El
doctor Antonio Saravia se ha referido nuevamente a la Teoría Monetaria Moderna,
tema sobre el que intercambiamos opiniones hace un par de semanas. Esta vez,
señala dos errores de la TMM que llevarían a conclusiones peligrosas “ante las
que han caído rendidos analistas y políticos, sobre todo de izquierda”. Los
errores conceptuales serían, primero, que la TMM está basada en “la famosa
Curva de Phillips” que fija una relación inversa entre inflación y desempleo;
y, segundo, su mala interpretación de las cuentas nacionales.
El doctor Saravia afirma que la TMM se basa en la curva de Phillips, modelo guía del pensamiento ortodoxo desde los años 1970 a pesar de múltiples estudios que muestran que está muy lejos de ser una “ley” en la economía. En el “mundo Phillips”, cuando el desempleo es alto, los salarios tienden a la baja y hay poca capacidad de consumo, lo que reduce las presiones inflacionarias; como corolario, para frenar los procesos inflacionarios, el gobierno tiene que reprimir la demanda con políticas fiscales restrictivas que reducen el ingreso disponible real y aumentan el desempleo. De este razonamiento surge la “tasa de desempleo no acelerante de la inflación (NAIRU)”, un pilar ordenador de las políticas monetarias neoliberales; con ella “se demuestra” que el desempleo es una condición normal en las economías, y sirve para justificar la financiarización monetarista.
Frente a esto, Randall Wray –uno de los constructores iniciales de la TMM– nos recuerda que la idea del “empleador de última instancia” propuesto por Minsky en el marco keynesiano fue sustituido por “la garantía de empleo” de la TMM concebida en los 1990, no como mecanismo de generación de “empleo de emergencia”, sino como medio de estabilización de precios. Con este concepto, la TMM “aplanó” –demolió– la curva de Phillips: plantea que inflación y desempleo no compiten; por el contrario, pleno empleo y estabilidad de precios van de la mano.
No hay, por lo tanto, un error conceptual de la TMM, sino un problema de interpretación ligera.
Respecto a que la TMM mal interpreta las cuentas nacionales, hay que recordar que los déficits o superávits se definen como diferencias en los flujos (de ingresos y gastos); a partir de la identidad contable fundamental (G-T) = (S-I) - (X-M), el endeudamiento público neto –el déficit público, es igual a la adquisición neta de activos financieros por el sector privado menos (más) el superávit (déficit) comercial.
Contrariamente a lo que sostiene el doctor Saravia, el sector público solo puede tener “un ahorro negativo” (déficit), si gasta más, es decir, ¡si invierte más! de lo que recauda. Ergo, es pues errado pretender sumar “ahorros” por un lado, e “inversiones” por otro, si se pretende entender los procesos y sus consecuencias.
Bill Mitchell, es su respuesta a críticas a la TMM similares a las que lanzó el doctor Saravia (There is no such thing as a free lunch, 08/12/20), aclara que la TMM no es un recetario o paquete de políticas; por ello, un gobierno no puede, de pronto, ‘aplicar’, ‘introducir’ o ‘convertirse a la TMM’. Al contrario, la TMM es básicamente un lente que proporciona una mejor comprensión del sistema de moneda fiduciaria, y de las opciones y capacidades del emisor de esa moneda.
Al vincular las realidades institucionales con teorías del comportamiento, se logra un marco más coherente para evaluar y valorar las consecuencias de las elecciones de políticas de gobierno. En particular, permite apreciar que la mayoría de las políticas seleccionadas simplemente camuflan, bajo términos como ‘presupuestos’ o ‘limitaciones financieras’, preferencias políticas guiadas por intereses específicos.
Comprender la TMM levanta el velo ideológico de la economía ortodoxa que se escuda en la falsa analogía de un gobierno emisor soberano de moneda, con un hogar limitado por sus ingresos. En particular, dado que no hay restricciones financieras intrínsecas para el emisor de moneda, el desempleo, la precariedad del empleo y la desigualdad, son decisiones políticas.
Sin embargo, afirmar que no hay “restricciones financieras intrínsecas” no significa que la TMM plantea que no hay ninguna restricción; con la misma lógica, endilgarle afirmaciones absolutas como “en la TMM, el gobierno imprime moneda fiduciaria (papelitos sin valor intrínseco) [que] puede gastar a manos llenas”; que “el gasto público irrestricto no genera presión inflacionaria”, o que “ignora efectos en el tipo de cambio” (la TMM aplica a economías con tipo de cambio flexible; defender el tipo de cambio no es objetivo específico), son caricaturas grotescas que impiden un debate creativo, e intelectualmente crítico, sobre las ventajas de la TMM.
Personalmente encuentro que la capacidad explicativa de la TMM es muy superior a la de los modelos monetarios; no puedo aportar nada a lo mucho que ya está escrito sobre el tema, pero estoy seguro que sus bases pronto desplazarán a las del “dogmatismo friedmaniano”. Quienes persisten en la ortodoxia puede que pronto tengan sorpresas: Olivier Blanchard, que jamás estará entre los “de izquierda” en un tuit del 2 de diciembre pasado, dijo: “sopesando mis palabras cuidadosamente; podríamos estar en el umbral de un cambio en el paradigma fiscal”. Listos o no, parece que se les viene la TMM.
Enrique Velazco Reckling coordina el Proyecto de Diálogo Social y Laboral de INASET.
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