Sólo hay una certeza diáfana que Rodrigo Paz debería tener muy presente en su agenda económica –al menos eso es lo que esperamos todos los bolivianos– y es el ajuste, que es inevitable por su carácter de urgencia. La pregunta es si debería ser gradual o bajo una medida de shock. Los expertos coinciden que debe ejecutarse una serie de medidas con carácter de inmediatez, por lo que la gradualidad no sería el camino adecuado, ya que sólo prolongaría una agonía inaguantable para todos los sectores productivos legales y formales de este país
Por lo tanto, sólo hay dos caminos por elegir para mitigar esta severa crisis económica, social y política que nos hereda el masismo y sus miserias: el ordenado y el desordenado.
La primera opción es vía créditos internacionales multilaterales que inyecten capital (divisas) al mercado nacional y que permitan, en el cortísimo plazo, ingresar divisas para importarlos carburantes que satisfaga la demanda de toda la cadena productiva y de las familias bolivianas.
Un fuerte impulso que, al mismo tiempo, permita, en la medida de lo posible, acceder a los dólares que cada boliviano, emprendedor y empresario requiere para sus actividades. Más allá del improperio cometido en campaña por el flamante Presidente electo, quien aseguró que primero serían los bolivianos “humildes” y luego “los poderosos” en recibir dólares de la banca.
Otra vez la dialéctica masista y populista peligrosa. No sé quiénes son “poderosos” o “humildes” o no lo son. ¿Los empresarios alteños que le dieron el voto? ¿Los poderosos comerciantes y contrabandistas que lo apoyaron? ¿O quizás los ganaderos o agroindustriales? ¿O los pequeños y medianos emprendedores? ¿No son poderosos ellos también por ponerle el hombro a diario a un país que nos persigue y nos matonea con impuestos, restricciones, certificaciones y extorsiones estatales? ¿Quiénes son y no son poderosos en la patria de Paz?
Fueron más de 20 años de conflictos sociales, bloqueos de caminos, de sitiar ciudades, de imponer leyes en beneficio de grupos reducidos e ilegales –e incluso mafiosos–, como los interculturales que avasallan tierras fiscales y privadas, o los propios narcocaleros.
Fueron tiempos de una brutal judicialización de la política, de una persecución desquiciada a la oposición política, la que fue, literalmente, diezmada. Fueron más de dos decenios de oscurantismo cultural. De relojes cuyas manecillas giran al revés, de imponer visiones indigenistas trasnochadas, cuando en realidad todos somos bolivianos con los mismos derechos y obligaciones frente a la ley.
Ahora le toca a Paz pagar las cuentas de esa política económica errática que consumió y dilapidó todos los recursos nacionales, llevando al país a un abismo profundo.
Esta primera opción debería considerarse como una real opción para salir a flote porque los manotazos de ahogado ya no aguantan una reducción paulatina de los niveles de agua que cada vez nos hunde más en el fondo.
Pero para ello se requerirá firmeza, decisión, orden –palabra que suele confundirse con una mirada totalitaria o incluso fascista, nada más extraviado– y una planificación concertada entre todos o, por lo menos, entre la mayoría de las agrupaciones políticas.
Luego está la segunda opción. La desordenada que depende del flujo de los mercados, de los mecanismos propios de la oferta y la demanda regional y global; aquella cuyos resultados están sujetas a dinámicas no controlables o de un mínimo de certidumbre. Una elección compleja y cuyo gradualismo sólo tendría su base en un cálculo político populista. Más de lo mismo.
La mala noticia es que, en ambas opciones, el ajuste implicará grandes sacrificios de todos los bolivianos que ya hemos pasado el umbral de toda tolerancia posible. No sé si todavía exista un poco de paciencia por parte de los bolivianos que ya vienen soportando años de penurias, tras años de una falsa izquierdaliderada por una élite mafiosa, como lo fue el chavismo, el kirchnerismo, el correísmo, el evismo, el arcismo, el orteguismo entre otros corifeos.
Paz deberá ser el gran concertador de la política nacional. La medida de su éxito radicará en esos dos ejes: concertar en el Congreso para minimizar una fragmentación legislativa que podría entorpecer cualquier cambio de fondo posible y, por supuesto, ordenar a su propia bancada para que lo apoye casi monolíticamente. ¿Podrá hacerlo?
Este reordenamiento económico y político podría verse también dinamitado por otros factores complejos. Evo Morales y su incansable afán desestabilizador en el país. ¿Qué hará con este individuo buscado por la justicia y la policía? ¿Cumplirá con la ley? ¿Lo dejará tranquilo en su republiqueta inconstitucional? ¿Será doblegado por este funesto personaje que debe rendir cuentas al país?
Y, finalmente, quizás el más peligroso, por su cercanía: su propio vicepresidente. Un sujeto indomable, volátil, agresivo y que, en sus propias palabras, no tendría ningún problema en asestarle una mordida letal, como el escorpión a la rana en mitad del río. Y cuando Paz le pida explicaciones, la respuesta caerá de madura y sin ningún desparpajo: está en mi naturaleza morderte.
Sólo nos queda encomendarnos… ¿A quién? No lo sé.
Javier Medrano es periodista y cientista social.