado hemos profundizado el déficit comercial con ese bloque. Pero esa situación no es responsabilidad del Acuerdo de Asociación sino de la ausencia de una política de desarrollo productivo nacional y de atracción de inversiones por parte principalmente del Gobierno que durante los últimos 18 años tuvo la oportunidad de hacerlo gracias a la renta gasífera; Gobierno que además de carecer de una política que vaya más allá del extractivismo decidió por razones políticas e ideológicas elevar la vara solicitando en 2006 la membresía plena al Mercosur.
Este hecho consumado que no puede revertirse debe servir para potenciar y diversificar nuestra relación con Brasil y por supuesto con los otros países.
Volviendo a la visita de Lula, que dicho sea de paso se encargó de darle lecciones a nuestro presidente sobre como atraer inversión extranjera, estuvo complementada por un encuentro empresarial que da una señal importante: los gobiernos definen el marco a través de convenios y acuerdos; quienes deben darle contenido a la relación bilateral en el ámbito económico y comercial son los empresarios privados. Frente a un escenario probable de suspensión de la exportación de gas por el agotamiento de nuestras reservas, debemos desarrollar nuevos flujos de comercio.
Una estrategia de relacionamiento con Brasil, integral y con visión de largo plazo, debiera comprender los siguientes temas: integración energética (gasífera, hidroeléctrica, hidrogeno verde); inversiones en Bolivia orientadas a aprovechar el mercado brasileño; comercio de productos no tradicionales; seguridad (narcotráfico y crimen organizado); migración (miles de compatriotas viven en Brasil); ambiental (ambos países somos amazónicos e integramos la Organización del Tratado de cooperación Amazonia-OTCA); y el intercambio cultural. Somos países vecinos pero el idioma y la historia no dejan de ser una barrera.
Para llevar adelante una estrategia de esa envergadura como parte de una política exterior nacional con visión del Siglo 21 necesitamos políticos que sean estadistas y diplomáticos profesionales.
Víctor Rico Frontaura es economista y diplomático.