El fascismo no es una ideología, no es
izquierda ni de derecha. Es el ejercicio ilimitado del poder por medios
violentos cooptando organizaciones de la sociedad civil para
instrumentalizarlas en nombre de un estado sacralizado, encabezado por un
caudillo así mismo sagrado, conductor del pueblo –los que apoyan y obedecen a
ese estado y a su caudillo– hacia un destino maravilloso, enfrentando a un
enemigo en una lucha que puede prolongarse mucho tiempo. El fascismo se opone a
la persona, a su dignidad, a sus derechos. A la democracia. A la libertad.
Fascista es, por tanto, quien forma parte de la estructura del poder omnímodo
que se descarga sobre la gente, no el ciudadano común. Esa es la clave que
descubre la impostura de la Ley contra el Fascismo propuesta por Maduro en
Venezuela para profundizar la represión del poder sobre personas y grupos
disidentes y opositores, con un discurso que la justifica a nombre de la
democracia. Es el totalitarismo vestido de democracia, un loro diciendo loro.
El Estado y el Derecho emergieron en la Edad Moderna sobre el reconocimiento de la persona individual, digna, libre e igual como eje fundamental, con Democracia plena no reducida a elecciones, en el contexto de limitación efectiva del poder en función de los derechos de las personas según definición de la Constitución, siendo las leyes un agregado al sistema fundado, ordenado e integrado constitucionalmente. Ambos, Estado y Derecho fueron negados por los totalitarismos nazi y comunista, hijos hobbesianos del terror jacobino, maquinarias de aniquilación de la dignidad y la libertad humanas al servicio de la lógica de una idea fuente de un paradigma perfecto. En ellos la violencia sustituye a la política y las leyes son órdenes del poder, inconexas, hasta opuestas entre sí. Como hoy en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua, andando Bolivia por el mismo rumbo.
El totalitarismo nazi sucumbió derrotado militar e ideológicamente, siendo proscrito hasta ahora; no así el totalitarismo soviético que, desaparecida la URSS y caído el muro de Berlín, se mantuvo y renovó, acoplando a sus estrategias victorias electorales en reemplazo de las revoluciones violentas, sucedidas por el desmantelamiento de la democracia -reducida a elecciones manipuladas al servicio de la reproducción del poder- y de la desaparición del Estado de Derecho por la ausencia de Derecho, incorporando al fundamentalismo islámico y al crimen transnacional organizado, configurando un bloque enemigo de occidente, en expansión. Tal fenómeno se debe a la eficacia de su propaganda y de su infiltración en el occidente democrático.
La propaganda incluye:
Objetivos altruistas: defender a los pobres y lograr la justicia social.
La contraposición de dos planos disímiles: La bondad del sueño comunista y los males reales del capitalismo, cuyo eje es la desigualdad material donde pocos son ricos porque muchos son pobres.
Una novedad perversa que supera por mucho a los totalitarismos de antes, enemigos frontales de la democracia. El vaciamiento de los contenidos democráticos para deformarlos a su servicio, robo sistemático de palabras, conceptos, principios y valores: democracia popular, participativa, comunitaria y de partido único, derechos humanos de los operadores del poder contra la ciudadanía, discriminaciones positivas infundadas, corrección política versus libertades democráticas, democracia del respeto contra el odio. Lo último, lo más cínico, es el nombre del Proyecto de Ley contra el Fascismo de Maduro, una ley fascista como nunca se vio antes.
La infiltración logra:
Consolidación de redes de informantes, voceros e intermediarios a su servicio en universidades, ONG y movimientos “progresistas”.
Agregación de redes al bloque antioccidental por encima de sus diferencias. LGTB y castrismo, feminismo e islamismo, por ejemplo.
Incorporación de consignas de su interés en normativas y políticas internacionales, contagiando la tentación totalitaria en y desde la sociedad.
División de las fuerzas democráticas sembrando desconfianza entre ellas.
Silencio y complicidad vía prebenda y corrupción con ingentes recursos de la economía canalla.
La ley contra el fascismo, fascista como las llamadas “constituciones” y los “códigos penales” totalitarios complementa el despliegue comunista en el mundo sin pausa desde 1917. Es la ruta de los miembros del bloque antioccidental. Es parte de la guerra anunciada -que por lo visto sí mata moros- contra la cultura occidental.
Ante esta arremetida, hay que contraponer la verdad ante la impostura, tarea irrenunciable porque la libertad no se defiende sola; hay que defenderla con valor civil para ser políticamente incorrectos en la denuncia y el anuncio, con iniciativa y creatividad para tejer alianzas internas y externas. Los demócratas del mundo tenemos que actuar juntos estratégicamente. Sin demora ni excusa.
Síntesis del comentario de la autora a las ponencias de Elizabeth Burgos, Pedro García y Eduardo Gamarra en el programa Diálogos al café “Marcos Escudero”.
Gisela Derpic es abogada.