Hace unos días murió Hebe de Bonafini, la más mediática de las Madres de Plaza de Mayo. Una asociación formada en 1979 por madres de detenidos desaparecidos en la dictadura militar instaurada por Jorge Rafael Videla, con el fin de recuperar a sus hijos y de promover el enjuiciamiento de los responsables del terrorismo de Estado.
Quienes han visto la reciente película “Argentina, 1985” -en la que Ricardo Darín interpreta al fiscal Julio César Strassera durante el juicio que condenó a los máximos jefes militares de aquella dictadura-, se habrán conmovido con la escena en la que en una audiencia y por sugerencia del mismo fiscal, aquellas madres se sacan con dignidad su emblemático pañuelo blanco (que originalmente era de tela de pañales), pues entienden que no deben provocar al jurado.
Por más de cuatro décadas, las Madres de Plaza de Mayo peregrinan buscando a los hijos que nacieron en las salas de tortura. Escuchar sus relatos personales y luego verlas bailar al son de “They Dance Alone” en el escenario del estadio River Plate junto a Sting allá a finales de los 80, sobrecogió casi hasta a los mismos criminales políticos.
Una vez lograda la condena de los comandantes, la función de las Madres de Plaza de Mayo consistiría en continuar la revolución truncada que habían iniciado sus hijos: crearon su propia radio, su programa de televisión, una universidad, etc. Y ampliaron su objetivo a la defensa de los derechos humanos en general.
Solo que hay un percance en algunas revoluciones que es el jaloneo por el estandarte (está pasando con nuestra revolución democrática cultural). Ya con la democracia restaurada, la Asociación se dividió en dos. Entre otras cosas, por el cuestionamiento de la figura de Hebe de Bonafini, que aspiraba a un liderazgo algo más exclusivo.
Buscarita Roa fue una Madre y Abuela de Plaza de Mayo que participó como testigo en las jornadas de aquel proceso judicial en 1985. Ella contó a los jueces cómo una madrugada de 1978 un contingente militar había irrumpido en la casa de su hijo y había sacado a la nuera con su bebé en brazos. De esta madre y de otras no hemos escuchado mucho más (aunque supimos que Roa había hallado a su nieta).
Dejando a un lado las denuncias “no probadas” que pesan sobre ella por malversación de fondos públicos (se la acusó de haber desviado unos 13 millones de dólares que recibió para la construcción de viviendas sociales), Hebe de Bonafini reveló pronto sus inclinaciones políticas, cuyos fines tenían ya poco que ver con el hallazgo de sus hijos.
En ese afán, se hizo de un discurso duro no exento de imposturas. Arropada por un manto de bondad creado por sus seguidores, llegó a botar a un grupo de bolivianos de “su” plaza gritándoles: “¡Bolivianos de mierda, la plaza es nuestra!, ¡váyanse, bolivianos hijos de puta!”. Ese grupo había llegado a protestar a la Plaza de Mayo con el féretro y el cuerpo de un albañil compatriota que, decían, había sido víctima del “gatillo fácil” policial. Es extraño que este acto xenófobo no haya impactado a algunos funcionarios de nuestro país, que han expresado su dolor estos días…
En 2001, en relación al atentado a las Torres Gemelas declaró: “Yo estaba con mi hija en Cuba y me alegré mucho cuando escuché la noticia. No voy a ser hipócrita en este tema: no me dolió para nada el atentando. Me puse contenta de que, alguna vez, la barrera del mundo, esa barrera inmunda, llena de comida, esa barrera de oro, de riquezas, les cayera encima”.
Aunque por muchos años abanderó una cruzada por los derechos humanos, su lugar era la política, la del socialismo del siglo XXI, como vocera de los gobiernos kirchneristas (pero no de Alberto, al que llamó cobarde hace poco). Cuando de modo sospechoso murió el fiscal Alberto Nisman -que llevaba las causas vinculadas al atentado terrorista contra la mutual judía AMIA, en las que Cristina Fernández estaba acusada de encubrir a los responsables de dicho atentado-, Bonafini declaró: “Un pobre tipo, se tuvo que pegar un tiro porque no tenía otra salida”.
En el ejercicio de esa vocería, hace unos años la activista pidió que las nuevas pistolas eléctricas Taser que estaba comprando el gobierno (contrario a ella) fueran probadas en Antonia Macri, la hija de siete años del entonces presidente Mauricio Macri. Y en otra ocasión llamó a quemar los campos de sojeros antes de la cosecha para que se dejase de usar glifosato en esos cultivos.
Dicen que no hay novia fea ni muerto malo. Del mensaje que envió a propósito de su fallecimiento el Papa, pareciera que Hebe de Bonafini murió en comunión con Dios. Una gracia que le llegó a último momento, pese a su actitud beligerante hacia la Iglesia Católica (en 2008 condujo una protesta que ocupó la Catedral bonaerense a cargo del arzobispo Bergoglio, donde montó un baño detrás del altar, como un acto de indudable simbolismo).
Su aura adoptó múltiples tonos. Algunos, más dados al romanticismo ideológico y a la evocación de la palabra violenta e injuriosa como un instrumento de justicia, seguirán rociando brillo a su halo. Otros, nos quedaremos con la imagen opaca y sin retoques de una Bonafini vencida por peligrosos demonios. Que terminó deseando la muerte de los hijos de sus detractores políticos. Como lo hicieran otros durante la dictadura, desgraciadamente con suerte.
*Daniela Murialdo es abogada y escritora