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Vuelta | 30/07/2024

Venezuela, el día después

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

En octubre de 2019, días después de las elecciones generales en Bolivia y ante la constatación inocultable del fraude perpetrado por el gobierno de Evo Morales para evitar la segunda vuelta electoral, la gente salió pacíficamente a las calles para defender su voto.

La voluntad popular estaba a punto de ser nuevamente ignorada, luego de la dolorosa experiencia del referéndum del 21F, cuyos resultados fueron desconocidos para viabilizar la candidatura ilegal de Morales a la reelección.

Aquellos días se parecen mucho a los que experimenta hoy Venezuela, luego de una elección también fraudulenta y avalada con sospechosa premura por una autoridad electoral sometida desde hace años a las órdenes del gobierno de Nicolás Maduro.

Las evidencias del fraude en Venezuela son rotundas. Por lo menos 4 encuestas en boca de urna, levantadas por empresas internacionales, daban una ventaja de por lo menos 20 puntos al candidato opositor Edmundo Gonzales sobre Nicolás Maduro.

Parecía que todo estaba dicho y que el cambio se abría paso en un país golpeado por el autoritarismo desde hace dos décadas, pero el chavismo sabía que tenía la última palabra. No exageran los que dicen que en países con sistemas como el que prevalece en Venezuela el voto vale solo en la medida en que se lo defiende cuando concluye el proceso, porque de otra manera se imponen resultados montados a la sombra para utilizarse en caso de la emergencia, es decir en caso de una derrota contundente como la que se vio ayer desde que comenzaron a cerrar los primeros recintos electorales.

Con el 80% de las actas supuestamente escrutadas, la autoridad electoral venezolana dio el triunfo a Nicolás Maduro luego de realizar el conteo de espaldas a la vigilancia partidaria local y a la observación internacional. Y no solo eso. En menos de 24 horas e ignorando el reclamo internacional por un recuento transparente y abierto de cada una de las actas, el presidente del Consejo Electoral ungió a Maduro como el nuevo presidente electo, generando las condiciones para aplicar la “mano dura” contra los que desconocieron el voto oficialmente “bendecido”.

A la innumerable cantidad de irregularidades previas, incluida la eliminación de los rivales en el camino, como ocurrió con la líder opositora Corina Machado y con cualquier otra “Corina” que intentara figurar en la carrera, debe sumarse el broche negro de un recuento de votos concebido única y exclusivamente para satisfacer la ambición del cliente. El rostro sonriente del presidente del consejo Electoral de Venezuela, Elvis Amoroso, amigo personal de Maduro, al entregar la credencial constitucional que confirmaba el nuevo mandato, no dejaba lugar a dudas: era el de quien demuestra la satisfacción de la misión cumplida.

Y es que el principal problema de la destrucción sistemática de las principales instituciones democráticas es que, ya en ruinas, terminan por convertirse en instrumentos de “validación” de los atropellos autoritarios. Ocurre con la justicia, cuando se la pone al servicio de los gobiernos, con las fiscalías cuando son ocupadas por personajes designados para fabricar procesos y perseguir a los adversarios políticos y, obviamente, con la autoridad electoral, cuando se necesita manipular los resultados de una votación.

Los países que presentan semejante nivel de deterioro institucional, Bolivia entre ellos, se exponen a este tipo de consecuencias. Democracia no es solo votar, porque el voto, cuando no existen las garantías que aseguren la neutralidad de los organismos responsables de administrar los procesos electorales, es apenas un ejercicio tolerado, un peligroso simulacro, una provocación a la voluntad popular que puede acarrear muchos riesgos.

Hace 4 años, las calles de La Paz y de otras ciudades del país fueron el escenario de manifestaciones pacíficas que exigían el respeto al voto. Hoy las calles y avenidas de Caracas y de otras regiones de Venezuela muestran la misma indignación.

Y es que con más del 70% de las actas escrutadas se sabe que la diferencia a favor del candidato opositor, Edmundo Gonzales, fue de casi 4 millones de votos y que esa es una tendencia matemáticamente irreversible. La versión oficial fue distinta, maquillada sobre la marcha y bendecida con apuro para que nadie más diga nada. Pero estos ya no son tiempos de miedo y la gente reclama sus derechos sin temor a las represalias.

Nicolás Maduro ya rompió relaciones diplomáticas con 7 países que tuvieron el “atrevimiento” de pedir un recuento transparente de los votos. Lo más probable es que, al paso que va, se quede cada vez más solo, mientras los venezolanos suman cada vez más apoyo en el mundo.

Maduro tiene la certificación de una Consejo Electoral obsecuente y sometido. Pero la gente ya ganó las calles. El día después muestra que el fin podría estar cerca.



BRUJULA DIGITAL_Mesa de trabajo 1
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