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La madriguera del tlacuache | 02/07/2023

Womansplaining

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

Semanas atrás se inauguró la Casa del Hombre del Oriente, una más de la fundación nacional que busca ayudar a las víctimas masculinas de violencia intrafamiliar. En los primeros días, la institución recibió más de una decena de demandas de asistencia por parte de varones que habían sufrido maltrato, tanto físico como psicológico.

Tan importantes son estos centros de apoyo para los hombres como lo son para las mujeres. Ambos pueden ser atormentados de distintas formas. Vienen a mi memoria las prácticas universitarias de Medicina Legal en la Oficina Forense de Miraflores, repleta de “machos” con heridas y hematomas, provocados por sus esposas o compañeras. Los recuerdo cargando la humillación en sus caras. Y es que también hay chicas maltratadoras (si no, pregunten por la ex de Johnny Depp). Solo que las miradas compasivas no alcanzan para sus presas (a menos de que seas Johnny Depp).

Comparar la violencia que sufren los hombres con la que toleran las mujeres sería un completo despropósito. Los índices de violaciones y asesinatos diarios a niñas, adolescentes y adultas es espeluznante. Y los abusadores parecen aumentar, pese a las leyes contra ese abuso y las campañas para modificar la cultura machista. Pero, aunque sea en mucho menor medida, no se puede ignorar la violencia ejercida por mujeres contra ellos. Pues nuestros actos pueden ser igualmente condenables.

Sucede que −sin que sepamos en qué momento se desvió la cabeza del feminismo−, pasamos de perseguir respeto y dignidad, a atraer una condescendencia impostada y caprichosa que nos infantiliza; y por tanto, nos vuelve inimputables, aun teniendo las garras y la enjundia suficientes para hostigar a los del otro sexo. De tanto reclamar igualdad en la forma equivocada, nos vamos convirtiendo en aquellos perversos a los que repudiamos.

Se trata de erradicar la violencia, no de invertirla. No se logra una sociedad justa a partir de la venganza; y menos si esa venganza se practica contra una generalidad abstracta, cuya única responsabilidad es reproducir algunos rasgos de los auténticos agresores. En este caso, poseer testosterona.

En Madrid, un grupo de féminas irrumpió en un evento público donde se daba una charla sobre la custodia compartida de los hijos, con la que estas activistas no estaban muy de acuerdo (por eso de que los varones suponen un potencial peligro para quienes los rodean, incluyendo sus propios críos). En el momento en que un reportero, que filmaba a la expositora, desvió su cámara hacia las enardecidas damas, salió de la cuadrilla una de ellas, lo agarró del cuello y le enterró sus uñas. Como él poseía un extraño instinto de conservación, la apartó con fuerza, que −se ve en el video− era la única manera posible de salvarse. A las pocas horas, algunos titulares hablaban de violencia machista...

La misma violencia machista que se denuncia cuando en alguna protesta callejera un cocalero se defiende de las zarandeadas y lapos que le propina alguna señora del sector de la competencia. Y es que la violencia política también la sufren los hombres. Dense una vuelta por la Asamblea Legislativa.

Esa rudeza puede ser −igualmente− psicológica: y ahí no nos ganan (pues con la manipulación compensamos una menor fuerza física). En esa práctica velada, si nos sentimos inseguras y no estamos listas para continuar dentro del ruedo con quienes son en verdad iguales, acusamos mansplaining. Colocamos al interlocutor (que presume estar en un mismo nivel) en una posición patriarcal y machista, y lo desacreditamos; de modo que no se advierta nuestra incapacidad para entregar buenos argumentos. Pero si nos sentimos confiadas, nos ponemos al frente y somos capaces de hacer valer una causa, incluso con un tono de voz elevado e histérico, sin que el otro tenga la mínima posibilidad de invocar un womansplaining. Este término ni siquiera debe existir.

Muchas veces cuando nos sentamos en el sofá frente a la pantalla con mi esposo y mi hijo mayor, me paso la mitad de la película pidiéndoles que dejen de hacer manspreading, o “despatarre masculino” (práctica de algunos hombres de sentarse con las piernas abiertas y ocupar más espacio del que les corresponde). Luego, pienso en que yo ocupo más espacio en el resto de la casa (en los armarios, los cajones, los estantes del baño). Y si entre los dos deciden qué serie de televisión veremos, antes de acusarlos de machirulos, pondero todo lo que yo resuelvo diariamente pasando por encima de sus opiniones; y lo habitual que es decirles lo que tienen o no tienen que hacer. Y me sorprendo de que no haya más Casas del Hombre.

Daniela Murialdo es abogada.



BRUJULA DIGITAL_Mesa de trabajo 1
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