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El Satélite de la Luna | 12/06/2021

Si la sal (de litio) pierde su valor, ¿con qué se la salará?

Francesco Zaratti
Francesco Zaratti

Brújula Digital|12|06|21|

Ese versículo del Evangelio (Mt 5,13) representa un desafío para una mente racional. Es una sentencia de Jesús que le sigue al sermón de la montaña. Los bienaventurados discípulos son identificados con “la sal de la tierra”, una expresión que pone en duda la interpretación tradicional de que los cristianos, por más pequeño que sea su número, actúan en el mundo como la sal en la sopa: “c.s., cantidad suficiente”.

En efecto, la anterior interpretación no condice con la misión recibida de hacer discípulos a todas las gentes, ni con la realidad de los países mayoritariamente cristianos. Tampoco está acorde con la medicina moderna que sugiere salar la comida “cum grano salis”. De modo que, eso de ser sal que enferma a otros nunca me ha convencido.

Adicionalmente, al margen de que la sal en la antigua Palestina se sacaba “del agua” del Mar Muerto y no “de la tierra”, queda el enigma de cómo puede perder su propiedad (o sea, volverse insípida) una sustancia tan elemental como es el cloruro de sodio.

Eso no va con la ciencia ni con mi convicción de que, cuando surge un conflicto entre ciencia y religión, la que tiene que adecuarse a la explicación científica es la religión ya que ambas, ciencia y fe, lejos de enfrentarse deberían complementarse.

En el caso específico, la ciencia puede ayudar a entender mejor esa sentencia, mediante una explicación sencilla que combina la “sal de la tierra” con la pérdida de su propiedad. En efecto, al tiempo de Jesús se cocinaba en hornos de barro cuyo piso refractario estaba hecho de bloques de sal. Éstos, con el uso, perdían su función y debían ser reemplazados. La sal quemada era echada a la calle para rellenar los baches, como refleja el mismo versículo al añadir: “solo sirve para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”.

Menciono esa metáfora bíblica a propósito de la tragicomedia nacional de la explotación de otras sales (las de litio) y del peligro inminente de que esos recursos pierdan su valor comercial.

Como nadie puede negar, la demagogia del MAS y el diletantismo de los encargados de conducir el proyecto de explotación del litio, con el condimento (es el caso de decirlo) de expectativas cívicas exageradas acerca de una renta proveniente de recursos minerales, han producido una “tormenta perfecta” que está a punto de hacer naufragar los sueños de volvernos una potencia “evaporítica”.

Las razones son evidentes. Por un lado, existe un claro retraso del país en la extracción de litio, a pesar de haber sido pioneros (¡pioneros frustrados!) en reconocer su valor en la década de los ‘90.  Por otro lado, durante 13 años se ha buscado descubrir la pólvora usando mechas mojadas; esto es, intentando producir carbonato de litio mediante métodos ineficaces (la evaporación solar) e ineficientes (para eliminar las elevadas impurezas de magnesio) sin lograr un producto de calidad batería.

En suma, ¡muy “salada” nos salió la cuenta del improvisado experimento!: más de 600 millones de dólares gastados “al fósforo”; más bien, “al magnesio” en este caso.

Por cierto, el tiempo se acaba: todo indica que el auge del litio tiene una vida limitada, debido a que su uso principal (en las baterías eléctricas) encontrará pronto substitutos en materiales más baratos, abundantes y eficientes.

Por eso no me sorprende que el gobierno intente revertir la fracasada política anterior buscando acelerar la explotación del litio mediante una licitación internacional que ha interesado a empresas líderes del sector.

Personalmente, al margen de las declaraciones destempladas de un viceministro, veo una buena señal para recuperar tiempo y dineros malgastados. ¡Ojalá que los salares se conviertan pronto en el “salario” de Bolivia!.

* Doctor en Física, docente e investigador de la UMSA




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