En una entrevista a BBC Mundo, Rebecca Zerzan, editora del informe “Visibilizar lo invisible” del Fondo de las NNUU para la Población (UNFPA), ha difundido los resultados relevantes de ese trabajo acerca de los embarazos “no intencionales”. La entrevista y el estudio en sí me han llamado la atención, por mera curiosidad, vacunado, como estoy, con todo lo que los organismos internacionales suelen hacer y afirmar acerca de temas de género y sexualidad.
El reporte, que abarca los años 2014-2019, contiene datos y análisis sorprendentes.
Empecemos por las definiciones. El estudio estima en unos 240 millones los embarazos anuales, de los cuales la mitad son considerados imprevistos. Ahora bien, es razonable que un embarazo suela tomar de sorpresa a los autores: es parte del azar del evento. La reacción, en teoría, puede ser de aceptación (embarazo deseado) o de rechazo (embarazo no deseado, que a su vez termina siendo tolerado o rechazado).
Sin embargo, el estudio va más allá y concluye (sobre base estadística) que la mayoría de esos embarazos fortuitos son indeseados y rechazados, a tal punto que el 61% (unos 40 millones) termina en abortos (esto es, el ¡17% de todos los embarazos!), sin que medie un juicio moral al respecto.
Pasando al análisis, el informe realza algunos aspectos. En primer lugar, los embarazos fortuitos son un problema de salud pública, que merece atención. Asimismo, si bien la responsabilidad básica de un embarazo fortuito y de su manejo posterior es de la pareja (y de la mujer en especial) existe una serie de condicionantes que reclaman políticas de salud con el fin de evitar esos “accidentes” y sus consecuencias. Las atenuantes son la pobre educación (no sólo sexual), el escaso y resistido acceso a los anticonceptivos, la presión cultural de la comunidad y, en casos extremos, las violaciones mayormente familiares, sin mencionar los efectos síquicos y éticos que acompañan esos casos.
El estudio no cuantifica esas condicionantes en función del entorno social y la ética que rige en una comunidad. Por ejemplo, los cazadores recolectores no podían lidiar con una prole numerosa, de la misma manera que para una mujer de una sociedad opulenta un hijo, fruto de un lamentable descuido, representa un estorbo para su carrera. Al contrario, en una sociedad sedentaria, los hijos son criados en el seno del clan y son bienvenidos en la medida en que aportan fuerza muscular para el trabajo común.
Por tanto, un embarazo fortuito no tiene las mismas consecuencias para una pareja de citadinos educados (aunque descuidados) que de campesinos condicionados ética y culturalmente por su clan. Adicionalmente, el estudio reconoce que entre las mujeres de un clan existen recelos acerca de los efectos secundarios de los varios y conocidos métodos anticonceptivos al alcance de ellas.
Donde el informe pierde objetividad es cuando analiza los impactos de un embarazo fortuito, descritos siempre como catastróficos, a pesar de ser comunes a los embarazos deseados en lo económico, en las expectativas profesionales, en la educación y cuidados.
Junto a las recomendaciones “estándar” de empoderar a las mujeres, darles mayor autonomía sobre las decisiones que las conciernen y mejorar la educación para reducir los embarazos fortuitos, hay un mensaje subliminal a evitar los embarazos “por sus costos”, personales y sociales, consecuentemente con la moda de la “antimaternidad”, preferida a la “paternidad responsable”.
Por eso valoro mucho la afirmación de la Dra. Natalia Kanem, directora ejecutiva del UNFPA, en el Prólogo: “El objetivo central de la nuestra misión es un mundo en el que todos los embarazos sean deseados”. Incluso los imprevistos, precisaría yo.