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Columna de columnas | 23/06/2025

Revival de Felipe González en los Andes

César Rojas Ríos
César Rojas Ríos

Andrónico Rodríguez y sus afines deberían detenerse a estudiar con sumo cuidado la figura histórica de Felipe González. Ambos comparten una misma matriz ideológica de origen: el socialismo. O sea, el socialismo decimonónico, es decir, toda esa épica de la lucha de clases, el imperialismo, el proletariado emancipador, la revolución, el socialismo como etapa previa al comunismo –todos quienes comparten este ideario acaban supurando emociones tristes como el odio, la soberbia y el autoritarismo–. Y con estas ideas Felipe González se afilió al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en 1964, participó en diversas manifestaciones contra la dictadura de Franco, llegando inclusive a ser detenido.

En 1974 fue elegido como secretario general del PSOE, y sintiendo el manto pesado de la responsabilidad sobre sus hombros, tomará una decisión trascendental para su partido y España: poner a su partido en el brete de tener que elegir entre seguir siendo una izquierda radical o aceptar la moderación de la socialdemocracia (en la terminología del filósofo Alain Deneault, expuesta en su libro Izquierda caníbal y derecha vándala, entre continuar militando en una “izquierda caníbal” o decantarse por una “izquierda vegetariana”).

Para una mentalidad ideológica, sin duda, esta decisión debió haber representado en su momento un dilema envenenado. Pero en Felipe González predomina la inteligencia serena sobre la ideología afiebrada, y eso no solo salvó a su partido de orillar a su país al abismo –donde ya estaba plenamente instalada la ex Unión Soviética, además multiplicando por el mundo tinieblas en pequeña escala–, sino enrumbarlo con determinación hacia una modernización de la que España no quiso ni quiere salir. En su caso, eso significó un compromiso fidedigno con la democracia, una apuesta por el Estado de bienestar, recurrir a los consejos económicos y sociales y formar parte de la Unión Europea. O para decirlo en términos artísticos, pasar del tenebrismo del Greco al modernismo abstracto de Chillida o del provincianismo de Miguel de Unamuno al cosmopolitismo de Fernando Savater.

¿Andrónico Rodríguez será capaz de dar este paso sensato que modere a sus bases y coadyuve con los demás actores políticos a poner en velocidad de crucero al país hacia la modernización plena?

Recuerdo una escena callejera en Madrid, cuando me encontraba estudiando el doctorado allá, por los años 90. En un puesto de parada de buses, dos señoras se encontraban conversando animadamente. Una le dice a la otra con voz gozosa: “En la España de hoy vivimos tan bien que da pena morirse”.

La decisión trascendental de Felipe Gonzáles motorizó esa España donde “da pena morirse”; mientras en Bolivia, la “izquierda caníbal” de Evo Morales, dispara y asesina policías.



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