Hace unas semanas, a propósito del triunfo de Joe Biden en las elecciones norteamericanas –cuyos resultados parciales aparecían como en un partido de la NBA que no se transmite y que solo arroja a la pantalla del celular los puntos por cada canasta–, hubo quien festejó el retorno de la corrección política.
Como soy aguafiestas, me quedé pensando si esa corrección política (a veces confundida con elemental miramiento) no llega –como suele pasar en estos últimos tiempos– como la expresión de quienes se creen exclusivos propietarios de la bondad. De esos que se desgarran, pero solo con posts de Facebook, para que una mujer gane un Óscar a la mejor dirección, pero que no se ocupan de los niños huérfanos de su barrio. O quizás la corrección política haya devenido solo como una “contracampaña” a la oferta de Donald Trump, quien capturó a su público precisamente por ser políticamente incorrecto. Analistas electorales han inferido una relación entre el rechazo a las normas de corrección política y el apoyo al todavía presidente.
Definida en términos generales como el lenguaje o las medidas destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a personas de grupos particulares de la sociedad, la corrección política es solo un discurso omisivo, no ofende, pero no es una práctica efectiva. De ahí que políticos como Trump en el norte o Evo aquí, prescindan de esa corrección política y se burlen de las mujeres o sus empleados. En el caso de Trump, esto no les mueve un pelo a sus seguidores. En el caso de los políticamente correctos que no critican a Evo, sus eufemismos preferidos no aplican, pero sí su paternalismo.
Así como Donald Trump se hizo de la incorrección política para crear su marca personal, Joe Biden se agarró de lo políticamente correcto para cumplir con su marketing político. El principal enganche publicitario vino del nombre de su acompañante de fórmula Kamala Harris. Mujer, de raza negra e hija de inmigrantes, Harris tendrá que demostrar que no está ahí por ninguna de esas tres razones políticamente muy correctas. Deberá probar que Biden vio en ella a la política y abogada de opinión inteligente, capaz de alcanzar los más altos y reconocidos cargos, y que si por desventura el gobierno sufriera algún revés no se utilizará su foto para recordar a los estadounidenses que ante todo son buenas personas, y que de no ser así, ella no estaría ahí.
Ahora, el precio por utilizar una publicidad como esa es caro. Quienes llegan a la presidencia ataviados con el discurso políticamente correcto tienen que hacer esfuerzo doble y desprenderse de tanto adorno para concentrarse en el drama real: atender a esos grupos particulares por lo general desfavorecidos, a quienes poco les importa la discusión sobre si se los llama minusválidos, discapacitados o personas con capacidades diferentes, y mucho les preocupa poder desplazarse en su ciudad por rampas aptas y contar con una asistencia digna; o que quienes cocinan mole poblano en algún restaurante de Beverly Hills puedan acudir a un hospital en el que un riñón chilango valga lo mismo que uno virginiano.
A los pocos días del recuento final de los votos que hicieron ganador a Biden, el analista político de raza negra de la cadena CNN Van Jones rompió en llanto mientras explicaba lo que había significado para él ese triunfo: “Es más fácil ser un padre esta mañana” decía entre sollozos. “No fue solo George Floyd el que no podía respirar, había muchas personas que no podían hacerlo”.
Esa conmovedora declaración haría pensar que solo los policías de cuello rosado hacen al electorado republicano, pero, ¿y aquellos “afroamericanos” que votaron nuevamente por Donald Trump? Quizás menos formadas, esas personas “de color” son más conscientes de que la propaganda demócrata de la corrección política no siempre trae beneficios a su comunidad.
Y es que la corrección política es selectiva con sus protegidos y quisquillosa con la tolerancia. Reconoce la diversidad, pero solo alguna diversidad. En esa diversidad, por ejemplo, no entran, lo sentimos mucho, las distintas religiones y sus sensibilidades; los republicanos (aunque ahí haya ¡ay! inmigrantes pobres o madres solteras); y otros cuantos que son parte de una especie de “involución moral”. Que están más cerca de las ovejas que viven en una cueva con Polifemo, el cíclope de un ojo, que con los seres iluminados que reciben cada mañana las ideas que les permiten corregir y vigilar la etiqueta apropiada del resto.
Deseo que Biden honre sus promesas de mayores oportunidades a los trabajadores y extensión del esquema de seguro público de salud. De haber sido yo estadounidense, habría votado por él. Por su propuesta, no porque Kamala sea hija de una inmigrante india. Pero les imploro a los guardianes del buen decir y la moral oficial que no me echen a la hoguera por eso. Y si lo hacen, por lo menos permítanme elegir el plato de mi última cena. Su bondad seguro se los permitirá.
Daniela Murialdo es abogada.