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22/10/2023
La madriguera del tlacuache

Se hacen hijos a medida y sin amor. ¡Llame ya!

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

No me trago ese tópico de que hay que ir con los tiempos, “porque los tiempos hablan un nuevo lenguaje que incorpora realidades y vocablos que desconocemos”. Y no soy de los que se zampan eslóganes de tintes hippies como aquel de que la felicidad individual justifica los medios. El mundo está lleno de felices a costa del vacío de los demás.

Una de esas expresiones modernas es la “copaternidad”: la innovadora forma de tener hijos bajo un convenio escrito de términos y condiciones que no contempla la amistad ni el amor previos. Todo un aporte al narcisismo de nuestro tiempo enfermo.

Esta actual locución corresponde a un “emprendimiento” con fines de lucro que facilita el contacto entre personas que quieren procrear sin el fastidioso requisito de un vínculo sexoafectivo entre ellas. Una empresa –normalmente con la asistencia de una clínica de fertilidad– se encarga de que estas dos personas, que no se conocen, se unan con el objetivo común de tener un hijo y criarlo entre los dos (que no juntos).

Como no todo tiene que ser tan frío, aunque el contrato desborde pragmatismo, las agencias encargadas de la también llamada coparentalidad buscan a gente compatible entre sí. No me queda claro, sin embargo, qué tipo de compatibilidad persiguen: ¿física?, ¿religiosa?, ¿política?, ¿cultural?, ¿económica? Presumo que cualquier variable funca.

La crianza es la tarea más difícil que emprendemos los padres. Ya es peliagudo coordinar con el compañero qué camiseta de fútbol vestirá la criatura; el colegio al que asistirá; o cuántas vacunas contra el covid se le enchufarán. La complejidad de la educación está en lograr un equilibrio (disciplina, confianza, libertad, límites, atención). Ese trabajo puede tornarse rápidamente en neurosis si no se comparte la misma gama de valores. Cuesta imaginar la crianza entre quienes ni siquiera saben a qué gama pertenece el socio.

Estos padres quieren ejercer la copaternidad sin amistad ni enamoramientos previos al nacimiento del bebé, que tendrá que vérselas para gestionar su seguridad emocional. Una certeza sentimental que, aunque nunca viene garantizada, en hogares con carencias afectivas (como las que se infieren en esta iniciativa de reproducción asistida) es más difícil de alcanzar. Pues no parece ofrecerse muchos lazos de donde agarrarse. De ahí que, por ejemplo, la familia monoparental resulte más amorosa y sobre todo, más sólida. Las madres o padres solos no tienen que entregarles a desconocidos la crianza de los chicos.

Algunos llaman a esta plataforma el “Tinder parental”. Y hay quienes la promueven bajo el eslogan de: “estos nuevos padres son mucho más que unos divorciados que se llevan bien”. Lo que hace cuestionarse cuán benigna es la copaternidad para los niños si para atraer al público escéptico se parte de la comparación con una categoría negativa que intenta convencer de que esta figura alternativa es “menos mala que…”.

Los promotores de esta especie de gestación subrogada afirman que una relación basada en el amor es “al contrario de lo que afirma el relato tradicional, la fórmula más inestable y frágil con la que organizar la llegada de un niño al mundo. Pues el amor es a menudo, lábil, contingente y cambiante”. Colijo que lo que nos quieren decir es que la prole de la coparentalidad jamás sufrirá los males de una separación de los padres. En tanto los copadres nunca han estado juntos, no podrán separarse. Es decir, mientras los hijos no sepan de la felicidad de tener un hogar con ambos padres (heterosexuales u homosexuales), no sabrán de la infelicidad de no tenerlo.

Por lo poco que se sabe, el bebé común no se aparta de ninguno de sus padres “al menos al principio”, cuando, como explica una de las creadoras de estas agencias, tienen que vivir juntos. Y es que el verbo coparentar se ha creado para los desertores del amor romántico. Ese que, entre otras cosas, engendra retoños. Unos que comúnmente crecen sin las incertidumbres que provocan las familias disfuncionales, o, imagino ahora, los padres que se conocieron a la fuerza pocos meses antes de la concepción.

Un candidato a la copaternidad afirmó hace poco que “esta fórmula es como tener un hijo, pero seguir soltero, sigues haciendo tu vida y te permite planificar bien con la otra persona si, por ejemplo, compartes tu hijo cada 15 días”. ¡Genial! Como tener un tío del que nadie cuenta nada, con el cual pasar un divertido fin de semana. De la formación y la enseñanza se encargarán otros.

Se dice que el amor no lo aguanta todo. Pero la vida puede ser más afable cuando este existe. Ni la amistad ni el amor entre los padres son condición para procrear. Aun así, coejercer las funciones parentales con alguien del que apenas se conocen las generales de ley y los hobbies, más que un acto de fe, es el reflejo de un egoísmo que algún día reprochará el hijo-juguete. 

Daniela Murialdo es abogada.



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